Una ex interna en el campo de concentración muestra el número que le marcó en el brazo
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Solo tras la muerte de su mujer, ha hablado abiertamente de lo que hizo en Auschwitz. Hoy sabemos que muchos de los números tatuados en los antebrazos de los internos en el campo de concentración fueron hechos por él…
Lale abre la piel delicada con una aguja. El 3 se ve apenas, por tanto tiene que repetir la operación. La sangre empieza a salpicar desde el brazo de la muchacha, pero su rostro no muestra ninguna emoción. Espera pacientemente hasta que la tinta verde llena la herida. 34902 se convierte en su nuevo nombre.
Cediendo a un impulso inesperado, le aprieta la mano un poco más. ¿Quiere dar ánimos a aquella joven judía? “Date prisa”, le exhorta una voz impaciente a su espalda. Cuando se vuelve, la joven se ha ido.
50 años después dice que ese día tatuó su número en su corazón.
Lale Sokolov, alias Ludwig Eisenberg
Llega al campo bien vestido, con traje, camisa blanca y corbata. Se ofrece voluntario para trabajar para los alemanes. A cambio sus padres, su hermana y su hermano no deben ser perseguidos.
Espera que el aspecto elegante, el dinero que lleva en el bolsillo y su habilidad en los idiomas (habla alemán, eslovaco, ruso, francés, húngaro y polaco) le ayuden a obtener un buen trabajo. Tiene 26 años y una brillante carrera ante sí.
Apenas vana del tren, un carro de ganado lleno de seres humanos, se le ordena que deje la maleta en el suelo. “¿Cómo sabrán después cuando es la mía?”, se pregunta. Cuando llega a la verja con la inscripción Arbeit macht frei y escucha a un hombre que se presenta como Rudolf Höss decir “Bienvenidos a Auschwitz.
Trabajen duro y serán libres” comprende y se dice: “Haz lo que se te dice y no levantes nunca los ojos”.
El crimen: ser judíos
Se le da un folio con el número 32407, y después de un poco de tiempo de fila, alguien tatúa una serie de números en su antebrazo. La herida sangra abundantemente. Desde ese momento la tinta verde marcará su nueva identidad. Se dice: “Sobreviviré para dejar este lugar como hombre libre”.
Su primer trabajo implica la ampliación del campo de Birkenau. Aprende a ser humilde, sin oponerse a nadie y estableciendo nuevos contactos. Por desgracia contrae pronto el tifus.
Mientras es transportado inconsciente en un carro lleno de cadáveres, uno de los prisioneros tira de él arriesgando su vida. Lale se levanta después de ocho días de grave enfermedad, curado por un recluso más anciano.
Se llama Pepan, es un académico de París que trabaja como tatuador en el campo de concentración. El francés quiere que Lale se convierta en su ayudante; un hombre que conoce tantos idiomas seguramente podría serle útil.
Lale tiene miedo al pensar en infligir dolor a otras personas, pero al final acepta porque ese trabajo podría aumentar sus posibilidades de supervivencia.
Prisionero número 34902. Gita Fuhrmannova
Unas semanas después, de repente, Pepan desaparece. Lale nunca sabrá lo que sucedió. Se le ofrece una pequeña habitación en la que vive solo, comparte las raciones suplementarias de comida que recibe con otros prisioneros. Se siente como un rey, pero es plenamente consciente del hecho de que un día u otro podría ser tildado de colaboracionista.
Un domingo, Lale ve a la joven de la que recordaba tan bien los ojos y el número. Se encuentra con un grupo de mujeres judías.
Las miradas que se lanzan son interceptadas por Stefan Baretski, un oficial de las SS, el guardia del tatuador.
“¡Qué bella muchacha! ¿Quieres hablarle? Escríbele. Te traeré papel y lápiz. ¿Sabes cómo se llama?” Lale quedó en silencio.
¿Puede uno fiarse del enemigo?
Al final Lale cede y escribe una breve carta a la joven, preguntándole si le gustaría encontrarse con él.
Cuando da el texto al oficial de las SS se da cuenta del riesgo que corre y del riesgo al que está exponiendo a la chica.
Ella responde a su carta. Trabaja en la selección de los efectos personales de los prisioneros. Viene de Eslovaquia y sí, se encontrarán el domingo.
Cuando hablan por primera vez, ella le dice sólo su nombre: Gita. No añade nada más.
– No soy más que un número. Deberías saberlo. Me lo diste tú.
– No te pregunto quién eres aquí. ¿Quién eres fuera de este lugar?
– Ya no hay un ‘fuera’. Existe sólo este lugar.
– Me llamo Ludwig Eisenberg, pero me llaman Lale. Vengo de Krompakha, en Eslovaquia. Tengo madre, padre, un hermano y una hermana. Te toca a ti.
– Soy el prisionero número 34902 de Birkenau, Polonia.
– ¿Puedes prometerme algo?
– ¿Qué quieres que te prometa?
– Antes de dejar este lugar me dirás quién eres y de dónde vienes.
– Te lo prometo.
Los dos se encuentran lo más a menudo que pueden. Hacen proyectos para el futuro.
Lale tatúa a centenares de prisioneros, pero cuando no hay nuevos transportes está en un callejón sin salida.
Se implica en el contrabando. Le ayudan las chicas que seleccionan los equipajes de los recién llegados, y a veces logran esconder objetos de valor.
Lale los cambia por alimento extra, medicinas e incluso chocolate.
El tatuador de Auschwitz
Lale intenta ayudar a todos, poniendo continuamente en riesgo su vida.
Cuando un prisionero condenado a muerte por haber intentado huir del campo va donde él, Lale cambia su número de tatuaje en una serpiente, y con la ayuda de una enfermera lo mete en una lista de reclusos a los que mandar a otro campo. Todo esto tiene lugar apenas unas horas antes de la ejecución.
Los oficiales de las SS están siempre alerta. Lale encuentra a menudo al doctor Mengele, que silbando operetas, busca conejillos de indias entre los prisioneros tatuados. Mengele se inclina hacia él y se burla diciendo: “Un día vendré a por ti, tatuador”.
Aunque muchas veces está al borde de la muerte, Lale sigue vivo.
Lale y Gita, una historia de amor
En 1945 Gita se une a un grupo de mujeres dispuestas a marchar fuera del campo. En el último momento, logra gritar el apellido a su amado: Fuhrmann.
Lale es enviado a Mauthausen, y tras muchas pruebas y tribulaciones vuelve a su ciudad natal. Allí descubre que sus padres y su hermano, junto con el resto de la familia, han muerto. Sólo su hermana ha sobrevivido, y le dice que busque a Gita. ¿Pero cómo?
Gita logra dejar la marcha de la muerte con sus amigas. Se esconde en el bosque y en casa de buenas personas durante unas semanas. Al final llega a Cracovia, y animada por alguien incluye su nombre en una lista de la Cruz Roja. A continuación va a Bratislava en un camión lleno de verdura.
Lale oye que los ex prisioneros se pueden encontrar a menudo en la estación ferroviaria de Bratislava. Se queda cerca de la estación durante unas semanas, y al final accede a la lista de la Cruz Roja.
Él y Gita se encuentran por la calle.
Se casan ese mismo año, 1945, y adoptan el apellido ruso Sokolov. Lale abre una empresa textil, pero es arrestado en seguida. Cuando logra su liberación parte con Gita hacia Viena; después, pasando por París, llegan a Melbourne, en Australia.
Su hijo Gary nace en 1961. Lale saca adelante su empresa, mientras que Gita diseña ropa femenina.
Sólo las personas más cercanas y queridas conocen su historia durante casi 50 años.
Lale siente que no debe hablar de ello a nadie. Teme ser acusado de colaboracionismo con los nazis.
Cambia de idea tras la muerte de Gita, en 2003, cuando conoce a la escritora Heather Morris. Hablan unas pocas veces a la semana durante tres años, y estos encuentros llevan al libro The Tattooist of Auschwitz (El Tatuador de Auschwitz, por ahora disponible solo en inglés).
Lale muere en 2006.
Pronto resulta evidente que sus padres murieron en Auschwitz; fueron llevados a las cámaras de gas apenas llegaron al campo.
Tras emigrar, Gita visita alguna vez Europa, pero Lale nunca quiso volver.
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* Como se lee en Auschwitz.org, “los tatuajes en el campo de Auschwitz comenzaron en otoño de 1941.
Las autoridades del campo decidieron usarlos para identificar a los prisioneros de guerra soviéticos. El número era tatuado en el lado izquierdo del pecho del prisionero usando un timbre metálico con discos móviles a los que se les insertaban agujas, formando números específicos.
Un único golpe con un timbre con la tinta en el pecho bastaba para grabar todo el número.
Desde la primavera de 1942, las autoridades del campo ordenaron tatuar el número en el antebrazo izquierdo, aunque la práctica de tatuar en el pecho continuó. Empezaron a usarse agujas fijas en un soporte de madera y llenas de tinta para pinchar la piel y formar números.
** Del libro de H. Morris The Tattooist of Auschwitz, publicado en enero de 2018.