Representantes oficiales de una docena de gobiernos de América se reúnen este lunes en Quito para buscar soluciones al cada vez más grande éxodo de venezolanos que huyen de la crisis. Mientras, la Iglesia intensifica su labor
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Un largo, cuidado y hermoso cabello que ahora lucirá corto. No es cuestión de modas, sino de necesidad, confiesa María José, una abogada venezolana que acabó por vender su cabellera a cambio de dinero para volar a Ecuador.
Ese país latinoamericano acoge esta semana la cita a la que están convocados 13 gobiernos, entre ellos el de Nicolás Maduro, a fin analizar la grave crisis ocasionada por la diáspora y que es consecuencia de una inédita situación de Venezuela.
Son miles y acuden a distintos países, dentro y fuera del continente. En algunos casos encuentran oportunidades y puertas abiertas para el trabajo y el desarrollo. En muchos otros, se topan con grandes muestras de xenofobia.
A la par, sigue en aumento la adopción de medidas más estrictas y nuevas restricciones tanto para el migrante que ya está en cada nación, como para quienes intentan cruzar las fronteras y quedarse.
María tiene 40 años y una hija de 13. A diferencia de cientos de miles, es una de las afortunadas que dispone de cédula de identidad y pasaporte, aunque no tiene visa. Es profesional, como tantos, pero no pudo reunir el dinero suficiente para viajar.
Con ayuda de amigos se mudó a Táchira, ubicado en la frontera con Colombia. Pudo hacerlo porque se trasladó a casa de una prima suya, que es colombiana y le brindó cobijo temporal.
En conversación con Aleteia, cuenta lo que vivió en los últimos días para poder llegar a Quito, donde se intensificaron los controles y se halla parte del epicentro de un drama con nombre y apellido.
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No lo pensó mucho. Una vez en el vecino país, le hicieron una oferta que le causó, según sus propias palabras: “Profundo temor e impotencia, aunque también soluciones”. En unas pocas horas se decidió, en busca de un mejor futuro.
“Apenas tú pasas la frontera, te dicen: ‘Te compramos el volumen de tu cabello’. Y el volumen es el grosor de él. Puede ser mucho o poquito. Mientras más largo, mejor. Opté por preguntar porque venían siguiéndome, y llevaba el cabello largo, bonito y arreglado”.
“Se me ocurrió decirle a una señora: ¿Cuánto me darías por el cabello? Y se me abalanzaron como diez personas en ese momento. Entre ellos una mujer grande y robusta, con un peine en la mano. A ella se sumaron, no supe ni cuándo, tocándome el cabello y manejándolo, para ver su calidad”.
“Creí que acabarían arrancándomelo. Empezaron ofreciéndome, primero: 100 mil pesos (unos 30 dólares), luego 150 mil (45 mil dólares). Preguntaban a la vez, desde cuestiones como: ¿Qué quieres a cambio?, ¿cuánto te vas a cortar? ¡No tienes tanto volumen! Otro replicaba diciendo: ¡Sí tiene, a mí me sirve; te lo compro!”
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“Me asusté demasiado e intenté recogerlo y comenté que sólo quería preguntar. No deseaba venderlo. Recuerdo a un muchacho que me rescató… Tranquila, cálmate, tómate un tinto (café), me dijo; una vez sentada, me dio 250 mil pesos (80 dólares), ‘por tu cabello’. Otro me dijo: te doy 400 mil y el plato de comida” (135 dólares, 150 euros).
“Después me entero que adentro, hacia el centro de Cúcuta (Colombia) lo pagan mucho mejor. Y no solamente el cabello, sino otra cantidad de cosas que a muchos les sorprendería”.
Finalmente, María decidió vender su cabello en el Centro, donde “no te cortan el largo completo, sino que sacan fragmentos desde la raíz y lo van pagando. En La Parada es distinto. Y así como yo, mucha gente. Tanto que las damas van con su pelo recogido. Yo terminé aceptando dinero en una peluquería especializada, me compraron el pasaje y me dieron algo de efectivo”.
“Pero previo a eso, admito que mi experiencia particular fue horrible. Recordé cuando uno lanza algo de maíz y vienen muchas palomas y se amontonan y picotean entre ellas, ¡una cosa así! Tú ves gente que está improvisando sus peluquerías en La Parada (en la entrada de la frontera, recién se cruza el puente internacional). Y hay gente que come con 5 a 50 mil pesos; por lo que le parece bastante ese dinero que le dan a cambio de su cabello”.
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Crisis migratoria
En las distintas naciones del continente se están adoptando diversas medidas migratorias para hacer cara al cada vez más alto flujo de venezolanos. Los principales pedidos incluyen la exigencia de visa o pasaporte, pero este último se ha convertido en un tesoro difícil de conseguir sin desembolsar de 200 a 2000 dólares, algo imposible para quienes se quejan de no tener dinero para comer.
Recientemente han surgido otras acciones complejas y polémicas como en el caso de Roraima, donde se autorizó el uso de la Fuerza Armada para garantizar el control y la seguridad en esas zonas fronterizas de Brasil.
Expertos estiman en que poco más del 15% de la población –constituida por 30 millones- de venezolanos han huido de la crisis y terminado asentándose en otros países, a raíz de las graves consecuencias políticas, sociales y económicas de su región de origen.
Nueve de cada diez de los casi 2 millones de criollos que habrían salido de su nación desde el año 2015 se establecieron en países de América Latina, de acuerdo con los reportes de la Organización Internacional para las Migraciones.
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El principal lugar de tránsito es Colombia, y los preferidos para estadía final incluyen a esa región junto a Perú, Ecuador, Panamá, Chile y Estados Unidos. En la actualidad, para entrar a la nación cafetera ahora es necesario cédula y pasaporte.
Mientras que, por ahora, en Argentina y Uruguay los venezolanos pueden ingresar con cédula si llegan por tierra. Situación distinta ocurre en Perú y Ecuador, donde les exigen pasaporte, aunque este último suspendió la petición tras una orden judicial; no obstante, solicita un certificado que avale la autenticidad de la cédula.
El 13 de octubre de 2016, el Papa Francisco trinó que “nadie es extranjero en la comunidad cristiana”, pero dos años después su frase sigue sin alcanzar el suficiente eco.
El 20 de junio de 2018, recordó que “la dignidad de una persona no depende de que sea ciudadano, migrante o refugiado”, pues “salvar la vida de quien escapa de la guerra y de la miseria es un acto de humanidad”.
En la actualidad, el mayor despliegue social y humanitario en el planeta para responder al drama de la diáspora venezolana lo ejerce la Iglesia Católica, no sólo con sus “Puentes de la esperanza”, el Servicio Jesuita de Refugiados y Cáritas, sino alimentando las acciones de inspiración cristiana que invitan a amar: a quien más lo necesita.
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