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Ser perspicaz, o el arte de plantearse preguntas

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Pierre d’Elbée - publicado el 03/09/18
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Atreverse a plantearse la pregunta “¿por qué?” permite planear una perspectiva nueva sobre el trabajo y refrescar la creatividad.

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No siempre vemos la otra cara de la moneda; un ejemplo. En la calle, un niño está pidiendo limosna. Un hombre se acerca a su esposa y le dice: “Conozco a ese niño, es el más tonto que he visto en mi vida, te lo voy a demostrar”. El hombre se dirige al niño, le muestra un euro en una mano y unos céntimos en la otra y le dice: “Escoge entre los dos”.

Para asombro de la mujer, el niño elige los centavos y se va corriendo. “¡Qué te había dicho!”, exclama su marido. Al día siguiente, la mujer se encuentra de nuevo con el niño por la calle y le pregunta: “Pero ¿por qué no has cogido la moneda más grande?”

Y el niño respondió: “Porque el día que escoja el euro, el juego se terminará”.

Modelos eficaces

Estos tres personajes son emblemáticos: el marido, con sus hábitos y sus automatismos, su pragmatismo, pero también su ceguera; el niño, con su ingenio, una perspicacia que le concede una perspectiva aguda. Y la mujer que hace preguntas, analiza y finalmente encuentra. Más allá de los clichés del hombre obcecado, del niño genial y de la mujer observadora, estos personajes podrían representar modelos eficaces en el mundo profesional.

Tenemos la acción, el pensamiento ágil y el cuestionamiento: el poder de la experiencia; la necesidad de una lectura creativa que aumente el sentido de los acontecimientos; una curiosidad siempre despierta, con el deseo irresistible de encontrar una respuesta.

El hecho y el significado

Más allá del resultado, generalmente uno busca dar un significado más amplio a su acción. Eso es lo que hace el niño: con su lectura personal de la situación, llega a un significado inesperado y perenne, no percibido por el marido y que resulta un enigma para la esposa.

Porque el primer paso es mirar detrás de lo que vemos, el significado. A veces, por falta de tiempo o de voluntad, uno se queda en la observación, en el hecho, como el marido. La tentación es entonces la de concluir, demasiado rápido, que solo es válido el primer resultado, una actitud con la que peligramos terminar en la arrogancia.

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El auténtico héroe

En mi opinión, el auténtico héroe de nuestra historia no es tanto el niño como la mujer. Ella se sorprende, duda, se hace preguntas y finalmente obtiene lo que busca. La condición del progreso es siempre la secreta esperanza de encontrar una respuesta o, al menos, una clave de comprensión para nuestro asombro. Sin este espolear del deseo, no hay una fuerte motivación ni compromiso. Sin embargo, uno no debe consumirse en este deseo, sino ser capaz siempre de ver con una nueva luz una determinada actividad, como el “Érase una vez” con que comienza un cuento.

En nuestra historia, el hombre está acostumbrado al juego que establece con el niño, pero la mujer no. Ahí está la diferencia. Aguzar los ojos como si entráramos por primera vez en nuestro día a día profesional. Atrevernos a preguntarnos “¿por qué?”. Me parece que esta es la actitud que permite luchar contra la inercia de la vida cotidiana y renovarse para encontrar, a través del trabajo, un camino personal de realización.

La acción sin interrogación es aburrida. La interrogación sin descubrimiento es agotadora. El descubrimiento sin acción es frustrante. ¿No sería el círculo virtuoso de estas tres actitudes una clave para el progreso profesional?

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