Pero, ¿cuántas veces hay que decírtelo? Al encerrarse en el reflejo de la repetición, los padres gastan una energía y un tiempo desmesurados para un resultado próximo a nulo. ¿Cómo salir de este automatismo?
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Ponte los zapatos, ordena tu cuarto, vete a la ducha. Las instrucciones no son complicadas, pero pueden ser motivo de crisis diarias.
Por un lado, el padre o la madre repite una petición una y otra vez; por otro lado, el niño está en su burbuja y continúa lo que está haciendo sin oír (o como quien no oye). A lo largo de los días, la repetición crea un patrón en el que todos se quedan atascados.
“La repetición nos daña y nos entorpece”, destaca Anne-Claire Kleindienst, madre de cuatro hijos, psicóloga clínica y coautora de Petit décodeur illustré de l’enfant en crise [Pequeño descodificador ilustrado del niño en crisis; editorial Mango].
“Repetirnos una y otra vez nos da una mala imagen de nosotros mismos y nos crea un sentimiento de impotencia, la impresión de que no nos toman en cuenta. Mi petición es ignorada, aquí no valgo”.
Más allá del cansancio de los padres, también queda de manifiesto la ineficacia del método. El niño no reacciona, permanece impasible, algo que resulta irritante…
“La benevolencia, la paciencia y la tolerancia se inclinan entonces hacia la cólera”, advierte Anne-Claire Kleindienst.
“Cae como un jarro de agua fría. Como el niño está en su burbuja, no comprende por qué se exasperan sus padres”.
Día tras día, y en momentos clave, reiteramos una petición que el niño no parece estar recibiendo. “El proceso está claro que no funciona, pero repetimos lo mismo, en el mismo tono, en el mismo contexto”, señala Anne-Claire Kleindienst.
“¡Y el resultado es idéntico! El niño vive en el momento presente, aquí y ahora, no se proyecta. Hay como un espacio burbuja, un mundo hermético en el niño. Lo que está haciendo prima para él. Sus receptores no le permiten recibir el mensaje enviado”.
También hay una cuestión de dinámica, de prioridad para él. “Ordenar su habitación” o “sentarse a la mesa” corresponde a nuestras necesidades, no a las del niño. Por su parte, los padres reaccionan por costumbre.
“Es un desgaste, una resistencia pasiva, una fatiga preprogramada”, asegura la psicóloga. Y sin embargo, con algunos consejos y un poco de paciencia, los malos hábitos de ambos lados pueden desvanecerse de la vida cotidiana, gracias a las recomendaciones de Anne-Claire Kleindienst para restablecer una escucha atenta en los niños y dejar de repetirnos innecesariamente.
Consejo n.° 1: Restablezco un vínculo con mi hijo
Si el niño no reacciona cuando se le pide que venga, que se siente a la mesa o que recoja sus cosas, es porque está en su universo (y no tiene ganas de salir de él).
“Lo primero de todo es reconectar con él”, indica Anne-Claire Kleindienst. “Bajar la voz, poner una mano sobre su hombro, son señales que provocan un movimiento sensorial. Cuando la situación no cambia, se intenta algo nuevo cambiando la voz, simplemente poniéndote delante del niño o apagando la luz”.
Hay muchas formas de interpelarle para comunicarle algo. “La información debe circular”, insiste Anne-Claire Kleindienst. “Comunicarse con un niño que está en su burbuja pasa por establecer una mirada, un contacto físico o demás formas”.
Consejo n.° 2: Vigilo la transición entre actividades
“En vez de perder el tiempo repitiendo una y otra vez, invertimos unos minutos para una transición más suave entre dos acciones”, sugiere Anne-Claire Kleindienst.
“Al principio, hacemos cosas con ellos en forma de desafíos o juegos: ‘¿Yo me encargo de los cubos y tú te ocupas de los coches?’ o ‘empiezas por ordenar tus coces y me avisas cuando termines’”.
La cuestión es sacrificar un poco de tiempo para ganarlo después. “Pensamos erróneamente que establecer nuevas prácticas es algo largo y complicado, cuando en realidad es más fluido una vez que se han asumido unos buenos hábitos”.
Para algunos niños, el acompañamiento necesitará ser un poco más intenso. “Los niños sensibles necesitan más apoyo para ganar autonomía”, dice la psicóloga.
“La ventaja es que la capacidad para hacer cosas (ordenar, sentarse a la mesa, hacer tareas, etc.) se transfiere a otras situaciones cotidianas. El niño se considera apto para hacerlas, desarrolla competencias para la vida”.
Consejo n.° 3: Le involucro para anticipar el problema
En un momento tranquilo, dedicamos tiempo para conversar con el niño o la niña y acordar mutuamente una solución. “Cuando el niño crezca un poco más, activaremos su deseo de participar, implicarse y vincularse”, subraya Anne-Claire Kleindienst.
“Eso se trabaja en momentos vacíos, diciéndole lo que nos gustaría que hiciera, animándole a un intercambio: ‘Cada noche, repito lo mismo… ¿Qué preferirías que hiciera para escucharme mejor?’ o ‘¿qué podemos decidir juntos para que la próxima vez salga bien?’.
Con los adolescentes, que se dirigen a la edad adulta pero aún no son adultos, podemos co-decidir. ‘¿Me estás pidiendo la casa para una fiesta? Bien, te pondré mis condiciones’. Se puede llegar a un acuerdo común”.
También puede ser interesante apelar a la imaginación y la creatividad de los niños para pedirles que creen un accesorio para una mejor comunicación. Una campana, por ejemplo, un sonido u otro truco para ponerse en contacto.
Consejo n.° 4: Tomo nota del más mínimo progreso y le libero de la culpa
Sin esperar resultados inmediatos, es preferible destacar la evolución diaria de la situación. ¡La búsqueda de una solución común es ya un progreso! “Lo más importante es que los niños pasen una etapa, que muestren dinamismo”, asegura la psicóloga. “No importa si no funciona durante mucho tiempo o todas las veces. La búsqueda de una solución significa que ya estáis avanzando. El simple hecho de ponerse en movimiento puede ser suficiente”.
Y si una noche necesitas repetir diez veces a tu hijo que vaya a hacer sus tareas, no es una tragedia… “A veces puedes hacerlo, otras veces no puedes y ya está”, relativiza Anne-Claire Kleindienst.
“Nos llena el impulso de ser diferentes, pero los esquemas se repiten. Los padres también necesitan una pausa y respirar hondo para responder mejor. Y hay que aceptar que, por naturaleza, los padres deciden y los hijos desobedecen”.
Consejo n.° 5: Dedico tiempo a observar para reconocer una alarma
En el torbellino de la vida cotidiana, es primordial mantener un ojo atento en la familia. “Somos actores de nuestras vidas”, recuerda Anne-Claire Kleindienst. “Hay que saber reconocer una alarma que se enciende, un indicador de dificultad y tomar decisiones para devolver la armonía”.
Pero antes de intentar salir del automatismo de la repetición, tenemos que hacernos una serie de preguntas a nosotros mismos. “Podemos preguntarnos acerca de nuestros recursos”, dice la psicóloga. “La reflexión debe tener lugar fuera de la crisis para entender por qué no podemos estar repitiendo lo mismo a los hijos constantemente. A veces la solución está en otra parte, mirando hacia afuera. Algunas se pueden encontrar en un libro, un grupo de diálogo o un taller para padres. Primero hay que cuidarse uno mismo para luego cuidar del otro. El cambio también viene de preguntarse ‘¿Y si dependiera de mí?’”.
Petit décodeur illustré de l’enfant en crise, quand la crise nous fait grandir, por Anne-Claire Kleindienst y Lynda Corazz, editorial Mango, septiembre 2017, 189 págs., 14’95 euros.