¿Quién no desea una vida serena? Aquí varias ideas para lograr paz en el día a día. Ahora vivir el presente es más necesario que nunca
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La calma y la tranquilidad son estados que uno encuentra, pero también actitudes que uno prepara. ¿Quieres un entorno de paz? Entonces ponte en marcha.
La serenidad es la actitud de quien puede actuar de manera racional y templada ante cualquier situación. Es aquello que nos hace comportarnos como auténticas personas en medio del caos y del estrés.
Hay entornos que favorecen la tranquilidad y el sosiego, pero cuando hablamos de serenidad como valor nos referimos a la búsqueda, a la actitud. No esperamos a que llegue sola sino que actuamos y nos movemos en busca de ella.
Una persona serena
Es alguien tranquilo, relajado, reposado, calmado… Se hace un hueco de tiempo para pensar las cosas y madurarlas. Eso no significa que después se duerma en los laureles o que sea lento al actuar.
Al contrario, como las virtudes suelen animarse y estimularse entre ellas, una persona que se esmere en ser serena tendrá más facilidad para ser templada, sobria, calmada, justa a la hora de juzgar y constante.
Aportar serenidad a la vida familiar
Al padre y la madre les corresponde principalmente la tarea de hacer agradable la vida familiar. Pero a esto han de contribuir todos: los abuelos, la tía abuela, el hijo adolescente, la hija que prepara exámenes, el que aprende guitarra…
Hacer de tu casa un lugar al que los familiares, amigos y vecinos quieran acudir es importante como tarea para mejorar la sociedad en su conjunto. Empecemos por lo doméstico si queremos la paz mundial, porque a veces las batallas en casa no son pequeñas…
Ten a punto en la nevera unas bebidas y unos snacks en el armario para recibir al inesperado. Organiza un encuentro semanal informal (“el que pueda, todos los jueves comida en casa de la abuela”). Si tu casa dispone de un atractivo especial (piscina, jardín…), ponla a disposición de los demás.
Muchas familias tienen pocos momentos en común, por motivos de trabajo y distancias. Procura hacer al menos una comida al día todos juntos y que ese momento sea el “remanso de paz”.
Desconecten el celular: en las comidas de la familia, al ir a dormir…
Infundir serenidad en el trabajo
Es importante la primera impresión: hoy llega de mal café, hoy mejor no pasar por su despacho… A primera vista ya han detectado si llegamos de mal genio y es mejor no decirnos nada. De antemano, si uno sabe que por las mañanas tiende a la ira, se puede marcar un objetivo: sonreir al abrir la puerta, saludar al portero del edificio o al guardia de seguridad, mirar a cada persona a los ojos al dar los buenos días… Pensar en los demás nos ayuda a salir de nuestro yo.
Si lo primero que nos sale al llegar al trabajo es una queja porque vemos algo sucio o porque sabemos que algo se hizo mal ayer, callarnos. Hay un emoji de whatsapp que tiene una cremallera en la boca: hazlo propio para este momento. No eches pestes a los cuatro vientos. Anota lo que has visto mal en un papel y valora a quién debes decirlo y cuándo es más conveniente hacerlo (en una reunión semanal, a solas…). Eso te ayudará a ser templado.
Si alguien del trabajo tiene un problema (de salud, personal…) es importante que nos interesemos por él. Una palmada en la espalda, un café juntos en la máquina o un saludo especial puede suponer una descarga emocional importante para la otra persona, que así se sabe apreciada y/o querida en el trabajo.
Queremos estar al cien por cien todos los días, pero es muy humano que esto no sea así en la realidad. El cansancio y la fatiga a veces se notan. La edad, cómo no, se nota. Los cambios hormonales, la época del año, el viajar y estar fuera de casa… son factores a tener en cuenta.
Y si es época de nervios porque hay que cerrar la contabilidad, pagar impuestos, pasar una auditoría o hacer una presentación importante, jerarquizar muy bien los tiempos. Deja fuera lo que puede posponerse. Adelanta lo que ha de pasar por las manos de otras personas, para que ellos vean que les permites cumplir su calendario.