¿Es este el momento de la mujer? Durante tres días, filósofos, teólogos, médicos e historiadores reunidos en el Instituto Católico de Toulouse exploraron el misterio de la mujer en el tiempo de la humanidad
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¿Cómo es la relación de la mujer con el tiempo? El tiempo tiene una dimensión finita, la mujer está en la inmortalidad. Sin embargo, un ritmo se inscribe en el cuerpo de la mujer, durante el tiempo de la fertilidad, siguiendo el de la luna y sin duda el de muchas otras lunas.
Algo en ella le recuerda que salió del universo y que le da su sentido. Dios creó la tierra para dársela a los humanos y no al revés.
Esta dimensión cósmica debe ser estudiada para entrar en el misterio de la mujer, ese cosmos que apenas comienza a ser comprendido por los físicos.
Esta reflexión en torno a la mujer (no la feminidad), en torno a su vocación tan particular de guardiana de la vida, centinela de lo invisible, es central en un mundo que ya no sabe adónde va.
A fuerza de luchar contra la indeterminación, ya no hay lugar para la libertad y la responsabilidad. El transhumanismo y el posthumanismo son dominios exclusivamente masculinos. El genio femenino debe encontrar su lugar.
El hombre no avanza sin la mujer
Si la dimensión espiritual de la humanidad es más natural en la mujer es porque ella está más en relación con los demás, entra más fácilmente en relación con lo totalmente Otro.
Una madre habla con su bebé en su vientre materno aunque no pueda verlo, pero sabe que está ahí. Hablar con Dios es un poco lo mismo.
Esta dimensión relacional y espiritual es unificadora y ha permanecido en barbecho durante demasiado tiempo en nuestras sociedades occidentales.
Debe ser anunciada a nuestros contemporáneos con fuerza, alegría y esperanza. Esto pasará por las mujeres primero. ¡Pero no sin los hombres!
Desde el acto creador de Dios Amor, el hombre no avanza sin la mujer, ni la mujer sin el hombre. El proyecto del Creador sobre el hombre para hacerlo feliz en una comunión eterna no ha cambiado. A los dos, “Dios los creó varón y mujer”.
Aunque la mujer entiende por sí misma lo que es, lo entiende aún más profundamente cuando el hombre se lo revela. Esto tiene una dimensión potencial que desplegar.
Erasmo decía: “No se nace hombre, se llega a serlo” (De Pueris, 1529). Esta afirmación es cuestionable. Cada uno nace hombre o mujer, pero está llamado a serlo cada día más, realizándose a lo largo de toda su vida, hasta la vejez.
Dos ritmos diferentes
El hombre y la mujer se construyen en la relación, pero a dos ritmos diferentes. No hay que esperar de los demás lo que solo Dios puede dar, es el principio de la felicidad (¡o el fin de la desdicha!), ya sea en la vida consagrada o en el matrimonio (las dos facetas de una única vocación: la de los bautizados).
Damas y caballeros, permitan a las mujeres que sean “viriles” (valor mezclado con fuerza) como santa Catalina de Siena, que tengan una gran sed de Dios y la vivan (no solo la estudien) como santa Gertrudis de Helfta, que acepten la sumisión al marido como receptáculo de ese impulso de amor que lo supera todo, ya que quien obedece y quien es obedecido tienen igual dignidad, a la manera de Adrienne von Speyr; que magnifiquen el matrimonio poniéndose al servicio de su familia y del Reino, como Luis y María Beltrame Quattrochi. ¡Ellas no son hombres!
Hoy en día, las mujeres sufren violencias de todo tipo, desde el vientre materno si tienen la desgracia de nacer niñas, hasta su propia maternidad. Tantos sufrimientos y tantas angustias desconocidas, no reconocidos…
¿Cuántas jóvenes hoy en día son amadas por quienes son y no por una satisfacción sexual? La mujer-objeto: es hora de que esto cambie.
¿Es este el momento de la mujer? No lo creo, no más que el momento de los hombres. Pero son muchos los que quieren un cambio real.
Este fue el mensaje de este simposio de Toulouse, para una nueva armonía entre los sexos, una cooperación justa y una ayuda mutua hacia la santidad.