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Mis dos padres

FATHER
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Orfa Astorga - publicado el 20/02/18
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A uno le debo la vida biológica y al otro el cuidarme, amarme y hacerme crecer como persona. 

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Viajaba por una autopista de cierto país en la que pude observar un gran aviso publicitario que decía: ¿quién es tu padre o tu madre?, si no lo sabe, llame al 800-ADN.

El anuncio me recordó mi historia personal, en la que siendo hijo de madre soltera, tuve la fortuna de haber tenido a un buen hombre como padrastro, alguien que me otorgó una verdadera relación filial como amoroso padre sustituto.

De él, así como de mi madre, obtuve mi identidad y le debo lo que soy.

Muy afortunado, sí, aunque sentía que me faltaba un… algo, por lo que debió ser y no lo fue.

Mi padre biológico me había reconocido con su apellido y ayudado con mi manutención hasta terminar la  Universidad, pero abandonó a mi madre embarazada y jamás tuvo contacto personal ni con ella ni conmigo.

Fue en un acuerdo impuesto que mi madre aceptó, más que nada por necesidad y para protegerme, decisión que respeto.

Siendo abogado de profesión y dotado de cierta perspicacia, me propuse buscarlo y conocerlo, tratando de encontrar lo que consideraba la pieza que faltaba en mi vida… Mejor no haberlo hecho.

Después de algunas indagaciones detectivescas, lo localicé, le hable por teléfono, y sorprendido, con tono receloso, me dio cita en cierto lugar de una ciudad distante.

En el encuentro, después de un breve reconocimiento, pretendió ser amable excusándose por no buscarme jamás. Me quiso dar a entender que había sido “paternalmente responsable” pues me reconoció como hijo, me dio su apellido, me sustentó económicamente y sigue de lejos mi trayectoria con cierta satisfacción.

Era su manera de ver las cosas, claro.

Después vino un silencio donde se dijeron más que mil  palabras. Me despedí para siempre de él dándome cuenta de que la pieza que buscaba seguirá faltando en mi vida, por la simple razón de que había pretendido encontrarla entre  los rescoldos de una relación filial  que en realidad nunca existió.

FATHER

Photo by Derek Thomson on Unsplash

Había guardado hasta entonces, una íntima esperanza de que además de un cierto acogimiento y un sincero perdón, me diera una explicación verosímil por la que no había podido vivir junto a mí y mi madre aunque tal cosa no lo justificara jamás.

Quería que me dijera de alguna manera que yo había sido engendrado en un acto de amor,  y no como consecuencia de la pasión, del instinto o de la violencia. Que en mi caso él no había utilizado equivocadamente el poder de trasmitir la vida. 

A simple vista, todo ello era absurdo, pero… no tanto.

Siendo padre, me doy cuenta de que la pieza que buscaba no faltaría en la vida de mis  hijos, porque una cosa es el deber moral y jurídico de dejar nacer y reconocer a un hijo, y otra muy distinta es reconocer su derecho a una identidad que solo nace del saberse amado por cada uno de sus progenitores y haber nacido del amor y unión entre ellos. 

Admití que en mi caso, no fue así.

Esa carencia en mi vida, me ha hecho vivir mi propia paternidad muy consciente de cuatro profundas y maravillosas realidades, por la que el amor de los esposos y su fecundidad van de la mano.

 

Los hijos son:

  • Coronación del amor reciproco entre los cónyuges, no una simple consecuencia biológica de un acto realizado entre hombre y mujer. En la procreación de una nueva vida, los padres advierten que el hijo, si es fruto de su reciproca donación de amor, es a la vez un don para ambos, un don que surge del don de sí mismos.
  • Confirmación de ese amor, que se ve encarnado o concretado en la persona de los hijos, que refuerzan y confirman la donación conyugal.
  • Un don, no un derecho, porque no se puede hablar de un derecho al hijo siendo cada uno de ellos un regalo de Dios.
  • Un bien en sí mismos, entregados a los padres (no solo a uno de ellos) para que los conduzcan a su realización, por lo que fecundidad como bien del matrimonio no se reduce a la procreación, sino que se extiende  a la educación de los hijos a través del trato personal que es la misión principal de los padres.

Un ejemplo muy luminoso acerca del don del hijo, es el caso del niño con discapacidad mental, el cual debe ser querido totalmente en la familia, aunque aparentemente no pueda dar nada. Cuando se le acepta como un don, da muchísimo y tantas veces mucho más que un hijo normal, porque es fuente de comunión entre los padres y los demás hermanos.

 

Escríbenos a: consultorio@aleteia.org

 

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