En la abadía de Val Notre-Dame en Canadá, encontramos unos monjes abiertos al mundo viviendo enclaustrados en un monasterio. El libro “Val Notre-Dame. L’abbaye dans les bois”, los fotógrafos Bruno-Jean Rotival y el hermano Bruno-Marie atestiguan esta paradoja
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Lo bueno de un premio es que a veces da una nueva vida a una obra. Es el caso del libro Val Notre-Dame. L’abbaye dans les bois [Val Notre-Dame. La abadía en el bosque], galardonado el pasado mes de mayo con el premio canadiense de Comunicación y Sociedad en la categoría de Libro de temática espiritual. Hace ya unos meses que leí y admiré este hermoso libro.
Quería hablar de ello, pero otros artículos monopolizaron mi tiempo y luego lo olvidé. Debo decir que tengo un especial apego a esta comunidad cisterciense, ya que la conocía desde dentro cuando estaba arraigada en Oka, Quebec, donde viví una experiencia monástica de 1973 a 1977. Además, hace dos años, di el retiro anual a una veintena de monjes que ahora viven en Val Notre-Dame. Tuve tiempo de impregnarme del aroma de estos lugares, incluso en invierno, cuando el desierto blanco casa con la sobriedad de los monjes.
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Este libro nació del deseo de Bruno-Jean Rotival, especializado desde hace más de 30 años en fotografía en entornos monásticos. Quería compartir la belleza de la nueva abadía, este entorno de cristal enclavado en el corazón de un bosque de Lanaudière, rodeado de colinas y montañas, cerca del municipio St-Jean-de-Matha. En un epílogo revelador, comparte su arte poético de la fotografía, donde la mirada se consagra al ser, entre el silencio y la contemplación, la sombra y la luz, el blanco y negro, sin olvidar “el color vibrante, cegador y orante de Val Notre-Dame, este color necesario, indispensable para que se ilumine la oración de los hermanos de san Benito” (p. 240).
Para descubrir la belleza del lugar, haz clic sobre la galería de imágenes:
Lo visible para reflejar lo invisible
La abadía de Val Notre-Dame no brotó del bosque por arte de magia. Poco a poco fue madurada por los monjes de Oka, diseñada por el arquitecto Pierre Thibault, que aceptó maravillosamente el reto de “inscribir en el espacio” el equilibrio que busca la vida monástica. Aquí, lo visible refleja lo invisible, el tiempo florece en la eternidad, al ritmo del año litúrgico que unifica toda la vida.
El libro refleja este éxito arquitectónico en la magnífica publicación de la editorial Médiaspaul en Montreal. Atestigua, en una suerte de teología de la belleza, de la unidad de los lugares y de los corazones, estas “miradas y juegos en el espacio”, por utilizar el título de la obra maestra del escritor canadiense Saint-Denys Garneau. Las 250 fotos del libro responden como un eco, desde el exterior hacia el interior, que revela la presencia inefable. Desde el exterior, a través de las coloridas imágenes del hermano Bruno-Marie, que descubrió su talento como fotógrafo; a él le debemos la foto de la portada del libro. Desde el interior, a través de las fotografías enmarcadas de Bruno-Jean Rotival, donde los cuerpos de los monjes salmodian el oficio con los paisajes que les rodean. “Regocíjese el campo con todos sus frutos, griten de gozo los árboles del bosque” (Sal 96, 12). La abadía misma se convierte en un bosque para celebrar el misterio pascual al paso de las estaciones.
Lee el resto del artículo en el blog de Jacques Gauthier.