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Los atributos utilizados en la iconografía cristiana permiten recomponer su identidad y el objeto de su veneración.
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Encontramos estatuas de apóstoles o de santos por todas partes, incrustadas en la arquitectura de un edificio o figurando en una representación artística. Todas estas estatuas y representaciones son el signo de una veneración particular vinculada a una época, a un acontecimiento o al deseo de los fieles de rendir homenaje y perpetuar la memoria de sus santos y mártires, de poder contar con su intercesión ante Dios al rezar a sus pies.
Para facilitar su identificación, estas representaciones suelen ir acompañadas de atributos —un objeto, un animal, una planta— que los caracterizan: la palma y la corona para los mártires, la mitra y el báculo para un obispo, el libro de los Evangelios para los doctores de la Iglesia, una maqueta de iglesia para los santos fundadores… Esta simbología creó auténticos lazos entre los fieles y las obras de arte.
Estas estatuas y representaciones se multiplicaron al final de la Edad Media, y para no correr el riesgo de confundirlas o de que su deterioro fuera demasiado como para reconocerlas, ya no es solo un atributo lo que se añade, sino que a veces hay dos. Esto se vuelve más complicado cuando la elección es variada, es decir, cuando la misma persona es representada con un atributo particular representativo de una u otra situación de su vida. La lista es bastante larga. Sin embargo, es una alegría reconocer a primera vista la representación de un santo. Aleteia os ofrece un pequeño resumen para reconocer a los apóstoles.
Los apóstoles
Pedro: las llaves son las llaves del paraíso, pero también encontramos la barca, símbolo de la Iglesia de la que él fue responsable; el gallo expresa su negación; la cruz invertida es expresión de su martirio o la triple cruz marca su dignidad papal.
Mateo: la lanza o la espada son los instrumentos de su suplicio, el ángel representa su figura de Evangelista. También se representa con un hacha, con un monedero o una balanza que representa su oficio de publicano.
Juan: representado con un caldero de agua hirviendo —su suplicio— o portando un cáliz del que emerge una cabeza de serpiente, en referencia a un milagro que ocurrió después de que le ofrecieran beber de una copa envenenada.
Andrés: habitualmente, aparece la cruz sobre la que fue martirizado, a menudo representado con los pies y los puños atados con cuerdas.
Santiago el Mayor: además de la concha de peregrino nacida con la peregrinación de Compostela y la armadura de caballero en España, el apóstol también es representado portando el pergamino de la nueva Ley y a veces una espada que evoca su decapitación.
Felipe: además de la cruz de su martirio, el apóstol también se representa con una piedra para significar su lapidación.
Bartolomé, también llamado Natanael: a menudo es representado llevando su propia piel en su brazo —fue despellejado vivo— o con un gran cuchillo, instrumento de su suplicio.
Tomás: a menudo se representa con un dedo en la llaga de Cristo, con una escuadra de arquitecto que evoca su trabajo de constructor en India o con una lanza, instrumento de su martirio.
Judas Tadeo: representado con un garrote, instrumento de su martirio.
Simón el zelote: con frecuencia representado con una sierra, un barco, un libro —en referencia a los Evangelios— o la espada del martirio. A menudo está acompañado por su hermanastro, Judas Tadeo.
Santiago el Menor: lo vemos coronado con mitra como primer obispo de Jerusalén o a veces con un palo en forma de garrote que evoca su muerte.
Judas Iscariote: es representado con más frecuencia ahorcado para ilustrar su suicidio o con una bolsa de dinero y dando un beso a Jesús para recordar su traición.
El apóstol Pablo, aunque no forma parte de “los doce”: su caída de un caballo ilustra su conversión camino a Damasco. También se representa con el libro, el pergamino de la nueva Ley, sus epístolas o con la espada que ilustra tanto su decapitación como la agudeza de la Palabra de Dios.