Un cineasta español cuenta en Twitter su testimonio como afectado por una secta pseudoterapéutica
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El tema de las sectas vuelve a estar de actualidad. En España y otros países crece la preocupación social por el crecimiento de las pseudoterapias de tipo espiritual. Además de esta nueva forma de procesos de manipulación y de dependencia personal, algunas producciones televisivas han traído a la primera plana a los grupos sectarios clásicos, como es el caso de la serie Wild, Wild, Country, sobre el gurú Osho.
Precisamente esta serie emitida por Netflix ha dado pie a un cineasta español, Jorge Naranjo, a hacer público un testimonio impactante a través de su cuenta de Twitter. En ella, el director y guionista natural de Sevilla ha revelado que “durante años, asistí en primera persona al nacimiento de lo que hoy podría llamarse una ‘secta’. Hasta hoy, solo mi familia y mis amigos sabían esto”.
Un homeópata chamánico
Naranjo cuenta que, siendo hijo de médicos, hace 14 años empezó a frecuentar un homeópata, lo que “implicaba algo de rebeldía”, aunque también lo hacía movido por su novia. Y ahora afirma lo siguiente: “desde que lo conocí, sentí que ese encuentro me salvó la vida”.
Este pseudoterapeuta –que aún sigue en activo, añade– practicaba la “homeopatía chamánica”. Como en cualquier proceso de pertenencia sectaria, el cineasta explica que “los primeros años fueron los mejores. Me sentía un privilegiado por tener un médico tan especial. Todos los problemas los resolvía con él”. Siempre se repite el mismo patrón: más que un doctor, se trata de un director espiritual, un guía vital.
Unos años después, en 2011, se dio un salto importante: de la consulta personal a la pertenencia grupal: “esa Navidad, nos propuso a varios de sus pacientes más fieles formar un grupo para enseñarnos chamanismo”. Y asegura que lo que comenzó en aquel momento fue “un camino para ser libres que nos convirtió en esclavos”.
El proceso ascendente
Los inicios, siempre positivos: “los primeros encuentros eran gratis. O al menos, nadie pidió dinero. Hacíamos juegos teatrales, encuentros con la naturaleza y el instinto. Íbamos a la playa, lo pasábamos bien”. Pero un año después la cosa cambió: “nos dijo que todos le debíamos 900 euros por eso, o llevarle un paciente nuevo al mes”. Había que nutrir la secta: financiación o proselitismo.
Comenzó el malestar, obviamente: “pronto, empezó a haber voces discordantes. Muchos criticaban el chantaje, pero eran silenciados por el homeópata y el grupo. Otros se planteaban cuándo acabaría todo eso”. El gurú, en su dinámica de manipulación, aplicaba las tácticas clásicas de retención de los adeptos: “si dudabas, te decía que fuera te esperaba el infierno, sobre todo, porque toda tu salud estaba en sus manos”.
El proceso de adoctrinamiento había sido efectivo, después de inculcar a sus seguidores unas ideas muy difundidas en estos entornos de la New Age y de las terapias alternativas, de crítica a la medicina “oficial”, a la industria farmacéutica… También rechazaba la vacunación. Sus enseñanzas eran superiores a lo establecido, así que “dejarlo implicaba enfermar y no tener ningún apoyo”.
Un ambiente irrespirable
Fue pasando el tiempo y “el grupo se radicalizó. Empezamos a controlarnos los unos a los otros con llamadas diarias, averiguando quién hacía (y quién no) los ejercicios que nos habían mandado, ‘hazañas’ que nos cubrían todo el día y nos dejaban agotados para cualquier otra labor”. De esta manera, “el grupo absorbía casi toda nuestra energía”.
Y es que el control de la vida personal fue abarcando progresivamente a los adeptos. Según Jorge Naranjo, “hubo meses que nos teníamos que despertar muchas noches a las 3 AM, lo que nos ocasionaba alteraciones en el sueño, cambios de humor y agotamiento físico”.
Aunque no es el daño más importante que provocan las sectas a sus víctimas, también es significativo el aprovechamiento económico, que el guionista y director resume así: “las consultas llegaron a costar 300 euros (en billetes de 100), más los 50 euros de cada encuentro, más clases de inglés obligatorias que impartían sus hijos, a los que también se les pagaba. En total, unos 400 euros al mes”.
Violencia y abuso
De esta forma, explica, “poco a poco, el dinero (y el sexo) se convirtieron en el motor del grupo. Se pregonaba el amor libre, tener amantes (se quisiera o no), aunque esto pudiera destrozar parejas y familias”. De hecho, no podía haber relaciones sexuales entre los adeptos… una norma que, claro está, podía saltarse el gurú.
En un ambiente como éste de abuso psicológico grupal, no tardó en aparecer la violencia física: “empezaron las bofetadas y los abusos físicos para acallar desobediencias y críticas. Durante un encuentro, uno de los miembros del grupo llegó a recibir hasta 50 bofetadas seguidas. Aquello le cambió su mirada para siempre. Nunca se recuperó”.
Al líder nunca le hizo falta ejercer la violencia física. Bastaba su autoridad (“sólo daba órdenes”), de forma que “si un paciente (hombre o mujer) no golpeaba al otro con energía, un tercero le abofeteaba con toda su fuerza para que aprendiera y arremetiera con rabia contra el segundo”.
La dinámica de manipulación hacía muy difícil salir del grupo, y cuando alguien lo hacía, se ejercía un acoso fuerte al ex adepto. Naranjo cuenta que “hubo un miembro que logró dejar el grupo, pero no se le dejó de perseguir hasta que pagó 6.000 euros al médico, según éste, porque ese era el precio de su libertad”.
Emprender la huida
Tras ser testigo de este hecho, el cineasta se planteó su estancia en la secta: “aquello fue un antes y un después. Hacía mucho tiempo que desconfiaba de lo que estaba pasando y veía a gente arruinar sus vidas (no solo en lo económico) por seguir las indicaciones del médico. No podía más”.
Sin embargo, como ya se ha dicho, “no era fácil salir de allí. Hacía falta mucho valor. O un milagro”. Y este hecho decisivo fue la muerte de su padre. El regreso a su ambiente social anterior a la secta –familia y amigos– “me despertó a un mundo del que fui sustraído”. Entonces fue cuando pudo emprender el camino de salida.
En su caso, el gurú también le exigió un precio por permitirle abandonar el grupo, que ascendió a los 8.000 euros. Pero él se negó a pagárselos, de manera que “el acoso duraría meses”. Jorge Naranjo necesitó terapia y la ayuda de sus amigos para poder superar el miedo, lo que le hizo bloquear su teléfono durante medio año.
La recuperación ha sido difícil, como toda experiencia traumática de paso por una secta: “durante años, tuve una personalidad disociada, y eso generaba conflictos. Por suerte, no todo está roto, y poco a poco he reconstruido mi vida”.
Una historia útil
En muchas ocasiones, los famosos y las personas del mundo del espectáculo sirven como divulgadores de corrientes sectarias y de la New Age, y difunden doctrinas extrañas o propuestas pseudoterapéuticas, haciendo un daño irreparable en una sociedad que los tiene como referentes.
En el caso del cineasta sevillano Jorge Naranjo, relatar su testimonio en un hilo de Twitter le ha servido como un sano desahogo (“para liberarme”) y para una importante función de información y prevención (“por si le sirve a alguien”). En su último tuit afirma que “sólo en España hay miles de sectas así”.