Los serafines nos encienden y nos hacen alabar a DiosEn su reciente exhortación apóstolica Gaudete et exultate, el papa Francisco nos recuerda el llamado a la santidad; un llamado dirigido a cada uno de nosotros.
En este itinerario por los caminos de la santidad, nos encontramos con aquellos “santos que ya han llegado a la presencia de Dios [y que] mantienen con nosotros lazos de amor y comunión.
Podemos decir, continúa diciendo el Papa, que estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios […] No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce” (Gaudete, 4).
Dentro de estos santos se encuentran los Santos Ángeles, quienes ya contemplan continuamente el rostro de Dios (cfr. Mt. 18,10), y que son los amigos de Dios y nuestros.
Ellos nos ayudan a ir construyendo esa figura de santidad que Dios quiere (cfr. Gaudete, n. 18), a asumir esta misión que él mismo Dios nos ha confiado a ti y a mí: “reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio” (Gaudete, n.19).
“La santidad, dice el Pontífice, es vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede implicar reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús…” (Gaudete, 20).
Precisamente en este sentido, la jerarquía angelical, conformada por 9 coros diferentes, nos ayuda, en cuanto sea posible, a esta unión y semejanza con Dios.
Los 9 coros de Ángeles vienen a ayudarnos a asumir este itinerario apasionante de la santidad y así reproducir en nuestras vidas el rostro de Jesús.
El primero de estos coros es el coro de los Serafines. Este coro ha sido llamado por san Jerónimo como aquellos inflamados o, también, aquellos que arden, que queman. Son Ángeles de fuego y de ahí viene su nombre (Serafín es una palabra griega que viene del hebreo y que significa que arde o quema).
Este nombre sólo aparece en el libro del profeta Isaías 6,1-7 donde se describe que encima del templo se encontraban los Serafines que tenían “seis alas: con dos cubrían sus rostros, y con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo el señor de los ejércitos….Y los cimientos de los umbrales se estremecieron con la voz
del que clamaba; y la casa se llenó de humo…”.
Esta descripción que nos presenta el profeta pone al coro de los Serafines como el coro más cercano a la Majestad, al trono de Dios y de ahí que “ardan” y “quemen”. Arden de amor y queman con el amor que está presente en Trono de Dios.
San Luis Gonzaga escribe de este coro que “son una especie de hoguera espirituales, ardiendo siempre en divina caridad; y no sólo están ellos encendidos, sino que comunican su fuego y luz…”.
Así mismo, el profeta Isaías en la visión descrita anteriormente, describe que los Serafines “teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: “He aquí que esta tocó tus labios, y quitará tu culpa, y tu pecado será limpiado” (cfr. Is. 6, 7).
Es la misión de este coro de purificar nuestro amor y encenderlo, avivarlo con el fuego del amor de Dios.
En ocasiones nuestro amor es tibio, sin compromiso y así “no te santificarás sin entregarte en cuerpo y alma para dar lo mejor de ti en ese empeño” (Gaudete, 25).
Este obstáculo en nuestro camino hacia la santidad nos lo remueve el coro de los Serafines y nos vuelven a inflamar con fortaleza y diligencia en el amor de Dios.
Este fuego es el que te hará cantar y proclamar junto con ellos que Dios es Santo, santo, santo. Celebrarás con ellos esta santidad de Dios que es lo que caracteriza todos los demás atributos divinos.
Y este cantar y proclamar la santidad de Dios lo harás, si te unes a los Serafines, con tal fuerza que hasta los “cimientos se estremecen”.
Que este sea una invitación para seguir este camino que el papa Francisco nos ha recordado: abrazar con toda nuestra fuerza el camino de la santidad proclamando: santo, santo, Santo es el señor.