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La fiesta de Sant Jordi, patrón de Cataluña, es redonda. El 23 de abril se vive con una intensidad inusitada porque es el día del Libro y la Rosa.
De ahí partió la iniciativa que finalmente la Unesco reconoció oficialmente en 1994 al nombrar esta jornada como Día Mundial del Libro y de los Derechos de Autor.
De Sant Jordi tenemos pocos datos históricos, aunque la presencia como patrón de diversos territorios es extensa: Reino Unido, Bulgaria, Georgia, Portugal... En el caso de la histórica Corona de Aragón, se difundió su devoción por áreas que hoy corresponden a Italia (Nápoles y Sicilia) o a diversas comunidades autónomas españolas, entre ellas Aragón y Cataluña.
Un caballero de leyenda
La leyenda de Sant Jordi cuenta que en un reino había una princesa muy bella. Los habitantes del lugar estaban aterrados porque un dragón los acechaba. El dragón exigía que le entregaran a una muchacha y la princesa se ofreció por salvar a su pueblo.
Sin embargo, cuando ya el dragón estaba a punto de devorarla, apareció un valiente caballero enviado por Dios y le clavó una lanza mortal. De la sangre que cayó al suelo, brotó un rosal y Sant Jordi le ofreció una rosa a la princesa.
A partir de esta hermosa leyenda, nació la tradición de regalar a las mujeres una rosa el día 23 de abril, por lo que se convirtió en el Día de los Enamorados.
Parece que es una tradición centenaria
Por otra parte, la fiesta del Día del Libro parece ser una tradición secular. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Se trata de una campaña de promoción que puso en marcha un editor llamado Vicente Clavel en el año 1926.
En honor a Cervantes
De origen valenciano pero afincado en Barcelona, Clavel era propietario de la editorial Cervantes y puede decirse que fue un gran animador cultural: convenció a libreros, escritores y editores para fijar un día del año como Día del Libro.
Escogió el 23 de abril porque era el día del fallecimiento de Miguel de Cervantes. Años después se supo que aquella fecha no era la real ya que, en la documentación de los difuntos, en el siglo XVII se hacía constar el día del entierro.
El 23 de abril, ¿dies horribilis?
Algo similar ocurrió con Shakespeare, de quien se decía que había nacido el mismo día que Cervantes, 23 de abril de 1616. Pero, oh sorpresa, años después alguien reparó en que Inglaterra se regía por aquel entonces por el calendario juliano y no por el gregoriano, con lo que cual había 11 días de diferencia en el cómputo.
Sea como fuere, jamás imaginó Vicente Clavel que aquella jornada festiva de 1926 se acabaría transformando en el Día Mundial del Libro.
En Cataluña es día laborable pero los enamorados se las ingenian para encontrar un momento para estar juntos: él le regalará a ella una rosa (roja habitualmente) y ella a él un libro.
Las calles están repletas de puestos donde poder ojear las novedades literarias y los escritores se aprestan a dedicar sus volúmenes al lector que se lo pida: desde damas de novela histórica o negra hasta famosos televisivos con una promesa de best seller bajo el brazo.
La venta aproximada de rosas alcanza los 6 millones de unidades, mientras que la facturación de ese día equivale a la venta de un mes para las librerías. La fiesta está en la calle y se anima con sardanas y música popular.