La leyenda es enormemente sugestiva, sin embargo, no es del todo verdadera
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Cada equinoccio de primavera, Chichén Itzá (y otras muchas zonas arqueológicas de México), la imponente ciudad maya de Yucatán, se ve abarrotada por miles de turistas que acuden a ver el espectáculo de la supuesta bajada de la deidad en forma de serpiente que ellos llamaban Kukulcán.
Un fenómeno de luz y sombra desciende por la escalinata norte de la pirámide llamada del Castillo, o de Kukulcán, asemejando los rombos o triángulos dorsales iluminados que harían parecer una serpiente de cascabel.
La creciente afluencia equinoccial a Chichén Itzá de turistas nacionales y extranjeros viene dada por la especie que se ha esparcido de que este fenómeno se da solamente entre el 20 y el 21 de marzo de cada año y que el diseño arquitectónico de la pirámide fue cuidadosamente planeado, con el objetivo –entre astronómico y ritual– de registrar la fecha en la que el día y la noche ocupan tiempos iguales.
Es el fenómeno conocido como la bajada de Kukulcán, efecto que se produce antes de la puesta del sol sobre la pirámide del Castillo, dando la impresión del descenso de una serpiente de cascabel.
La leyenda es enormemente sugestiva, sin embargo, no es del todo verdadera. O más bien, no es verdad que este haya sido el objetivo de los mayas: el de realizar un juego de reflejos para mostrar que conocían los tiempos equinocciales y, con ese conocimiento, rendirle culto a Kukulcán.
Una reciente investigación presentada en la revista Arqueología Mexicana por los investigadores Ivan Sprajc y Pedro Francisco Sánchez, demuestra que el mismo efecto de luces y sombras puede observarse unos días antes y unos días después del equinoccio de primavera.
Por ejemplo, en 2017, el fenómeno duró 15 días: del 15 al 29 de marzo. Y la composición de los siete triángulos iluminados y las seis sombras intermedias –dando como suma el número 13, de “obvio significado calendárico y simbólico” dicen los investigadores—no puede ser evidencia de un “marcador equinoccial”.
Los autores del estudio refieren que no se tiene ningún indicio de que fueran particularmente importantes los siete triángulos iluminados en el (indudable) conocimiento astronómico de los mayas.
Es más, aparecen más triángulos iluminados a la caída del sol. Varios días después del equinoccio de marzo, empieza a formarse el octavo triángulo. Hacia mediados de abril, aparece el noveno visualmente más significativo que solo siete.
Tenían adelantos, pero no éste
Si se tratara de lo que piensa la gente que asiste al espectáculo (y las reservaciones se dan con mucho tiempo de anticipación), es decir, que solamente el juego de siete triángulos y seis sombras se da en el equinoccio de primavera con exactitud, se podría determinar una fecha, pero la investigación deja en claro que “ninguna fecha puede determinarse con precisión tan sólo observando el juego de luz y sombra”.
Para sustentar la idea existe “un efecto comparable” que se produce alrededor del solsticio de diciembre en la escalera de una pirámide, también llamada del Castillo, en Mayapán, otro vestigio arqueológico maya en Yucatán.
El fenómeno se observa durante aproximadamente un mes antes y después del solsticio, también con el variable número de triángulos iluminados, por lo que tampoco pudo servir para fijar una fecha.
Así las cosas, los investigadores echan un balde de agua fría a la leyenda del equinoccio y la bajada de Kukulcán por la escalinata norte de la pirámide destinada a honrar a esta deidad maya en Chichén-Itzá.
No existe ningún dato acerca de cuál habría sido el fenómeno deseado ni se sabe cuántos triángulos se habían propuesto observar los mayas, ni en qué fecha ni en qué momento del día. Tampoco si tales efectos se lograron realmente a propósito.
Parecería que los solsticios y los equinoccios eran las fechas más importantes para los antiguos mesoamericanos, pero no es así. Aunque miríadas de turistas vayan hoy a “cargar energía” y a ver la bajada de Kukulcán en Chichén-Itzá o en otras zonas arqueológicas como Teotihuacán, lo cierto es que “resulta poco probable que el concepto de equinoccio haya sido conocido en Mesoamérica”.
El grado de saber astronómico alcanzado por los mayas y otros pueblos mesoamericanos fue muy relevante, pero las orientaciones astronómicas en la arquitectura “revelan que fueron capaces de registrar con mucha precisión no sólo las posiciones del sol en diversas fechas, que en su contexto cultural eran mucho más importantes que los equinoccios”, terminan diciendo Ivan Sprajc y Pedro Francisco Sánchez.