Cómo, a pesar de todos sus defectos, el presidente reelecto de Turquía ha consolidado su poder y ha neutralizado a la oposición
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Ankara, 9 de julio de 2018. En el inmenso patio del palacio presidencial, entre estuco y mármol blanco, el presidente turco da un paso adelante. Acaba de iniciar su segundo mandato. A ambos lados, vestida con grandes sombreros de piel, una guardia ceremonial le rinde homenaje. Estos soldados son los de Ertuğrul (1198-1281), padre de Osmán I, fundador de la dinastía otomana. Hace ocho siglos, este señor de la guerra turco descendió de las profundidades de Asia y levantó su tienda de campaña en Anatolia. Esta tierra será suya y de sus descendientes.
El mensaje es claro. Turquía asume ahora su memoria más larga, ya sea imperial o religiosa. Mientras que la antigua Turquía de Atatürk (1881-1938) veía en el Islam el espejo negativo de un ideal de civilización, la nueva Turquía de Erdoğan quiere convertirlo en el cemento de su pacto social. Sin embargo, esta enésima victoria del Reis [el jefe] deja perplejo al observador. Nada parece haberle afectado, ni el tiempo ni el desgaste del poder. ¿Y si finalmente el mejor aliado de Recep Tayyip Erdoğan no fuera su oposición?
Cómo perder la elección en un tuit
Lógicamente, si uno siguiera la opinión unánime de los medios de comunicación occidentales, Erdoğan debería haber sido derrotado o al menos igualado en los votos. Sin embargo, en la tarde del 24 de junio, obtuvo el 52% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Desconcertado, el principal candidato de la oposición, Muharrem Ince, miembro del Partido Republicano del Pueblo (CHP-izquierda kemalista), reconoció su derrota. Con un 30% de los votos y una diferencia de 11 millones de votos, es difícil atribuir el fracaso a un fraude masivo.
Por supuesto, la campaña estuvo lejos de ser equitativa. El tiempo de uso de la palabra de la oposición quedó reducido a una ínfima fracción. Por el contrario, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) y los islamoconservadores monopolizaron todos los medios de comunicación. Sin embargo, la oposición pudo organizar sus reuniones casi sin obstáculos. Al final de la campaña, Muharrem Ince reunió a cientos de miles de simpatizantes en Esmirna. La razón del mal resultado de la oposición se encuentra, pues, en otra parte. Un tuit compartido un millón de veces en vísperas de las elecciones aporta el comienzo de una respuesta. Bajo una fotografía de un risueño Muharrem Ince con esmoquin, se podía leer: “Mañana por la noche celebraremos la victoria así, con nuestras hermosas ropas y nuestra copa de champán en la mano. Llegan la belleza, la limpieza y la nobleza. El olor a calcetín se va del país”. El olor a calcetín es el AKP y sus votantes…
Una oposición pedante
A la luz del mapa electoral, el Partido Republicano del Pueblo sigue siendo principalmente un partido de clase. La clase de los “turcos blancos” laicos y occidentalizados, a menudo originarios de los Balcanes. Incapaz de ampliar su base electoral, el CHP permanece recluido en torno al mar Egeo, Tracia (Turquía europea) y los distritos ricos de las grandes ciudades (Ankara, Estambul, Esmirna). En otras palabras, el oeste del país.
Para ser honestos, Muharrem Ince no escatimó esfuerzos para salir de este gueto sociológico. Sus aspavientos se acercaron incluso a la demagogia cuando alabó los méritos de sus “hermanas con velo”. Pero los votantes en Turquía tienen una gran memoria. No se constató ninguna transferencia de votos del AKP al CHP. Peor aún, Ince incluso se vio derrotado en su pueblo natal donde, sin embargo, fue elegido para la Asamblea. La razón es simple. En Turquía, la derecha (conservadora, islamista, nacionalista) tiene una base hegemónica.
En el corazón del tablero político, la gente devota y conservadora —los “turcos negros”— han hecho del AKP su partido. Los turcos negros asimilaron el CHP al partido único del período de entreguerras y a su secularismo militante. Sería el relevo del establishment militar-laico y sus repetidos golpes de Estado. Por el contrario, el AKP es el partido de la Anatolia profunda que ha visto la democracia como el medio de su promoción. Hoy en día, esta periferia se ha convertido en el centro. Sean cuales sean los defectos de Erdoğan, se aferra a este poder ganado con tanto esfuerzo.
Tayyip todopoderoso
En casi dos décadas, el AKP ha metamorfoseado Turquía. El país se ha cubierto de infraestructuras modernas, la mortalidad infantil se ha derrumbado y la esperanza de vida ha aumentado. Y a pesar de los actuales fracasos económicos, el pequeño pueblo anatolio se siente en deuda con Erdoğan. De ahí la enorme inercia de votación a su favor que nada parece poder desviar. Ni la corrupción ni el nepotismo o el creciente autoritarismo afectan a la elección de los votantes. El AKP ha ganado 14 elecciones consecutivas. Además, el 40% de la población es menor de 30 años y solo ha conocido al AKP gobernante. La niebla de los años noventa fue una larga serie de escándalos políticos en un contexto de inestabilidad crónica. Nadie quiere volver a eso.
Erdoğan ha captado perfectamente esta ansiedad latente, este deseo de autoridad, incluso en detrimento de las sufrientes normas jurídicas. Inspira la nueva constitución. En el futuro, el presidente gobernará por decretos sin un primer ministro. Denunciada como un bloqueo al decisionismo presidencial, la asamblea fue rebajada a una sala de mero trámite.
El único matiz es que los diputados todavía vigilan el presupuesto. El presidente concentra de facto los tres poderes y designa a la administración superior. Hoy, Erdoğan ha pasado de ser un exégeta de Turquía a ser el demiurgo de un nuevo país.