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Por su trabajo como comadrona ancestral en comunidades marginadas, esta mujer, a sus 100 años, recibió la máxima distinción de la cultura colombiana. “Ser partera es dar vida y amor”, comparte con Aleteia su sabiduría
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Eustacia Rodríguez de Mancilla está orgullosa de la tarea cumplida a lo largo de sus 77 años como partera en un sinnúmero de pueblos del Pacífico colombiano. Y no es para menos, ya a los 20 aprendió a atender a mujeres que al momento del alumbramiento no tenían como pagar un médico o ir a un hospital.
Hoy, con cien años cumplidos y alejada del oficio de «ayudar a traer niños al mundo», se alegra al encontrar en la calle a hombres que se quitan el sombrero para saludarla o a mujeres que salen a su paso para abrazarla como si fuera su verdadera madre. «¡Adiós mamá Eustacia!», «¡Me alegra verla madrina!», «¡Que Dios la conserve siempre, Vieja Tacho!», son algunos de los cumplidos que le regalan algunos de los que ella recibió por primera vez.
Al igual que muchas señoras de la región, el oficio se lo enseñó otra mujer ―en este caso su suegra Estefana Mantilla― que también había aprendido de sus abuelas los secretos de atender embarazos, nacimientos y los días posteriores al parto. La mayoría no sabían leer ni escribir y todo lo asimilaban viendo y escuchando a las demás, aplicando técnicas ancestrales traídas a América por sus antepasados ―los esclavos africanos― y rezando.
En entrevista con Aleteia, Eustacia recordó que cuando una mujer estaba a punto del alumbramiento, le daba un trago de aguardiente y un sorbo de agua con canela, clavos de olor y anís, una pócima que también utilizaba para masajearle el abdomen. Enseguida, como aún acostumbran muchas parteras, pedía protección divina con una tradicional oración: «Santísima Virgen del Carmen, no permitas que mi cuerpo sea preso, ni mis carnes heridas, ni mi sangre derramada, ni mi alma perdida. No me turben mi memoria ni me hagan brujerías…».
Con once hijos, seis nietos y 13 biznietos, algunos de los cuales ella ayudó a nacer, Eustacia confiesa que ninguno de los más de 200 alumbramientos que atendió terminó con la muerte del niño o de la madre. Ella recuerda que todos eran riesgosos porque eran en casas de gente muy pobre, en condiciones difíciles ya que los pueblos donde trabajaba quedaban en áreas del conflicto armado y porque solo tenía a la mano su pócima, la campana de Pinard [estetoscopio de madera] y un maletín con yodo, gasa, algodón y alcohol.
¿Y cuál es el secreto para que todos sus partos naturales fueran exitosos? La Vieja Tacho responde con naturalidad: «Le pedía a mi Señor Jesús y a la virgencita del Carmen, desde que le tocaba la cabeza a la parturienta, que me ayudaran a sacar al niño con vida. Pedía y sobaba, pedía y sobaba y cuando llegaba al ombligo, le hacía la señal de la cruz y ¡pa!, rompía fuente y el niño iba pa’ fuera».
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El arte de ‘partear’
Para las comunidades afro que viven en Nariño, Cauca, Valle del Cauca y Chocó ―los cuatro departamentos del Pacífico colombiano― la partería, antes que un oficio, «es un arte en el que están involucrados procesos culturales, saberes ancestrales y la práctica viva de acompañar el milagro de la vida». Por esta razón, en 2016 el Gobierno declaró el trabajo de las parteras como patrimonio inmaterial de la nación.
Según el Ministerio de Cultura, hay más de 1.600 parteras que trabajan en centros urbanos o se desplazan a lugares apartados a los que solo en embarcaciones que deben navegar en ríos peligrosos o en el mar Pacífico. Por su parte, la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico ―Asoparupa― estima entre 4.500 y 5.000 el número de partos atendidos anualmente por estas mujeres. Para esta organización, su labor es tan encomiable que ante la falta de médicos, enfermeras y puestos de salud, son ellas las encargadas de cuidar a las gestantes y a los recién nacidos.
Al anunciar que Eustacia Rodríguez de Mancilla es una de las ganadoras del Premio Nacional de Vida y Obra 2018 ―el más importante galardón en el ámbito cultural― el Ministerio de Cultura afirmó que se trata de un reconocimiento a la vida, la comunidad y la persona, pero que también es «un homenaje a la cultura, a sus raíces patrimoniales, a las prácticas ancestrales y un mensaje para el futuro».
Sentada en su casa de Guapi, en Cauca, retirada hace tres años porque las enfermedades la fueron diezmando, la Vieja Tacho afirma que «ser partera es dar vida y amor». Por ese concepto que tiene de su arte ella siempre les recomienda a las embarazadas que «tengan a sus hijos y no los aborten. Que los cuiden y los traten bien porque cuando están grandes, ellos van a servirles a sus padres».