Sorprendente alerta del pontífice en 1952 para Venezuela que se cumple hoy, al pie de la letra
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“Que no les falte nunca el Sagrario y las manos consagradas que lo cuidan”, escribió Pío XII a los venezolanos con ocasión de la clausura del II Congreso Eucarístico Bolivariano en Caracas (1956), en el cual participaron representaciones de toda América de extraordinaria significación. Y agregaba: “No es una voz de alarma…es una palabra de Padre ansioso siempre por el bien de sus hijos, de Padre que mira al porvenir”.
En nuestros tiempos, cuando debemos reportar tantas profanaciones cometidas contra templos católicos en Venezuela, recordamos inevitablemente las palabras de Pío XII.
El fin de semana pasado ocurrieron actos vandálicos en un templo de San Juan de los Morros – Estado Guárico- en los Llanos venezolanos. Arrojaron al suelo las hostias consagradas que se hallaban bajo resguardo en el Sagrario: “Objetivamente se trata de un acto sacrílego” –dijo Saúl Ron Braasch sacerdote, ex juez penal y miembro de la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Venezolana- por cuanto “todo lo que sea daño; todo el que fracture, hurte o atente contra la dignidad del sitio de culto, comete ya un acto que va contra lo sagrado. Y cuando se va contra lo sagrado, eso ya es sacrilegio”.
La preocupación de Pío XII por Venezuela fue manifestada a lo largo de varios mensajes. No se circunscribían a un evento o fecha canónica. Ya en 1952, durante el Año Jubilar cuyo momento culminante fue la Coronación Canónica de la Virgen de Coromoto -Patrona de Venezuela- el 11 de septiembre, se escuchó el radiomensaje del Papa transmitido en directo desde Catelgandolfo, Italia:
“Aclamadla, si, aclamadla, amadísimos hijos venezolanos como medio principal de que la Divina Providencia se valió para llevaros el beneficio inestimable de la fe! Pero quienes ya la poseéis, los que os decís hijos de una nación católica, corred ante su trono de amor y de gracia pidiéndole que os la conserve y os la consolide, libre de influencias malsanas que buscan ponerla en peligro. Pedidle que la Iglesia, fundada por su Divino Hijo para la salvación de vuestras almas, pueda hacer llegara todas partes el beneficio inestimable de la educación cristiana sin trabas de ninguna clase; que la familia, célula fundamental de la sociedad, se salve de la carcoma que la corroe, manteniendo intactas su santidad y unidad; que la caridad de Cristo triunfe en las relaciones sociales haciendo llegar a todos los beneficios del justo progreso y del razonable bienestar; que no arraiguen jamás, en el pródigo terruño venezolano doctrinas extrañas, especialmente aquellas que ofenden a Ella y a su precioso Hijo negándoles las más excelsas de sus prerrogativas; y que, reconociendo todos su verdadera maternidad, todos se sientan hermanos en Jesucristo, hijos de un mismo Padre que está en los cielos, que pueden y quieren vivir en paz, para dar al mundo, agitado por el odio y por la violencia, el ejemplo de una nación que sabe gozar de los beneficios de la fraternidad cristiana”.
¿Qué sintió o presintió el pontífice sobre el futuro de Venezuela? ¿Fue una visión, una revelación o fue la misma Virgen, patrona de Venezuela, la que le inspiró un mensaje cuyo significado y vigencia posterior ni él mismo podía anticipar?
Estas palabras de Pío XII son, releídas a la luz de la grave situación que atraviesa el país, una auténtica profecía de las muchas que se atribuyen a este pontífice.
Desde esa responsabilidad petrina, asumida con todas sus consecuencias, se dedica a alertar acerca de los riesgos que plantea “la primera de todas las causas de las miserias del tiempo presente, cual es la exclusión de la religión como fuerza civilizadora”, convicción que expone en su alocución del 24 de mayo de 1919 al nuevo embajador de Bolivia. Seis encíclicas y dos cartas apostólicas dedicó al tema.
En su radiomensaje de Navidad de 1944 pronunció estas palabras: “Si el futuro pertenece a la democracia, una parte esencial de su realización tendrá que volver a la religión de Cristo y a la Iglesia”. Fue preclaro: ya en 1945, Pío XII, después de veinte años de fascismo, desconfiaba de quienes acariciaban la idea de instaurar la democracia popular (la del partido comunista y la Unión Soviética). En 1953 publica la encíclica Fulgens Corona (“Corona resplandesciente”), en pleno Año Mariano, donde trabaja sobre la que llamó “Iglesia del Silencio”, la de los cristianos sometidos al régimen comunista.
Condenó el socialismo-marxismo de todas las formas y maneras. No era –y en efecto no lo fue- más liviano que el fascismo. Para quienes se interesan por las cifras, si Hitler mató a 10 millones en campos de concentración, las purgas de Stalin cercenaron las vidas de 70 mil. Pío XII fue un visionario. No solo alertando a Europa acerca de las consecuencias de apartarse de sus raíces cristianas, sino, lo más impactante, a Venezuela, país alejado de guerras y ajeno, en aquél entonces a “doctrinas extrañas”.
Venezuela, hoy, se encuentra luchando agónicamente por salir del yugo opresor de las doctrinas extrañas sobre las que previno el Papa Pacelli.
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