Todos los temperamentos son buenos en igual forma y de manera innata, y todos son necesarios para formar una sociedad sana.
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Identificar el temperamento de cada miembro de la familia es clave para comprenderle y relacionarse mejor con él.
¿Tienes algún hijo amante de la lectura que te responde a un frenético “¡Ponte los zapatos, coge el abrigo y al coche!” con una mirada embobada por la ventana, contemplando la existencia humana y limpiando sus gafas?
¿O quizás tienes una radiante e ingeniosa hija que dedica dos horas a combinar sus pasadores y luego te explica durante mucho tiempo la importancia de este esfuerzo (mientras tú intentas cocinar con un revoltoso bebé apoyado en tu cadera)?
Si tu respuesta es sí a cualquiera de estas preguntas, quizás también tengas un “tardón” en casa.
Las cosas más sencillas, como atravesar una habitación, comerse una pera o darse una ducha, adquieren un ritmo más de oso en hibernación profunda invernal que de otro ser humano.
Como madre de varios “tardones”, me he convertido en estudiante de su programación interna, que es absolutamente imposible de cambiar (ni falta que hace). Sin embargo, en vez de considerar su lentitud como una afección, he aprendido a valorar sus múltiples virtudes.
Por ejemplo, los tardones tienden a ser minuciosos. Aunque un tardón necesita tranquilamente tres horas para limpiar un cuarto de baño, al final esas baldosas van a quedar resplandecientes. Además, los lentos siempre son muy sensibles, siempre. En nuestra familia, son los dignos de confianza para sostener en brazos al bebé o para recordar los cumpleaños.
Tipos de temperamentos
Últimamente, un libro me ha estado ayudando a nutrir a mi mayor tardón con un poco más de amor: The Temperament God Gave Your Child [El temperamento que Dios dio a tu hijo], escrito por el veterano consejero católico Art Bennett y su esposa Laraine Bennett.
Los Bennett, que son padres de cuatro hijos, han escrito varios libros sobre el tema del carácter, sobre la antigua teoría filosófica griega de que cada persona es creada con una serie de rasgos de personalidad innatos que entran dentro de cuatro categorías principales:
- coléricos,
- melancólicos,
- flemáticos
- sanguíneos.
El libro, que promete ayudar a “motivar, disciplinar y amar a tu hijo”, recientemente me inspiró a escribir un programa diario para mi Tardón mayor.
Por cierto, los Bennett clasificarían a mi hijo como melancólico y me animarían a evitar órdenes impulsivas que le dejen exhausto y derrotado.
El temperamento es clave para entender al otro
“Cuando entiendes el temperamento único de tu hijo”, aseguran los autores, “tienes la clave para comprender su comportamiento, su ánimo y sus fuerzas motivacionales”.
Descubrí que la afirmación anterior no solo es cierta para entender el temperamento de mis hijos, sino para comprender mejor el de muchos seres queridos de mi vida, mi marido en particular.
Y hablando de mi marido, él es un poco tardón también, y este libro me enseñó por qué cambiarle los planes en el último minuto suele terminar en discusión.
De igual forma, mi marido se ha beneficiado de aprender que mi temperamento es el opuesto polar del suyo: soy una sanguínea, voy bien con los cambios repentinos de planes.
Los libros de los Bennett apuntan pronto a que todos los temperamentos son buenos por igual, por naturaleza, y que todos son necesarios para formar una sociedad sana.
Pero, por encima de todo, el estudio de los temperamentos me ha mostrado lo poderoso que puede ser solo un poco de comprensión a la hora de amar, aceptar y colaborar con cada miembro de mi familia, especialmente los que tardan 25 años en ponerse los zapatos.
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