Conoce a Mamerto Esquiú, un fraile argentino famoso por sus discursos políticos
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El papa Francisco conversó con un obispo argentino de la posible beatificación de Fray Mamerto Esquiú, franciscano argentino del siglo XIX de profunda huella en la conformación de la nación argentina.
Según contó Luis Urbanc, obispo de Catamarca, ciudad de la que era oriundo Fray Esquiú, durante una reunión privada con el Papa lo puso al tanto de un supuesto milagro atribuido a la intercesión del venerable Esquiú, a lo que el Papa respondió: “Me alegro mucho y ojalá que cuanto antes podamos tener beatificado de Fray Mamerto”.
Mamerto de la Ascensión nació el 11 de mayo de 1826 en el hogar familiar en Piedra Blanca, Catamarca. A los cinco años enfermó gravemente, y ante las pocas esperanzas por su supervivencia, su madre prometió vestirlo sólo con el hábito de San Francisco.
Su hijo sanó, y desde entonces, el niño Mamerto que luego se convertiría en una de las figuras más emblemáticas de la Argentina del Siglo XX sólo usaría el hábito franciscano, puesto que unos años después, y tras el fallecimiento de su madre, ingresó al Convento.
“Soy tal vez el único mortal que no ha llevado sobre sus carnes otra vestimenta que el hábito de San Francisco. Lo he llevado toda mi vida y espero ha de ser la última mortaja que cubra mis despojos, después de mi muerte. Todo lo que soy y lo que valgo, si es que valgo alguna cosa, lo debo, después de Dios, al hábito de mi padre San Francisco”, explicó Mamerto, muchos años después.
Esquiú es más conocido en la Argentina por ser el Orador de la Constitución. Sus habilidades retóricas le ganaron un fuerte renombre en toda la patria, al que él respondía con suma humildad rechazando loas.
Una de las mayores responsabilidades asumidas en su vida fue la de predicar en la iglesia matriz de Catamarca un sermón que pronto recorrería el país convenciendo incluso a quienes rechazaban la Constitución para que rubricaran la primera carta magna argentina.
Tenía apenas 27 años, y el gobernador Pedro José Segura, convencido de que el joven fraile rechazaría el documento por sus posiciones antiliberales, le encomendó la tarea para el 9 de julio de 1853, aniversario de la Independencia.
Desde entonces, la naciente patria había postergado su prometida paz en revueltas internas sobre cómo organizarse.
Hasta ese día, pocas veces en la naciente patria se habían escuchado y se habrían de escuchar palabras de afecto nacional tan encendidas:
¡República Argentina! ¡Noble patria! ¡Cuarenta y tres años has gemido en el destierro! ¡Medio siglo te ha dominado su eterno enemigo en sus dos fases de anarquía y despotismo! ¡Qué de ruinas, qué de escombros, ocupan tu sagrado suelo! ¡Todos tus hijos te consagramos nuestros sudores, y nuestras manos no descansarán, hasta que te veamos en posesión de tus derechos, rebosando orden, vida y prosperidad! Regaremos, cultivaremos el árbol sagrado, hasta su entero desarrollo; y entonces, sentados a su sombra, comeremos sus frutos. Los hombres, las cosas, el tiempo, todo es de la patria.
No sólo en Catamarca su largo sermón convenció de la necesidad de avanzar en el camino constitucional, pese al espíritu anticatólico que se le atribuía, que Esquiú procuraba contextualizar.
El presidente Justo José de Urquiza hizo imprimir y difundir las palabras de Esquiú. Su fama, así, comenzó a extenderse por toda la Patria.
Y fue designado representante de sus pagos a los distintos encuentros que habrían de organizarse orientados a consolidar la paz y la organización provincial y nacional.
Otro emblemático discurso que le solicitaron fue el de la federalización de la Ciudad de Buenos Aires, en diciembre de 1880.
En esa ocasión, le tocó llegar a la ciudad portuaria en el medio de fuertes manifestaciones anticatólicas. Pero no tuvo miedo.
Y públicamente, expresó cuanta pena le producía tanta apostasía de la fe cristiana. Pero aun así, y confiando en la importancia de consolidar la paz entre las provincias, defendió su designación de ciudad capital:
Permitidme, señores,… considerar el hecho de la capital definitiva de la República, desde la alta región de la Divina Providencia y separarme cuanto me es posible de intereses locales y partidarios. Yo digo solamente que la nacionalidad argentina es un resultado de la ley de la historia, lo es igualmente su forma republicana federal: estos dos hechos providenciales exigen como condición de vida y de paz la capitalización definitiva de Buenos Aires; aceptadla, pues con sumisión.
Ese mismo mes, fray Mamerto fue ordenado obispo, dignidad que ya había rechazado asumir para Buenos Aires. La nueva designación, que aceptó por obediencia, era para Córdoba, pero la consagración tendría lugar en la recientemente designada capital argentina.
Para tal solemne acto le pidieron que usara zapatos en vez de sus clásicas sandalias. Aceptó a regañadientes.
No aceptó, no obstante, que le honraran con una recepción en uno de los hoteles más importantes de la ciudad. A cambio, pidió que se donara el monto a los pobres y que la celebración tuviera lugar en el convento.
Como obispo, Fray Esquiú fue un incansable servidor de pobres y necesitados, “inquieto”, como se definía, y “solícito del bien de todos”.
Recibía a los pobres, a quienes daba todo, y convidaba en su propia residencia. Visitaba cárceles, hospitales, hogares, de manera incansable.
Fray Mamerto Esquiú falleció el 10 de enero de 1883, con una fama de santidad que perdura hasta nuestros tiempos. De confirmarse los avances en su causa de beatificación, podría convertirse en el primer obispo argentino en llegar a los altares.