Aun cuando nuestros padres hayan muerto y algunas ofensas hayan sido reales y deliberadas, el perdón es una acto de la voluntad para sanar las heridas del alma.
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Al revisar la casa paterna en proceso de venta, abriendo una vieja alacena encontré abandonada la urna que contenía las cenizas de mi padre, mis hermanos no habían querido saber nada de ellas. Eran muy profundas las heridas.
Las recuperé con la firme intención de ponerlas en el lugar sagrado donde se encuentran las de mi madre, y honrar igualmente su memoria.
Pensé que jamás lo lograría porque cuando decidí perdonarlos y sanar mi pasado, lo hice enfrentando los profundos daños psicológicos y emocionales causados por la personalidad desequilibrada de ambos, y por los que buena parte de mi vida compartí con mis hermanos trastornos de baja autoestima como:
- Penosa adaptación a ciertos cambios importantes o situaciones nuevas.
- Sentirse presionado ante las exigencias normales de la vida.
- Angustia desmesurada ante el sufrimiento de alguno de nuestra familia.
- Sentirse siempre amenazado en mi bienestar físico o emocional.
- No poder evitar pensamientos negativos, recuerdos dolorosos, preocupaciones, culpa, coraje, etc.
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Sobre todo el vivir con el lastre del resentimiento.
Busqué ayuda en diferentes formas de terapia que en sí, algo ayudaban, pero no lograban hacerme arrojar el veneno que producía todo aquello que tan bien conocía, de donde procedía y la forma como actuaba en mi interior haciéndome tanto daño.
Finalmente encontré a quien me propuso como solución, el inesperado camino de aprender a amar y agradecer a través del arrepentimiento de mis propios errores y la adquisición de nuevas virtudes, de tal manera que modificando el sentido de mis acciones pasadas y presentes, dispusiera mi corazón al perdón, comenzando por mis propios padres.
Sería como una reingeniería de mi vida, le escuché decir, y estuve de acuerdo, pero…
¿Cómo lograr el arrepentimiento de mis errores y laadquisición de virtudes? Me había pasado buena parte de mi vida sintiendo una extraña lástima por mí mismo, por la que consciente o inconscientemente me negaba a aceptar del todo que era un ser libre, y por lo tanto plenamente responsable de la inmadurez de mis actos.
Sí, el arrepentimiento, porque dicho camino parte de una cura del alma, es decir, de aprovechar la fuerza de lo espiritual como palanca de una acción terapéutica, que luego se extendería a las dimensiones de lo psicológico, emocional y orgánico, que ciertamente se encontraban involucradas.
Sí, la adquisición de virtudes, porque era necesario comprometer toda la inteligencia, voluntad e imaginación para construir un animoso presente y una ilusión de futuro, que allanara en mí corazón el camino de la misericordia, a través de la libertad, la fortaleza y la paz interior.
Así, con realismo acepté mi pasado y di vuelta a la página, cuando mi inteligencia, voluntad e imaginación, se abrieron entonces a consideraciones de misericordia y comprensión hacia mis padres, tales como:
- El don de vida, se lo debo a ellos.
- Alguien me alimentó, baño, vistió y veló mi sueño cuando niño, y fueron ellos. Eso y muchas cosas más pueden ser fuente de agradecimiento al reconocer que me amaron a su manera, y de muchas maneras.
- Existen en mi memoria buenos y bellos momentos de ellos conmigo y mis hermanos que quedaron ocultos por las negras nubes de sus errores. Esos recuerdos están ahí y tienen un gran valor, si nos tocamos el corazón.
- Todo padre daría la vida por sus hijos, muy seguramente los nuestros no serían la excepción ¿quién es uno para juzgar que no?
- Es seguro que algunas ofensas no fueron intencionales, otras quizá ni siquiera reales y otras agrandadas por la imaginación.
- No es posible dudar que hayan sentido más de una vez arrepentimiento por sus errores.
- Es muy probable que repitieran patrones de conducta negativos porque carecieran de amor y comprensión en su familia de origen.
- Aun cuando nuestros padres hayan muerto y algunas ofensas hayan sido reales y deliberadas, el perdón es una acto de la voluntad por el que la herida se puede trasformar en compasión y la ofensa en intercesión ante Dios para que los tenga en cuenta en su infinita misericordia.
- Es así que la medida del amor, es el amor sin medida; y en la misericordia la medida del perdón es el perdón sin medida.
Tal vez toda mi vida luche con ciertas secuelas de mi historia personal, más no con las del resentimiento.
Lo sé cuando en mi corazón rezo por ellos con toda la sinceridad: “Dales señor el descanso eterno, y luzca para ellos la luz perpetua”
La vida siempre será maravillosa, porque con sus actos en el presente y desde sus actos en el presente, el hombre guarda la capacidad de redimir cualquier mal y toda culpa propia o ajena de lo acontecido en el pasado.
Es su pase al cielo.
Por Orfa Astorga de Lira.
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