La primera vez que caminó, le dijeron que estaba loco. Este año lo acompañaron muchos hasta el Cristo del Rostro Sereno. Este peregrino pide un peculiar milagro: un nuevo país, a fin de no tener que huir de la nación sudamericana
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Se llama Jesús Paucar y camina desde San Cristóbal hasta La Grita, en el fronterizo estado Táchira. Lo hace cada tres de agosto, en un trayecto de 95 kilómetros que le toma más de tres días. Lo hace a pie y llevando una cruz a cuestas.
El peso de la madera sobre sus hombros le añade 35 kilos a su carga, por lo cual suele llevar un paso lento. Sus pies descalzos requieren vendas, que rápidamente muestran los claros signos del esfuerzo del caminante.
Este 2018 completó su sexto peregrinaje, uno que cada visitante de distintos puntos del país realiza como una acción de gracias por un favor recibido o para pedir ayuda, haciendo a cambio una promesa al Cristo del Rostro Sereno.
Conocido como el Santo Cristo de La Grita, en honor a su hogar, ubicado en un valle rodeado de montañas y exuberante vegetación, es motivo de largas y a veces interminables caminatas.
Se trata de una cuatricentenaria talla de madera a la que también llaman cariñosamente el Cristo de los Milagros y que despierta cada año miles de nuevas devociones, gracias a la ternura de su rostro y las bendiciones a él atribuidas.
La talla, por la que reclamaría coautoría un ángel en el improvisado taller de un fraile en el año 1610, es motivo de la visita de decenas de miles de peregrinos que acuden por ríos humanos cada agosto para celebrar al también Patrono del Táchira y los andes venezolanos.
Cada historia es distinta, tan distinta como cada promesa, aunque la mayoría coincide: piden al Santo Cristo que interceda ante Dios para que les concedan milagros casi siempre relacionados con la salud.
Pero no es extraño que alguien haga la caminata para pedir por otro. Un caminar que muchas veces incluye ayuno, a lo largo de un trayecto que puede tomar desde 15 hasta 72 horas, según la preparación y ritmo de quien se aventura.
El caso de Jesús es distinto. Él pide por Venezuela, para que el país renazca y supere la crisis humanitaria que sufre su gente. Su cruz lleva un SOS gigante, el cual llama la atención de quien le ve a lo largo del camino.
Camina descalzo y cubierto por una manta morada, cual Nazareno, llevando sobre su cabeza una corona de espinas.
“Dios nos hará el milagro”
Recuerda que cuando inició su caminata, hace ya seis años, fue considerado un loco y nadie le prestó atención. Decían que no completaría la meta, pero llegó hasta el Cristo de Rostro Sereno. ¡Y le pidió por Venezuela!
Advierte lo que todos saben: en el país no hay alimentos ni medicina. Pero sí un Santo Cristo con los brazos abiertos, desde la Cruz, para recibir a los miles de peregrinos y darles consuelo.
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“Decían que esto era una locura, cuando caminé la primera vez por Venezuela. Ahora me acompañan en el camino. Tengo fe en que el Santo Cristo, nuestro Señor de los Milagros, nos guiará para recuperar el país y sea de nuevo un hogar de acogida, no una nación de la que tengamos que huir. Confío en Dios y reitero que mi peregrinar y mi súplica es por Venezuela!”.
“Camino debido a por todo lo que está pasando ahorita. Lo hago por todos los venezolanos. Llevo seis años en este peregrinaje como un impulso además a la devoción de quienes han quebrantado su fe; pues al verme, muchos que me observan llevando esta cruz a cuestas, renuevan su devoción”.
El camino es duro, cargado de espacios con bajas temperaturas, sol inclemente y no pocas dificultades. “Pero es un camino que por el Santo Cristo siempre vale la pena”, afirma.
Todos los años, especialmente el 6 de agosto, solemnidad de la Transfiguración, La Grita se convierte en la capital espiritual de Venezuela, para honrar al Santo Cristo.
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La sacra imagen del Táchira
En 1610, un terremoto destruyó la también llamada Ciudad del Espíritu Santo. Allí hacían vida entonces los frailes franciscanos, quienes ascendieron hacia uno de los siete cerros que rodean el valle de La Grita, llamado Tadea.
En el grupo de frailes iba un inexperto tallista llamado Francisco. Conmovido por el terremoto, que literalmente acabó con el pueblo, ofreció a Dios tallar una imagen del Crucificado y consagrarle a él a los pobladores de aquella ciudad.
Pero ocurrió que tras incansables días de grandes esfuerzos, el cedro en el que intentaba reflejar la pieza humana no mostraban los rasgos tiernos de un rostro sereno. Agotado física y emocionalmente, suplicó el fraile al Cielo un poco de ayuda divina para cumplir su promesa.
Extenuado por el infructífero trabajo, detuvo sus labores y se puso en oración hasta caer en éxtasis. Cuenta la historia que cuando volvió en sí, escuchó ruido en el improvisado taller donde fabricaba la pieza y vio salir de él a un luminoso ángel que encandiló sus ojos.
Contó a sus hermanos lo ocurrido, y cuando corrieron al lugar donde estaba la imagen, la hallaron terminada. Fray Francisco cayó de rodillas y rompió en lágrimas, dando gracias a Dios al ver en la talla los rasgos esperados pero que no había logrado expresar.
Desde entonces, el ángel anónimo reclama coautoría de la pieza, que cientos de miles visitan cada año para dar gracias por un favor recibido o suplicar un nuevo milagro.
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