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¿Qué pasó con Tomás tras su episodio de incredulidad? El arte responde

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Joynel Fernandes - publicado el 01/08/18
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El ‘Acta Thomae’, un documento que trata principalmente sobre la vida del santo, ahonda en esta historia de fe

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La tradición no ha sido amable con santo Tomás, el apóstol incrédulo de Cristo.

Deslustrado por su obstinada insistencia en una verificación sensorial personal de la Resurrección, Tomás ha heredado invariablemente el papel del escéptico.

Sin embargo, a través de su franco escepticismo surgieron la innegable confesión de “¡Mi Señor y mi Dios!” y una inextinguible chispa de fe que prendió fuego al mundo.

MARTYRDOM OF ST THOMAS

PD

¿Pero qué le pasó a Tomás después de su famoso episodio de incredulidad? ¿Así terminaba la historia?

Pues bien, el Acta Thomae, un documento que trata principalmente sobre la vida del santo, ahonda en esta historia de fe.

La India

La leyenda dice que en el acto de la distribución del territorio de misiones, la suerte quiso que la India le correspondiera a santo Tomás.

Sin embargo, el apóstol se negó a aventurarse en esta tierra extranjera.

Entonces Cristo, “que nunca se rinde” se apareció entonces de manera sobrenatural a Abban, un enviado del rey indio Gondofares. Abban invitó a Tomás a servir a su maestro como arquitecto. Tomás accedió y zarpó rumbo a la India.

Este proyecto, financiado por la realeza, consistía en la construcción de un palacio para el rey en estilo romano. Sin embargo, el valiente Tomás repartió los fondos entre los pobres.

El rey Gondofares encolerizó e hizo encarcelar al santo. Más tarde se dio cuenta de que la intención del apóstol nunca fue la de construir un palacio “en la tierra donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban” (Mateo 6,19-20).

Lo que Tomás deseaba era construir un palacio eterno en el Cielo a través de nobles actos de caridad y amor.

El rey liberó a Tomás y lo libró del juicio. Mientras el santo recorría el país predicando la Buena Nueva, su fe fue una vez más cuestionada por el rey Misdai, quien lo condenó a muerte.

Rubens

Esta absorbente y compleja leyenda sobre el martirio de santo Tomás ha sido reconstruida a través de las magistrales pinceladas de nada menos que el gran artista Pieter Paul Rubens.

La pintura en cuestión nos invita a las profundidades de la fe a través de la belleza sensual del arte y la espectacular calidez del color.

Rubens, pintor flamenco, se esfuerza por animar una escena asiática empapada de símbolos e historias.

El drama se despliega en primer plano. Inspirado en el modelo escultórico clásico del moribundo Laocoonte, Rubén presenta a santo Tomás perseguido por los poderosos paganos.

Observa de cerca el aspecto del santo. En sintonía con la antigua tradición, santo Tomás es retratado incompta caesarie o con el “pelo despeinado”.

Además, Tomás no lleva un atuendo de apóstol, sino que se presenta con el hábito encapuchado de un fraile agustino descalzo.

Sus pies descalzos recuerdan la observancia de esta orden de renunciar a los calcetines y al calzado.

El aspecto del santo nos conecta con el entorno del cuadro. Se exhibe aún hoy en el altar mayor de la iglesia de Santo Tomás en Praga, que perteneció a los frailes agustinos descalzos.

Un martirio lleno de símbolos

Mientras el santo vuelve su mirada hacia el cielo, sus perseguidores, cegados de ira, se abalanzan sobre él.

Uno hunde una lanza en su costado, el otro le clava una daga en el cuello. Y otros más lanzan piedras y lo patean.

La furia y el dolor de la persecución no amargan a la víctima. En su mano derecha, el apóstol moribundo agarra la base de la cruz de piedra que él mismo había erigido en tierra foránea.

Su mano izquierda se extiende hacia arriba mientras un coro de querubines encantadores desciende para traerle la corona de la gloria. Le presentan la palma de la victoria sobre la muerte.

A cada lado de la cruz de piedra se yerguen dos palmeras que sirven como puntales efectivos.

La más cercana tiene semillas abiertas y la más lejana está cargada de cocos. Simbolizando la fuente de la vida, le recuerdan al apóstol moribundo que en verdad es la Cruz (entiéndase el sufrimiento) la que gana la vida eterna y la libertad.

El fondo del cuadro es tan atractivo como la narración. La leyenda dice que el misionero santo Tomás construyó una iglesia en Calamina, en el sur de la India. Es aquí donde sus seguidores enterraron su cuerpo.

Rubens representa esta iglesia al fondo, a nuestra derecha. Lo hace con un giro interesante e ingenioso.

Más allá de las filas de elementos arquitectónicos romanos como la cúpula, los pórticos, las hornacinas, las pilastras y los pilares, se encuentra un exquisito motivo indio.

Fíjese en los capiteles de las gigantescas columnas. Cada uno de ellos ya no está adornado con el acanto europeo, sino con el elefante indio oriental. Aquí, el elefante está impregnado de algo más que un valor exótico.

La leyenda dice que mientras construía la iglesia en Calamina, santo Tomás movió un tronco de madera que varios hombres fuertes y elefantes con arneses no pudieron desplazar ni un ápice.

Justo delante del sepulcro se levanta una columna en espiral alternativamente estriada y rodeada de vides.

Se asemeja a las columnas en espiral que sostienen el baldaquino de Bernini en la basílica de San Pedro en Roma.

La diferencia, por supuesto, es el capitel que corona la columna, adornado con cabezas de elefante.

Sobre el ábaco de este capitel se alza una curiosa y extraña figura. Caracterizada por sus patas animales, sus cuernos y su cola, representa sin duda un ídolo demoníaco.

La leyenda dice que este ídolo demoníaco colocado ante la cruz de piedra se desmoronó antes de la muerte del apóstol. Así, una vez más, se representa el triunfo de la cruz.

¿Por qué el gemelo?

En los Evangelios, a santo Tomás se le llama a menudo Dídimo o “el gemelo”. Bueno, ¡y con razón! Porque la vida de santo Tomás es a menudo un gemelo de nuestra búsqueda y de nuestras debilidades vitales.

Sin embargo, santo Tomás nos inspira a seguir buscando la luz incluso en nuestros momentos de oscuridad y fragilidad.

Nos anima a vivir nuestra fe en acción, hasta el final. Su fe profesada fue una victoria sobre la duda y su sufrimiento una victoria sobre la muerte.

Este artículo se publica con la cortesía de nuestros compañeros en la India de Catholic Indian Matters.

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