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El ballet para la inclusión de personas con discapacidad

BALLET
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María Verónica Degwitz - publicado el 12/03/18
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La carta de una madre anima a la compañía de Ballet de Nueva York a desarrollar iniciativas que favorecen la integración de niños con parálisis cerebral.

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Todo comenzó con una carta. Natalia Armoza escribió a la compañía de Ballet de Nueva York para solicitar un taller para su hija Pearl, de 5 años, y otros niños con parálisis cerebral. Al parecer la compañía ofrece talleres de 45 minutos para acercar a los niños al mundo del ballet, y vivir una experiencia distinta con bailarines de la compañía.

Natalia quería que su hija participara, pero no quería que fuera el centro de miradas por su discapacidad. Así que escribió a los directores de los talleres: “Significaría mucho para mi hija y para niños como ella, poder participar en un taller del Ballet de Nueva York y, por un día, sentir que ellos también pueden llegar a ser bailarines/as” escribió.

Después de esperar más de tres meses, Natalia se sorprendió al recibir una respuesta de la compañía: “Estamos muy interesados en su idea y queremos agendar una reunión con usted y con el director Del Centro de Parálisis Cerebral de la Universidad de Columbia para aprender más y discutir las posibilidades”.

Fue así como se preparó un equipo con varios doctores, el departamento de educación del Ballet y algunos ortopedistas, que logró diseñar un programa ajustado para niños con discapacidad. El centro de discapacidad de la Universidad de Columbia envió asistentes médicos para cada uno de los participantes, y la compañía de Ballet contó con dos bailarines voluntarios, que fueron entrenados por los profesionales.

El primer programa debutó en otoño de 2014 con 25 niños y la segunda temporada fue en primavera de 2015 con 19 niños. A partir de estos programas, algunas ciudades como Pensilvania e incluso Brisbane, Australia, han escrito para realizar estos talleres en sus localidades

Una de las iniciativas del programa fue lograr que los niños se sintieran independientes y en sintonía con su cuerpo, así que lograron que realizaran el taller sin ninguno de sus dispositivos (muletas, silllas, bastones) e incluso sin la ayuda de los padres.

Estos se sentaban a observar la alegría de sus hijos al moverse libremente y a poder bailar con los profesionales.

Iniciativas como estas nos mueven a la reflexión. Sabemos que en países desarrollados el sistema educativo ha sido muy efectivo implementando la integración de niños con discapacidades en el sistema escolar. Pero la experiencia vital de estos niños va mucho más allá de su vida escolar. Abarca el deporte, la recreación, las artes y muchas otras actividades en las que no es suficiente que se les “permita participar”, sino que es necesario hacer el esfuerzo de investigar cómo estas experiencias puedan ser plenamente vividas y aprovechadas por estos niños.

Los programas de integración benefician más a las personas que no tienen discapacidad, como se observa en el testimonio de los bailarines. Los hace ver el mundo de manera diferente.

Como afirma Carmen Saavedra, activista por la inclusión social: “La integración ofrece la oportunidad de conocer y poner en práctica valores de los que muchas veces sólo conocemos la teoría: la aceptación de la diversidad y la diferencia; la toma de conciencia del esfuerzo que las personas con discapacidad deben hacer cada día para alcanzar los mismos objetivos que el resto; la posibilidad de utilizar instrumentos, estrategias o caminos para llegar a esos objetivos que, muchas veces, son distintos a los que emplea la mayoría pero igual de válidos; la constatación de que ninguno de nosotros somos realmente autosuficientes y de que todos necesitamos del resto; la puesta en práctica de la solidaridad, la cooperación y la ayuda mutua”.

Ojalá logremos, como sociedad, multiplicar estas iniciativas en muchos escenarios distintos. Una sociedad integrada e inclusiva es una sociedad compasiva, solidaria y generosa, que puede lograr muchos cambios en el mundo entero.

 

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