La reina Catalina incorporó un ritual clásico que hoy continúa celebrándose en la corte real británica
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¿Sabías que la costumbre más tradicional en Inglaterra fue introducida por una mujer católica? La reina Catalina es famosa por haber incorporado nada más ni nada menos que la costumbre de tomar el té, un ritual clásico diario por excelencia que hoy en día continúa celebrándose en la corte real británica. ¿Quién fue esta dama del té?
Una mujer conocida con el apodo de “Drinking Tea Queen”
Esta deliciosa celebración del té se originó en la época victoriana, pero fue la reina Catalina de Braganza, esposa de Carlos II, quien la introdujo como costumbre en la corte inglesa en el año 1662 cuando no era usual beber té.
Catalina era una apasionada de las infusiones, así que no dudó en incorporar varias cajas de té a su dote de boda que seguramente traía de Portugal y que progresivamente, iría introduciendo la tradición en las ceremonias de la corte.
Un par de años después, y gracias a la East India Company, llegaba al puerto de Londres la primera gran importación inglesa de té volviéndose cada vez más popular en Inglaterra y asentándose en la sociedad aristocrática inglesa.
Esta pasión la llevó a ganarse el apodo de “Drinking Tea Queen” y en su honor fueron bien conocidos el Queen Catherine Blended Tea (Harney & Sons) y el Royal Breakfast Tea (East India Company).
Pero más allá de su aporte con la tradición de beber té, encontramos que la vida de esta mujer tuvo un gran impacto en otras áreas más profundas y, muy especialmente, en la vida de la gente que la rodeaba. De hecho, fue tan amada y persistente que, en eterno homenaje, dieron su título de “Queens” a uno de los cinco distritos neoyorquinos.
¿Cómo fue la vida de la reina Catalina?
Catalina era una joven portuguesa que poseía buenas cualidades y había sido criada en un convento. Su piedad era ampliamente conocida y fue una característica que el rey admiró mucho en su esposa.
Contenta y serena, cuando Catalina se enteró de su inminente boda, pidió permiso para hacer una peregrinación a su santuario favorito en Lisboa y a los veintitrés años se casó con el rey Carlos en Portsmouth con dos ceremonias.
La ceremonia católica fue realizada en secreto, y otra anglicana se realizó públicamente en la capilla de Domus Dei, ya que una de las condiciones para el arreglo del matrimonio había sido que pese a ser un país protestante, ella podría seguir profesando su fe católica sin interferencia.
Por lo que se conoce de su vida, le encantaba jugar a las cartas y más de una vez conmocionó a los protestantes devotos ya que jugaba los días domingos. Tenía un espíritu alegre y le gustaba mucho bailar y organizar máscaras.
Además, tenía un gran amor por la naturaleza, el campo y los picnics, así como también el deporte en los que la pesca y el tiro con arco se convirtieron en pasatiempos favoritos. También se inmiscuyó en la moda, siendo considerada entre las mujeres de la corte como una vanguardista en usar vestidos más cortos descubriendo sus pies.
Pero no sólo su vida giraba entorno a las cosas concretas materiales, sino que su espíritu miraba aún más profundo. En 1664 cuando su pintor favorito, el católico holandés Jacob Huysmans, la pintó como Santa Catalina de rodillas y con la palma de mártir, mostró su deseo por la santidad estableciendo rápidamente una tendencia entre las damas de la corte.
Luchadora incansable en el amor
Catalina no fue una reina particularmente popular por ser católica romana y su vida no estuvo exenta de grandes dificultades siendo blanco de duras críticas, no sólo a causa de su fe (aunque la profesaba en privado), y su proximidad al rey que la convertía en blanco de anticatólicos, sino también el hecho de que al ser portuguesa al principio tuvo que adaptarse a otro idioma y soportar las infidelidades del rey durante toda su vida.
Con el tiempo, su ejemplo, tranquilidad, lealtad y afecto genuino para Carlos cambiaron la percepción del público respecto a ella.
Otro gran problema al que se enfrentó fue el hecho de que estuvo embarazada tres veces, y en todas las oportunidades sufrió abortos involuntarios. Por eso, los consejeros del rey le insistían a éste que opte por el divorcio de modo que contrayendo matrimonio con una mujer protestante y fértil, pueda dar un heredero al trono.
Sin embargo, Carlos siempre rechazó la opción del divorcio y ella tampoco consideró separarse de él, incluso sabiendo que su esposo le era infiel y tenía hijos ilegítimos con otras mujeres.
La conversión de su esposo
Existía cierta distancia entre el rey y la reina a causa de las infidelidades de él. Sin embargo, la relación que tenían era cálida y ella se dirigía a él dulcemente con visitas más largas y más frecuentes hacia el final de su vida.
Carlos estaba agonizando mientras pedía ver a Catalina. Ella le envió un mensaje diciendo “Imploro tu perdón si te ofendí durante tu vida” a lo que él respondió “¡Pobre mujer! ¿Ella me pide su perdón? Yo soy el que implora el suyo con todo mi corazón”.
El deseaba la reconciliación con la fe católica y cuando supo que se estaba muriendo, un sacerdote, el Padre John Huddleston, fue enviado con gran discreción a sus habitaciones. Carlos fue admitido en la Iglesia Católica y recibió la extremaunción antes de morir.
Protectora y devota de su fe
Catalina nunca había estado involucrada en la política inglesa, pero ansiosa por volver a establecer relaciones con el Papa y tal vez obtener el reconocimiento de la independencia portuguesa, ella envió a Richard Bellings, más tarde su secretario principal, a Roma con cartas para el Papa y varios cardenales.
En 1669 ella misma se involucró en la asistencia de Candia en Creta – en ese momento sitiada por los turcos- cuya causa era promovida por Roma, aunque no logró convencer a su marido para tomar cualquier acción. En 1670, como un signo de su creciente favor con el Pontífice solicitó y obtuvo objetos de devoción.
En sus cartas a su hermana su devoción se describe abiertamente y se conoce que en su hogar era recurrente la visita de sacerdotes.
En 1665 Catalina decidió construir una casa religiosa al este de St James para ser ocupada por trece franciscanos portugueses de la orden de San Pedro de Alcántara. La misma fue terminada en 1667 y se conocería como El Convento (The Friary). De hecho, sus capillas tanto en St. James como en Somerset House, eran los únicos lugares en Londres donde los católicos podían rezar libremente.
En 1673 una ley había sacado a todos los católicos de los cargos públicos y los sentimientos anticatólicos se intensificaron en los años siguientes. En 1675 el estrés ante una posible consideración del proyecto de divorcio llevó a enfermarla.
Ese mismo año todos los sacerdotes católicos irlandeses e ingleses recibieron la orden de abandonar el país, dejando a Catalina dependiendo de sacerdotes extranjeros, además de ser criticada por apoyar supuestamente la idea de nombrar a un obispo en Inglaterra para resolver las disputas internas de los católicos y por permitir que católicos ingleses asistan a su capilla privada.
Como cada vez eran más duras las medidas puestas en marcha contra los católicos, Catalina nombró a su amigo y consejero cercano, el católico devoto Francisco de Mello, embajador de Portugal en Inglaterra, como su Señor Chamberlain.
Fue un movimiento inusual y controversial, pero “deseando complacer a Catalina y quizás demostrar la inutilidad de movimientos para el divorcio, el Rey le concedió su permiso”. Sin embargo, De Mello fue despedido al año siguiente por haber ordenado la impresión de un libro católico, dejando a la atribulada Catalina incluso más aislada en la corte.
La conspiración papista y su regreso a Portugal
Como uno de los católicos de más alto rango en el país, Catalina era un blanco obvio para los extremistas protestantes, y no fue de extrañar que la conspiración papal de 1678 haya amenazado directamente su posición.
Sin embargo, ella siempre estuvo segura del apoyo de su esposo quien le había dicho a Gilbert Burnet “ella nunca podría hacer nada malo y sería una cosa horrible abandonarla”. Además, la mayoría de personas en la Cámara de los Lores la conocían y la respetaban. Por eso, negaron por años la posibilidad de distituirla.
Sin embargo, tras la muerte de Carlos las cosas se pusieron peor para ella ya que no podía contar más con su apoyo. Catalina se quedó en Inglaterra, pero su posición se fue deteriorando a causa de su fe. Una medida económica fue introducida en Parlamento para limitar el número de sus funcionarios católicos y ella fue amenazada en no contrariar al gobierno.
Como reina viuda, pasó tres años practicando abiertamente su religión sin miedo, mientras que el católico Jacobo II estaba en el trono. Pero después de su exilio en 1688 tras la famosa “revolución gloriosa”, bajo el reinado de Guillermo y María todas las capillas católicas fueron cerradas y la casa de Catalina se redujo drásticamente ubicándola en un alojamiento más austero.
Por varios años ella sintió que era su deber quedarse y representar la fe católica en Inglaterra, pero finalmente la cruz que había cargado tan valientemente en contra de la intolerancia rencorosa de la reina María se hizo demasiado grande y se las arregló para volver a través de Francia con el apoyo del primo de Carlos, el rey Luis XIV de Francia, a su tierra natal.
De ese modo regresó a Portugal en 1699, donde cuidó y fue mentora de su sobrino, el príncipe Juan, quien había caído en una gran depresión. Catalina una vez más, fue un verdadero instrumento para levantarle el ánimo al príncipe transformándose en un pilar para el joven, como tutora y figura femenina principal en su vida.
En 1703 apoyó el Tratado de Methuen (Treaty of Methuen) entre Portugal e Inglaterra, conocido por ser el texto más breve de toda la historia diplomática europea pero que terminó siendo beneficioso para Portugal, asumiendo una posición de defensa más férrea frente a la dominante posición británica.
Así, puedo mantener una fuerte posición política en un escenario que se reveló como fundamental en la preservación de la integridad territorial de su colonia más importante que fue Brasil, como sostiene el economista brasileño Celso Furtado en su obra “Formación Económica de Brasil”.
También actuó como regente de su hermano Pedro II, en 1701 y 1704-1705 y aunque no sabemos cómo fueron los últimos días previos a su muerte en el Palacio Bemposta en Lisboa el 31 de diciembre 1705, sí sabemos que fue enterrada en el Monasterio de São Vicente de Fora Lisboa.