A veces hay mejores opciones que decir “lo siento”.
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No voy a hacerlo, me lo he prometido. No voy a disculparme.
Aquella misa matinal de Pascua estaba más concurrida de lo habitual, así que tuvimos que apretujarnos en una fila junto a un jovencillo soltero, que estaba tan al borde del banco que apenas podía decirse que estuviera sentado.
Mis hijos estaban siendo lo que son, niños. El de dos años empezó a repetir “¿¿Tienes tus pezones??” (no estoy segura de qué pasaba por su mente, para ser sincera). El recién nacido quería el pecho. Cuando llegó el momento de dar la paz, abrí la boca con la intención de susurrar un “¡Gracias por tolerar la invasión!”, pero lo que salió fue un “¡Lo siento mucho!”.
Pero no lo sentía, porque no habíamos hecho nada malo. Los cuatro nos estábamos comportando lo mejor posible, solo que nuestra mejor intención no resultó suficientemente discreta.
Digo “lo siento” muy a menudo. No solo cuando lamento algo de verdad porque sé que he hecho algo mal, no, normalmente me disculpo a modo de defensa. Es una forma de desarmar el enfado de otra persona antes siquiera de que aparezca.
Es algo manipulador, pero efectivo. Es bastante difícil que te digan que tienes que mejorar cuando te adelantas con una autocrítica. Sin embargo, al mismo tiempo, este hábito puede llegar a erosionar mucho tu autoestima.
Cada vez que te disculpas por algo que no puedes controlar o que no es realmente un problema, te convences un poco más de que sí tienes un motivo para disculparte.
Se denomina Efecto de Verdad Ilusoria. La gente no solamente tiende a creer que algo es cierto conforme más lo escuchan repetir, sino que tiende a creer una mentira incluso cuando sabe que no es verdad.
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El Efecto de Verdad Ilusoria es lo que hace que los eslóganes publicitarios funcionen tan bien o lo que facilita que las fake news y los cotilleos se extiendan con tanta rapidez, y hace muchísimo daño. Cada una de esas disculpas innecesarias socava poco a poco nuestra confianza y autoestima.
Hay muchas mejores opciones que decir solamente “lo siento”. ¿Seguro que en realidad no intentas decir “gracias”? La artista Yao Xiao lo expresa con claridad. “Si quieres decir gracias”, escribe, “no te disculpes. No digas ‘Perdona, estoy hablando mucho’, sino ‘Gracias por escucharme’”.
Me encanta este consejo. Podría haber dicho al joven del banco: “Gracias por hacernos un hueco”. ¿No habría sido mejor para ambos?
Estoy tratando de reducir las disculpas que derivan de inseguridad por una serie de razones. No me ayuda y, lo que es peor, en realidad no es justo para los demás.
Cuando digo a mis invitados, “lo siento, mi casa está hecha un desastre”, en realidad intento que la otra persona diga “No seas tonta, ¡está estupenda!”.
Es manipulador y haces responsable a la otra persona de tu propia inseguridad. La pone en una posición en la que si no quiere tranquilizarte, resulta incómodamente obvio.
Con frecuencia, en vez de disculparte por algo que no es un problema, lo mejor es no decir nada en absoluto. ¿No tienes claro si alguien está enfadado contigo? No presupongas. No des el primer paso anticipándote. Espera a que responda y luego reacciona en consecuencia.
Total, que después de la misa de Pascua, el hombre al que me disculpé se me acerca: “¿Puedo decirte una cosa?”, y yo me preparé para una bronca. “Normalmente no me molesta que los niños hagan ruido en misa”, afirmó. Y yo esperé al inevitable “pero…” preparando un contraargumento. Solo que no continuó ningún “pero”. Eso era todo.
Normalmente no me molesta… Estaba intentando tranquilizarme. Creo que le miré desconcertada largo rato antes de entender lo que estaba pasando. Y aprendí la lección: mis disculpas no siempre son necesarias.
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