Preguntarse esto puede llevar a una vida mucho más realizada
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En general a las personas, yo incluida, nos gusta pensar en nosotras mismas como seres racionales que toman decisiones lógicas basadas en los hechos y en la razón, y no llevadas por la emotividad.
A menudo, sin embargo, la realidad es bien distinta. Tomamos a menudo decisiones basadas sólo en las emociones – un hecho que el marketing usa demasiado bien para su propio beneficio. Mira a tu alrededor: ¿cuántas cosas has comprado que hoy no comprarías?
Cuando nació mi hijo, comprendí que había tomado decisiones, sobre qué comprar, cómo actuar y cómo resolver los problemas, basadas en las emociones más a menudo de lo que habría querido.
Como joven madre sin experiencia alguna, estaba constantemente preocupada, y a menudo no sabía qué hacer. Encontraba muchos consejos, pero a menudo eran contradictorios entre sí, y seguía sin saber la respuesta a mis preguntas. Además, el llanto de mi hijo era una fuente de estrés; quería simplemente que cesara lo antes posible.
Sean madres o no, se pueden reconocer seguramente en esta situación: por uno u otro motivo, hay momentos en que la presión es tal que estarían dispuestos a hacer cualquier cosa para aliviarla.
Miedo a lo desconocido
Admito que en ese periodo me sentía totalmente superada y actuaba de manera impulsiva, por miedo, a menudo sin pararme siquiera a reflexionar sobre la situación. En un cierto punto comprendí que este comportamiento era contraproducente.
Actuar impulsivamente no me permitía resolver realmente los problemas, y por tanto sólo estaba más cansada y estresada. Como resultado, no me daba el tiempo para pensar en lo que mi hijo estaba intentando transmitirme, y discutía cada vez más con mi marido.
Un día comprendí cómo el miedo – miedo a lo desconocido, miedo de hacer daño a mi hijo y miedo a cometer un error – estaba guiando mis acciones. Fue entonces cuando decidí cambiar.
La pregunta que lo cambió todo
Cuando tenía que tomar decisiones, empecé a preguntarme: “¿Lo haces por miedo o por amor?” Esta pregunta lo cambió todo para mí. Empecé a notar situaciones en las que el miedo era mi emoción y motivación primaria, y comprenderlo me ayudó a pararme y a pensar. Mi reacción inicial ¿era realmente la mejor solución?
Desde entonces comencé a plantearme esta pregunta no sólo en las situaciones que afectaban a mis hijos, sino prácticamente en cualquier circunstancia que tengo que afrontar.
Por ejemplo, digamos que alguien pide venir a vernos, y siento que tengo que decir sí. ¿Por qué? ¿Temo que esa persona se sienta rechazada si digo que no, o mi corazón está realmente abierto hacia esa visita? Si alguien me pide un favor, ¿tengo miedo de sentirme juzgada o de encontrarme ante presiones si digo que no, o quiero ayudar a esa persona por amor?
Esto no quiere decir que la respuesta sea siempre en blanco o negro, quizás me da miedo hacer dalo a alguien porque le quiero. No quiere decir que nunca debo actuar si mi emoción primordial es el miedo; después de todo, mi miedo podría estar más que justificado.
En consecuencia, deberíamos plantearnos más preguntas. Si me impulsa el miedo, ¿es razonable? Si me impulsa el amor, ¿es un amor sano y proporcionado? ¿O es un amor amor que me vuelve ciego, llevándome a decisiones equivocadas?
En general, no necesitamos tanto tiempo; todo lo que hace falta es pararse un momento, respirar profundamente y pensar en lo que nos guía. De esta forma podremos tomar una decisión que podría estar acompañada por las emociones, pero no controlada por éstas.