Las estadísticas dicen que a pesar de que la mayoría de los católicos posee una Biblia, ni siquiera el 5 % la lee. Son las reflexiones de un sacerdote italiano, Federico Tartaglia. La mayor parte la encuentra aburrida, o tenía una idea equivocada de lo que iba a encontrar.
Y sin embargo, la Biblia es un libro apasionante: 73 libros escritos en un arco de dos mil años, en el que se narra la aventura más apasionante de la humanidad: la búsqueda de Dios por parte del hombre, y cómo Él se le revela progresivamente.
Por eso, leer la Biblia no es leer una historia cualquiera, ni un libro de recetas morales. Es mucho más: es la historia de la búsqueda de cada uno de nosotros. Pero, ¿cómo leerla?
Ruta para navegantes
1. La Biblia no hay que leerla, sino escucharla. Es necesario lo primero fiarse del texto, de quienes lo escribieron y del Espíritu que les rodea. No se trata de un libro antiguo, sino de un texto vivo que habla.
2. No hay que leerla para buscar un mensaje moral. No se trata de un libro que quiere ofrecernos reglas morales, para esto bastan los Diez mandamientos. En el centro de este libro está el hombre en busca de Dios y éste que sale a su encuentro. Cada página intenta entender y desvelar el misterio del hombre en relación con el misterio de Dios. Y sus consecuencias.
3. Hay que leerla para comprender si de verdad Jesús es el Señor. Para nosotros los cristianos esta es la perspectiva principal que nos empuja a buscar cómo todas las palabras de este texto tienen su cumplimiento y su significado en la persona de Jesús.
4. Hay que comprenderla como un libro humano. Es un libro escrito por hombres, que habla de hombres y de sus circunstancias, buscando entender a la humanidad a la luz de la fe en Dios. Y es una humanidad sorprendente, la de Jesús, su momento culminante.
5. Hay que justificarla en sus límites. No es un libro perfecto. En ella se encuentran no sólo pecados e injusticias, sino también errores, incongruencias y sobre todo visiones limitadas del hombre y de Dios. Es un libro en constante evolución, que revela progresivamente el rostro de Dios, con grandes saltos hacia adelante y algunos pasos atrás.
6. Hay que leerla a diario. Es necesario entrar en un régimen de escucha cotidiana, en el que la constancia ceda el paso a la curiosidad y a la pasión.
7. Hay que leerla en porciones pequeñas, para facilitar la asimilación de lo leído. Y no es necesario comprender cada palabra del texto, sino de captar ese aspecto que más atrae nuestra atención y que puede ser útil a nuestro itinerario.
8. Hay que leerla sin miedo. No hay razones para temer equivocarse en la interpretación, simplemente hay que tener una escucha atenta y sincera. El Espíritu está en el texto, pero también en nuestro corazón.
9. Hay que leerla con ayuda. Es importante tener una buena edición de la Biblia que nos acompañe en la lectura con sus comentarios y notas al texto. Aparte, ya en la web y en las librerías es posible encontrar una gran cantidad de comentarios bíblicos.
10. Hay que leerla en compañía. La lectura personal es tan importante como la lectura comunitaria. Confrontarse y compartir con quienes leen asiduamente la Biblia nos ayuda y sostiene en el viaje, y la sabiduría de quienes van por delante no debe desanimarnos, sino solo inspirarnos.
11. Hay que leerla y también escribirla. El uso de un cuaderno en el que apuntar las frases que nos impactan y las reflexiones que surgen de la lectura es muy útil, sobre todo al principio.
12. Hay que rezarla. Antes, durante y después de la lectura, la oración es el signo y el instrumento de quien quiere escuchar a Dios. Empezar a usar la oración de los Salmos, al principio si quieres sólo los que más te gustan, es muy importante.
13. Hay que acudir a ella en silencio. Cuando la mente hace silencio, sucede que la frase que nos gustó vuelve a asomarse una y otra vez durante nuestra jornada, provocando consuelo y sorpresa.
14. Hay que disfrutar los descubrimientos. Cuando empecemos a descubrir cosas sorprendentes y significados que nos maravillen, estaremos dispuestos a comprender que las semillas que Dios fue sembrando en el otoño de una lectura fatigosa, empiezan a traer los frutos de una primavera florida.
Tomado del libro de Federico Tartaglia, “E’ ora di leggere la Bibbia” (Ancora editrice).