Ejecutar delincuentes: “Una muerte más dentro de una cultura de muerte”
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En Estados Unidos, donde la pena de muerte es legal en 31 de las 50 entidades que componen al país, los cambios introducidos por el Papa Francisco al Catecismo de la Iglesia Católica (en el Párrafo 2267), han sido recibidos por la Iglesia católica con una enorme esperanza.
Desde que en 1976 se autorizó la pena de muerte en Estados Unidos, poco más de 1.300 personas han sido ejecutadas con diversos métodos: desde la silla eléctrica hasta la inyección letal. Acorde con la doctrina expresada previamente en el Catecismo, muchos obispos estadounidenses estaban ya en contra de esta práctica. Uno de ellos es el arzobispo de Los Ángeles y vicepresidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB), José H. Gómez.
En una declaración, tras conocerse los cambios del Párrafo 2267, el arzobispo Gómez señaló que desde hacía ya algunos años, había expresado su preocupación acerca de que la pena de muerte es tanto “cruel como innecesaria” y había pedido que fuera abolida.
El arzobispo angelino recibió “con agrado” los cambios al Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena de muerte y mostró su agradecimiento “de que el Papa Francisco haya encabezado la labor de ponerle fin a las ejecuciones judiciales en todo el mundo”.
Para monseñor Gómez, las revisiones al Catecismo, reflejan un auténtico desarrollo de la doctrina de la Iglesia que inició con San Juan Pablo II y continuó luego bajo el Papa emérito Benedicto XVI y ahora con el Papa Francisco.
Aunque en las Escrituras, junto con los santos y maestros de la tradición de la Iglesia, se justifica la pena de muerte como un castigo apropiado para aquellos que cometen el mal o acaban con la vida de otra persona, en las últimas décadas, ha habido un consenso creciente, entre las conferencias episcopales de todo el mundo y en las enseñanzas de los Papas y del Catecismo, de que “el recurso a la pena de muerte ya no puede ser aceptado”.
La Iglesia –continúa diciendo el purpurado—“ha llegado a comprender que desde un punto de vista práctico los gobiernos tienen ahora la capacidad de proteger a la sociedad y de castigar a los delincuentes sin ejecutar a los delincuentes violentos”.
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El vicepresidente de los obispos estadounidenses subraya que la Iglesia piensa ahora que los propósitos tradicionales del castigo —defender a la sociedad, disuadir actos criminales, rehabilitar a los criminales y penalizarlos por sus acciones— se pueden lograr mejor por medios no violentos.
Es cierto, por lo demás, que toda vida humana es sagrada, incluso la vida de aquellos que cometen actos de gran maldad y depravación. “Y hemos estado insistiendo en que las autoridades respeten la dignidad de los delincuentes, incluso de los más violentos y en que les den la oportunidad de reformar sus vidas y de reintegrarse a la sociedad”, apunta en una reciente artículo publicado en Ángelus el arzobispo Gómez.
Ya no hay vuelta de hoja. Para el arzobispo estadounidense de origen mexicano subraya que el Catecismo dice ahora que la pena de muerte es “inadmisible,” que no debe usarse, porque viola la dignidad de la persona y porque “se han desarrollado sistemas de detención más efectivos, que garantizan la debida protección de los ciudadanos y que, al mismo tiempo, no privan definitivamente a los culpables de la posibilidad de redención.”
Desde luego, el Catecismo no equipara la pena capital con el aborto y la eutanasia. Esos crímenes conllevan el asesinato directo de vidas inocentes y son siempre gravemente inmorales. Por definición, la vida de casi todos los condenados a muerte no es una vida “inocente”. Pero como lo dijo San Juan Pablo II: “Ni siquiera un asesino pierde su dignidad personal, y Dios mismo se compromete a garantizar esto.”
“Todos tenemos que considerar en qué gran medida la violencia se ha convertido en una parte aceptada de la sociedad estadounidense y de la cultura popular. No hay sólo una violencia aleatoria, que vemos todos los días en nuestras comunidades, sino que también somos una sociedad que permite que nuestros hijos jueguen videojuegos que los involucran ‘virtualmente’ en matar a sus enemigos. Gran parte de nuestro “entretenimiento” popular consiste en películas y otros programas que incluyen a personajes ficticios que cometen atroces asesinatos y otros actos indescriptibles”, escribe el arzobispo Gómez.
Y señala, finalmente, que en este tipo de sociedad, el ejecutar a los delincuentes no logra enviar una advertencia moral. “Es simplemente una muerte más dentro de una cultura de muerte”.
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