Los apóstoles reaccionan con perplejidad, culpa, duda y traición cuando Jesús revela: “Uno de ustedes me va a traicionar”
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Sin duda, la comida más controvertida y atemporal de la historia es la Última Cena. Este significativo evento fue inmortalizado por Leonardo da Vinci en una pintura tan magnífica como polémica. Nacido en 1452, Leonardo da Vinci (literalmente de Vinci, una región en Florencia) tenía un desinhibido deseo de conocimiento. Genio polifacético, su interés en arquitectura, ingeniería, escultura, matemáticas, ciencia, anatomía, biología, astronomía, etc., le valió el epíteto de “El hombre del Renacimiento”.
En su representación de una historia registrada en los cuatro Evangelios, la Última Cena de Leonardo trae a la vida la acción de la mente y el alma. Fue encargada en 1495 por Ludovico Sforza, Duque de Milán, para el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie. La iconografía sacramental estaba destinada a crear una extensión ilusoria que transportara a los frailes comensales a “sala en la planta alta”.
El escenario es una habitación rectangular enmarcada por el techo y unos tapices en los lados. La sala termina con unas ventanas en la pared del fondo. El equilibrio lo establece un gigantesco mantel blanco. Cristo ocupa el centro de la composición con dos grupos de tres apóstoles a cada lado. La pintura refleja la reacción de los apóstoles ante la acción de Cristo cuando reveló: “Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar”.
La respuesta fue desconcertante y tensa. Bartolomé en el extremo izquierdo se pone de puntillas, perplejo. Simón el Zelote en el extremo derecho se encoje de hombros con una expresión de “No tengo ni idea” en supuesta respuesta a Mateo y Tadeo. Este elemento de contraste de “tira y afloja” crea una sensación de energía entre medias. Junto a Bartolomé, Santiago el Menor repite “No os preocupéis, no se refiere a nosotros”, mientras que a Andrés, con sus manos levantadas, le podemos escuchar diciendo “A mí no me miréis, yo no tengo nada que ver”.
El siguiente grupo a la izquierda de Cristo es curioso. Santiago el Mayor extiende sus manos con gesto de “¿Qué estás diciendo, Señor?”, mientras que Tomás, como de costumbre, levanta el dedo con gesto de duda. Felipe, con sentimiento de culpa, se alza de su asiento preguntando “¿Acaso soy yo, Señor?”. La intersección del dedo alzado y del brazo extendido forma una cruz alegórica. El dedo de Tomás también es un testimonio de la Resurrección, de su declaración de “¡Señor y Dios mío!”. Así, se mezcla el futuro con el presente.
Sin embargo, el grupo con más discusión es el que está a la derecha de Cristo. Evocando al Evangelio, Pedro se inclina hacia delante señalando a Juan que pregunte a Jesús a qué se refiere. La mano izquierda de Pedro toca el hombro de Juan, mientras que su izquierda sostiene un cuchillo. Por supuesto, alguien poco familiarizado con la Escritura podría creer que es un cuchillo de mantequilla. Pero el cuchillo aquí predice el intento de Pedro, más tarde esa misma noche, de rebanar la oreja de Malco, el esclavo del sumo sacerdote.
Jesús es el único que sabe lo que trama Judas, pintado en un nivel más bajo, en sombras. Distraído por Pedro y Juan, Judas se acerca inconscientemente a coger el mismo cuenco que Jesús. Es interesante ver cómo la ansiedad eclipsó el ingenio de los apóstoles y su capacidad para reconocer al traidor. El brazo de Judas sobre la mesa y el monedero en su mano presagia el episodio de traición. Derramando el salero sobre la mesa, Judas confirma la expresión medieval de “traición por sal” (es decir, “traicionar al propio maestro”). Las contrastadas posturas de Pedro y Judas son eco de su reacción a sus traiciones: Pedro se acerca a Jesús, mientras que Judas se aleja.
En medio de toda esta confusión y caos, la perspectiva lineal de Leonardo nos acerca al rostro de Jesús. Ágape, afirma, ¡Ágape! El halo de la ventana declara Su santidad. Su posición serena nos eleva, creando un sentido de lo eterno, uniendo lo terrenal y lo divino. Queda capturado un segundo momento aquí, el de la Institución de la Eucaristía. Las manos de Cristo se aproximan simultáneamente al pan y al vino, símbolos de Su Cuerpo y Sangre, un sacrificio que nos ganó la salvación. La postura de Cristo forma un triángulo, sugiriendo la Trinidad.
Leonardo utiliza luz y sombra, colores, percepción, geometría, anatomía, contraste, profundidad y unísono para crear esta obra de arte y realzar la historia. Sin embargo, llevó su experimentación demasiado lejos. Pintada sobre yeso seco con témpera (en vez de con la técnica de fresco que une la pintura al yeso húmedo), la pintura quedó demasiado pronto afectada por la humedad y la degradación. Aun así, refleja el genio del hombre.
Misterios desenmarañados, secretos desvelados, universalmente reconocida, constantemente escudriñada e incansablemente duplicada; el legado de la Última Cena de Leonardo da Vinci es atemporal. Cuando es leída a través de la ventana del alma, actúa como catalizador entre lo natural y lo sobrenatural. Excita el pensamiento, remueve las emociones y fortalece la fe. ¡Nos ayuda a celebrar el sacrificio y la salvación de Él que es eterno!
Este artículo se ha publicado en colaboración con Indian Catholic Matters.