Poco antes de morir, santa Mónica se encontraba junto a su hijo san Agustín en un albergue en Ostia, puerto antiguo de Roma, esperando un barco que los llevaría a Cartago.
Es entonces que tuvieron entre ellos un magnifico coloquio, apoyados junto a una ventana comenzaron a conversar acerca de Dios y de las cosas del Cielo; cuando los dos juntos tuvieron un éxtasis, que sin duda confirman la santidad de madre e hijo.
Lo sucedido lo narra san Agustín en el libro nueve de sus Confesiones:
"No importa donde me entierren"
Al poco tiempo Mónica moría por una fiebre muy alta quizás provocada por la malaria. Les dijo a sus hijos que enterraran su cuerpo donde quisieran, sin sentir pena ni dolor; sino que la recordaran, dondequiera que estuvieran, en el altar del Señor.
Su cuerpo permaneció durante siglos, venerado en la iglesia de Santa Aurea di Ostia; hasta el 9 de abril de 1430, cuando sus reliquias fueron trasladadas a Roma en la iglesia de San Agustín en Campo Marzio. Fueron colocadas en un sarcófago artístico, esculpido por Isaías da Pisa. Una iglesia muy interesante de visitar por lo artístico y lo sacro.
Aparte de los restos de la santa allí se encuentran obras de Guercino, Raffaello y de Caravaggio, la hermosa "Virgen de los peregrinos". Y también una imagen muy milagrosa de la "Virgen del parto"; pues desde principios del siglo XIX, fue considerada protectora de las mujeres embarazadas y parturientas.
“Me has engendrado dos veces”, le dijo Agustín un día a su madre: a la vida y a la fe. La tenacidad, dulzura y sensibilidad de Mónica la convierten en la santa patrona de las mujeres casadas y las madres.
Su nombre se encuentra entre los más extendidos entre las mujeres. Su fiesta se celebra el 27 de agosto, el día anterior a la de su gran hijo también santo; quien por una coincidencia singular, murió el 28 de agosto de 430.
Fuente: agustinus.it