Por esta razón, la post-verdad puede usarse como una opción útil para explicar (aparentemente) distintos fenómenos, como la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses, el colapso de los medios tradicionales y el rápido desarrollo de las redes sociales, la primacía del llamado “consumismo tonto” o el progreso del “culto a la celebridad”.
La definición de la post-verdad
Aparentemente, el concepto de la “post-verdad” ya se encuentra definido en los diccionarios (fue introducido por los lingüistas anglófonos, seguidos por otros). Se lee de la siguiente manera:
Son las circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menor influencia en la formación de la opinión pública que en apelar a las emociones y las creencias personales.
Uno puede preguntarse razonablemente si la palabra “post-verdad” es definitivamente la más adecuada para describir un fenómeno tan definido. La lógica, por ejemplo, no reconoce ninguna verdad posterior. Dentro de ella solo hay verdad o no verdad (es decir, falsedad).
¿Quizás, entonces, en la “post-verdad” se debería encontrar algún tipo particular de la verdad? Igual que Aristóteles, hemos estado diciendo durante siglos que la verdad es lo mismo que “la conformidad de los pensamientos con la realidad”. Por lo tanto, se podría aceptar, por ejemplo, que la post-verdad es, en esencia, la verdad descubierta recientemente.
Sin embargo, los más cautelosos dirán que el significado de este término (más o menos camuflado en las interacciones comunicativas) extremadamente popular desde unos años se refiere más bien a la palabra “falsedad”. Es una apariencia de la verdad, que en el espacio público tratan de utilizar distintos tipos de estafadores, que quieren a toda costa alcanzar sus propios objetivos políticos o de marketing.
Vivir en un mundo de la post-verdad
El problema es que la apariencia de la verdad en la recepción común (que a menudo no coincide con los hallazgos de los doctos en la lógica) no es necesariamente lo mismo que una mentira.
En 1992, el publicista Steve Tesich en un artículo publicado en “The Nation” declaró que la noticia sobre el llamado Escándalo Irán-Contras (en 1986-87, la administración estadounidense vendió armas ilegalmente a Irán para obtener ayuda para liberar rehenes capturados en Beirut por combatientes de Hezbolá. El dinero obtenido de esta transacción ilegal fue transferido por el gobierno de los EE. UU. a la cuenta insurgente de Contras en Nicaragua) y la primera guerra en El Golfo Pérsico (en 1990-91 “en nombre de la defensa de la libertad de Saddam Hussein”) molestó menos al público estadounidense que sobre el famoso escándalo Watergate de principios de los años setenta.
Según Tesich, los estadounidenses en su mayoría “se tragaron” y aceptaron la estrategia retórica de la que se sirvió la administración estadounidense para explicar los escándalos revelados. Por lo tanto, voluntariamente decidieron que aceptaban “vivir en un mundo de la post-verdad”. No se trataba de una mentira, sino de comportamientos comunes que debilitaban la importancia de la verdad: una renuencia colectiva a enfrentar la realidad. La disponibilidad cada vez mayor de Internet en los años siguientes intensificó rápidamente el desarrollo y el alcance de este alarmante fenómeno.
Mi verdad
Los efectos no se hicieron esperar. Resultó que, para muchos, la verdad es solo “mí” verdad o “nuestra” verdad, es decir, vista desde el punto de vista de un individuo o grupo independientemente de los hechos, los argumentos, juicios y opiniones de otras personas. En “mi” verdad o “nuestra” verdad, lo más importante es la fuerte convicción emocional. No importa si a menudo sea privado de tan estimado en el pasado, tanto en el discurso público como en los contactos interpersonales cotidianos, valor de la objetividad.
La post-verdad no es de naturaleza absoluta o universal. Se basa en falsas ideas, creencias y convicciones no respaldadas por fuentes confiables. De esta manera, el argumento racional ya no es la fuente de la verdad sino el atractivo y el sensacionalismo del contenido publicado. No importa que estos contenidos a menudo sean simplemente engañosos.
Disposición a mentir
Ya en 2004, Ralph Keyes dio un análisis profundo de estos cambios perturbadores en la mentalidad de las sociedades actuales en su libro “The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life” (“La era de la post-verdad: deshonestidad y engaño en la vida contemporánea”).
Señaló que el desarrollo de los medios de comunicación (primero de la televisión y luego del Internet) contribuyó inesperadamente al nuevo éxito espectacular de la vieja tendencia humana a mentir. En una ocasión, Keyes, entrevistado por Łukasz Pawłowski de la revista semanal online “Kultura Liberalna”, declaró sin rodeos:
Sabemos mentir, lo que nos da una ventaja evolutiva sobre los animales o enemigos. Sin embargo, nos hemos visto limitados no solo por la moralidad sino, sobre todo, por las relaciones cercanas con personas que nos descubrirían a través de nuestras mentiras. Aunque actualmente, vivimos en comunidades mucho más grandes, donde estamos rodeados de extraños que no pueden reconocer el engaño. En Internet estamos tan alejados que ni siquiera usamos nombres reales, sino seudónimos. Todos estos factores favorecen la inclinación humana natural hacia el engaño y, al mismo tiempo, privan al hombre de los frenos tradicionales. [...] Creo que en la vida, nos guiamos por la moralidad en menor medida y somos más mentirosos que nuestros padres o abuelos. Nuestro entorno no brinda suficiente contrapeso a las tendencias fraudulentas.
Además, según Keyes, no solo mentimos más a menudo que antes, sino que somos más susceptibles de aceptar las mentiras de otras personas. Esta es una fuente de éxito político de las personas como Donald Trump. El actual presidente de los Estados Unidos durante la campaña electoral del año pasado demostró ser un mentiroso por hacer declaraciones falsas públicamente en más de una ocasión. Resultó que para un gran número de votantes estas enunciaciones eran de poca importancia. Trump, al parecer, practicaba en un espacio más grande y a una escala mayor lo que los habitantes contemporáneos de EE. UU. (y probablemente la mayor parte del mundo) conocen perfectamente en su vida cotidiana.
La post-verdad teológica
¿Puedes protegerte contra la post-verdad? ¿Podría el cristianismo ayudar en esta defensa? Desafortunadamente, se puede notar que a menudo es igual de vulnerable ante la post-verdad. De acuerdo con el sacerdote, profesor (título académico polaco) Andrzej Draguła, la post-verdad ya tiene lugar en la Iglesia Católica, en la que se puede observar en el fenómeno del llamado “Magisterio paralelo”.
Consiste en el hecho de que en la enseñanza de la Iglesia (y en particular, en los últimos años, en la enseñanza del Papa Francisco) la obediencia ha sido reemplazada por la aceptación o la falta de ella por motivos emocionales. Al mismo tiempo, aumenta el rango autoritario de algunas personas a las que por diversas razones los fieles están más inclinados a creer que al mismo Papa, por ejemplo: los exorcistas, los columnistas religiosos, los blogueros o los predicadores de Internet o radio.
Mientras tanto, en la historia de la Iglesia, las opiniones individuales siempre han estado sujetas a la verificación de la autoridad. En la era actual (principalmente debido a las capacidades técnicas de los nuevos medios de comunicación), la “post-verdad teológica” efectivamente compite con el Oficio de la Enseñanza de la Iglesia. El orden objetivo a menudo difiere de las creencias y expectativas subjetivas de los fieles. Cada vez está más claro que la Iglesia, para defender su integridad, debe oponerse firmemente a la post-verdad. Sin embargo, por el momento no parece ser consciente de ello, ni de los medios con cuya ayuda podría hacerlo con eficacia.