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¿Qué le diría hoy el “Mártir de Armero” a Colombia?: “La reconciliación es posible”

MARTIR DE ARMERO
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Pablo Cesio - Aleteia Colombia - publicado el 01/03/18
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“El beato Mártir de Armero”, un libro del periodista Vicente Silva Vargas que narra quién fue Pedro María Ramos, el cura beatificado por el papa Francisco en Colombia

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El 8 de septiembre de 2017 no fue un día más para los colombianos. Ese día el papa Francisco, de visita apostólica a Colombia, declaró beatos a Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, obispo de Arauca, y al sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, popularmente conocido como el “Mártir de Armero”.

En ese sentido, en las últimas semanas se publicó en Colombia el libro “El beato Mártir de Armero”, un trabajo que intenta narrar la vida de este nuevo beato, ofrecer datos inéditos, explicar las razones de su beatificación, además de contextualizar el momento político en los días previos a su muerte -asesinado el 10 de abril de 1948 y en medio de enfrentamientos entre conservadores y liberales-. Como clara señal de santidad al momento de su muerte perdonó a sus agresores.  

El autor del libro, Vicente Silva Vargas, es un abogado y periodista con vasta experiencia en medios de comunicación de Colombia y también en el ámbito académico donde se desempeña como profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Sabana. En diálogo con Aleteia fue contundente al señalar que al “Mártir de Armero” lo asesinaron “por ser cura y representar a la Iglesia”, además de reflexionar sobre el mensaje que tiene para darle este nuevo beato hoy a Colombia.

-¿Qué lo llevó a investigar y escribir sobre la vida del “cura de Armero”?

-Varios aspectos hicieron que me apasionara por el personaje, entre otras, el gran desconocimiento sobre su figura como pastor abnegado, las versiones malévolas sobre su tarea pastoral en momentos difíciles para la Colombia de los años 40, el retiro temporal del seminario por serias dudas sobre su vocación y una personalidad muy versátil, como quiera que aparte de su malgenio cantaba muy bien y ejecutaba con maestría diferentes instrumentos.

Además, por ser oriundo del Huila ―la tierra donde nació el padre Pedro María― conozco desde niño cómo su fama de mártir nacida desde el momento de su sacrificio el 10 de abril de 1948 y los múltiples testimonios acerca de grandes favores, se fueron arraigando en la fe de miles de personas. Esto se transmitió a diferentes generaciones y durante siete décadas, hombres y mujeres de todas las clases sociales, esperaron con paciencia el reconocimiento oficial de “su santo”, el cual, luego de tres pontificados y un complejo proceso canónico de 29 años, se hizo realidad gracias al papa Francisco.

-Usted afirma que ha estado investigando el tema desde hace 18 meses, ¿cuáles han sido sus principales hallazgos o sorpresas?

-Durante años existió la leyenda urbana de que por culpa de una imprecación proferida por el padre contra Armero poco antes de morir aquel pueblo del Tolima fue arrasado en 1985 por la avalancha del volcán-nevado del Ruiz en la que murieron unas 25 mil personas. Yo pruebo que sí hubo maldición, pero que ella no fue lanzada por el Mártir sino por un obispo y otro sacerdote. Los documentos y testimonios prueban, además, que pese a las evidentes amenazas de muerte en su contra, el cura en lugar de maldecir a los habitantes de Armero, los bendijo varias veces. Sus últimas palabras fueron de clemencia y bendiciones para sus agresores y aquellos que durante su ejercicio pastoral lo habían atacado con saña solo por divulgar el Evangelio.

De otro lado, varios hallazgos desmienten las acusaciones de haber sido un caracterizado perseguidor de miembros del opositor Partido Liberal para favorecer al gobierno derechista y al Partido Conservador. No hubo pruebas ni documentos que demostraran que Ramírez Ramos agredía de hecho o de palabra a liberales. Sin embargo, no es descartable que desde el púlpito, el párroco ―como lo hacían otros curas― haya asumido fuertes posiciones contra las tesis del liberalismo, entre ellas el laicismo, pero eso es muy diferente a haber prohijado el acoso de los liberales con fines criminales como perversamente se ha dicho. En todo caso, está claro en mi libro que el presbítero fue asesinado por ser cura y representar a la Iglesia y no por otras razones. Es decir, si lo hubieran asesinado para cobrarle su supuesto sectarismo o para vengar el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, sus agresores lo habrían matado solo a él y no habrían atacado violentamente el templo, la casa cural, las imágenes religiosas, los ornamentos sagrados, el sagrario ni las seis monjas del colegio católico que patrocinaba el párroco. Todos estos hechos contra representantes de la Iglesia y sus símbolos sagrados, según el Vaticano, configuraron el concepto de martirio por odio a la fe.

En el campo pastoral encontré que se trataba de un hombre de profunda oración, de gran trabajo con las comunidades tanto en el campo de la fe como de la acción social de la Iglesia. Una de sus tareas más simpáticas era su costumbre de repartir por donde anduviera toda clase de elementos que impulsaran las devociones. En particular, regalaba medallas, escapularios, folletos, estampitas e imágenes de la Virgen del Carmen, la Milagrosa, San Benito y María Goretti. Esa campaña la llamaba “propaganda buena” y con ella pretendía contrarrestar la fuerte acción evangelizadora de los protestantes en su región.

Otro hecho que me llamó la atención es que hacia 1945 ―tres años antes del asesinato― empezó a pedirles a sus fieles que oraran y pidieran por él y los sacerdotes. Y lo digo muy sorprendido porque siete décadas después, desde el mismo momento en que empezó su papado, Francisco pidió a los católicos que rezaran por él y su ministerio. En este punto encuentro una enorme coincidencia entre aquel modesto pastor y el sucesor de Pedro que con tanta sencillez reclama que no olvidemos a aquellos que con mucho esmero trabajan por nosotros sin que les demostremos gratitud. Y recalco, esto no es una simple afinidad sino una hermosa ‘diosidencia’ porque ese cura de pueblo que pedía oraciones por los curas en medio de la violencia fue beatificado por el papa que vino a Colombia a darle una mano a la paz y a pedirnos con humildad que oráramos por él.

 

VICENTE SILVA VARGAS

blogdevicentesilvavargas.blogspot.com

 

-¿Su trabajo tuvo alguna incidencia para que finalmente se llevara a cabo la beatificación en el mes de septiembre de 2017 durante la visita del papa Francisco a Colombia?

No tuvo incidencia porque el libro se empezó a escribir 27 años después de que la diócesis de Garzón abriera el proceso de beatificación. La investigación comenzó en mayo de 2016, tan pronto supe que dos comisiones vaticanas, una de teólogos y otra de historiadores, habían aprobado el martirio del padre por odio a la fe. A partir de ese momento y ante la inminente visita del santo padre a Colombia, reuní las biografías publicadas muchos años atrás, leí abundante bibliografía sobre la violencia, busqué artículos de prensa, obtuve la Positio (el proceso abierto en la Santa Sede), estudié el proceso judicial contra los criminales, viajé a los lugares donde vivió el cura y reuní decenas de testimonios que sirvieron para configurar un reportaje que ayudara a contar quién fue este personaje tan atrayente y su importancia para la actual coyuntura que vive Colombia. Tan pronto se confirmó la visita del papa, en la Semana Santa de 2017, empecé la redacción que concluyó al otro día de la beatificación en la ciudad de Villavicencio.

 

 

-Habida cuenta de que se trata de alguien que murió en tiempos de violencia entre liberales y conservadores, pues la paz sigue siendo tema de conversación en Colombia, ¿qué tiene para decirle [el Mártir de] Armero hoy a Colombia?

-El deseo del papa, por insinuación de la Conferencia Episcopal Colombiana, era que durante su visita se mostraran los martirios del padre Pedro María y del obispo Jesús Emilio Jaramillo Monsalve como ejemplos de sacrificio por la fe, pero también como símbolos de la violencia que ha sacudido al país desde los años 40. En el caso del padre es evidente que la Iglesia quiso resaltar su martirio por defender la fe en momentos de gran turbulencia política y social, pero en especial, quiso destacar su convicción de perdonar. Ese es uno de los aspectos más emocionantes de su vida porque, como lo narro en mi reportaje, ese cura que a veces se salía de casillas con las mujeres por ir con blusas ajustadas y sin mangas, se arrepentía de sus actitudes y luego buscaba a quienes había regañado para pedir perdón. Por lo general, lo decía llorando con sinceridad y en otras desde el púlpito pedía que le perdonaran sus malos momentos.

En eso era admirable porque no se quedaba en el perdón de labios para dentro, sino que lo expresaba con mucha sinceridad. Incluso, en su última Semana Santa, dedicó una de sus homilías a expresar su concepto de perdonar y ser perdonado. También, minutos antes de que lo mataran a machetazos, garrotazos y patadas, escribió su testamento en el que dijo que deseaba derramar su sangre por Armero. Es más, cuando la turba enardecida ya se había apoderado de él, de rodillas, luego de recibir el primer machetazo en la cabeza, dijo algo profundamente cristiano: “¡Padre perdónalos. Todo por Cristo!”

Así pues, el “Mártir de Armero” nos dice a los colombianos que el perdón es un don divino y que aun en medio de las adversidades, pese a todos los daños físicos y morales que se puedan inferir, la reconciliación es posible. Además, sus últimas actitudes señalan con claridad que el perdón debe ser de doble vía: perdonando a los enemigos y pidiendo perdón por las ofensas causadas y eso, infortunadamente, es lo que algunos colombianos aún no quieren aceptar. Por lo anterior, también estoy convencido de que este libro, “El beato Mártir de Armero”, es un significativo aporte a la construcción de memoria de mi país.

 

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