La famosa compañía de ballet ahora tiene programas para niños con parálisis cerebral.
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Todo empezó con una carta. Natalia Armoza escribió al Ballet de la Ciudad de Nueva York pidiendo un taller para su hija de 5 años, Pearl, y para otros niños con parálisis cerebral. La compañía ya ofrecía talleres de 45 minutos para ayudar a niños a aprender más sobre ballet y para tener una experiencia única con sus bailarines y bailarinas.
Natalia quería que su hija participara, pero no quería acaparar la atención por su discapacidad. Así que escribió a los directores del taller: “Significaría mucho para mi hija y para niños como ella que pudieran participar en un taller del Ballet de la Ciudad de Nueva York y sentir por un día que podrían también convertirse en bailarines de ballet”.
Pasados tres meses de espera, Natalia se sorprendió al recibir una carta de la compañía de ballet que decía: “Estamos muy interesados en su idea y queremos tener una reunión con usted y con el director del Centro de Parálisis Cerebral de la Universidad de Columbia para saber más y hablar sobre las posibilidades”.
Se reunió un equipo con varios médicos, el departamento de educación del Ballet de la Ciudad de Nueva York y algunos ortopedistas, capaces de diseñar un programa adaptado para niños con discapacidades. El centro de discapacidad de la Universidad de Columbia envió ayudantes médicos para cada uno de los participantes y la compañía de ballet designó a dos bailarinas voluntarias que habían recibido formación de profesionales.
El primer programa se estrenó en el otoño de 2014 con 25 niños y la segunda temporada fue en la primavera de 2015 con 19 niños. A partir de esos programas, personas de otras ciudades escribieron pidiendo talleres similares en otras ciudades.
Uno de los objetivos del programa era conseguir que los niños se sintieran independientes y en contacto con sus cuerpos, para poder ser capaces de realizar el taller sin ninguna silla de ruedas, muletas o apoyos, sin siquiera la ayuda de los padres.
Los padres se sentaban para observar cómo disfrutaban sus hijos siendo capaces de moverse libremente y bailar con los profesionales.
Iniciativas como esa nos hacen reflexionar. Sabemos que en muchos lugares el sistema educativo ha sido muy efectivo a la hora de incluir a niños con discapacidades en el sistema escolar. Sin embargo, su experiencia vital va mucho más allá de la jornada escolar. También se extiende a los deportes, el ocio, las artes y muchas otras actividades. Y no es suficiente con “dejarles participar”. Tenemos que hacer el esfuerzo de buscar cómo estos niños pueden vivir con plenitud y disfrutar estas experiencias.
Los programas de integración benefician también, quizás incluso más, a las personas sin discapacidades, según descubrimos por los testimonios de los bailarines. Los otros niños les dan nuevos ojos, una nueva perspectiva.
“La integración ofrece la oportunidad de saber y de poner en práctica valores que a menudo solo conocemos en teoría, empezando por aceptar la diversidad y la diferencia”, afirma la activista de inclusión social Carmen Saavedra. Otros valores incluyen:
- Percatarse del esfuerzo que las personas con discapacidades tienen que hacer todos los días para lograr los mismos objetivos que el resto de nosotros.
- La posibilidad de usar herramientas, estrategias o determinados métodos para alcanzar esos objetivos que con frecuencia son diferentes de los empleados por la mayoría de nosotros, pero que son igualmente válidos.
- Darse cuenta de que ninguno de nosotros es verdaderamente autosuficiente y que todos nos necesitamos mutuamente.
- La práctica de la solidaridad, la cooperación y la ayuda mutua.
Esperemos que un día, como sociedad, estas iniciativas aparezcan en muchos escenarios diferentes. Una sociedad integrada e inclusiva es una sociedad compasiva y generosa que practica la solidaridad… y una sociedad como esa puede traer un gran cambio en todo el mundo.
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