La duda asalta cuando llega el momento de decidir qué hacemos con nuestros mayores. No siempre la situación en casa es la adecuada…
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Los padres se hacen mayores y algunos de ellos, la mayoría, necesitan ayuda. Una buena parte de los ancianos es dependiente y esto significa que requieren que alguien esté al tanto de su vida en tareas tan importantes como la higiene, la alimentación o el vestir.
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La mayoría de mi generación comienza a encontrarse con el interrogante: ¿Qué hago con mis padres o con mi padre o mi madre? Porque ya no pueden llevar su vida sin nadie que esté pendiente de las medicinas que debe tomar: se les olvida, se confunden… Necesitan que alguien les acompañe al médico, ya no tienen fuerza para tirar del carro de la compra, no pueden acabar de vestirse solos, no pueden ponerse los calcetines o atarse los zapatos…
La casuística es muy variada: desde el hecho de vivir en un piso sin ascensor y que ellos ya no pueden subir o bajar escaleras, hasta la artrosis que les impide cocinar o limpiar.
¿He de llevarme a papá o mamá a casa?
Y con el tiempo, la dependencia se hace mayor e incluso surgen enfermedades que hacen inviable que nuestros mayores vivan solos porque alguien ha de cuidar de ellos. Llega un momento es que uno se ve con la pregunta encima: “¿He de llevarme a papá o mamá a casa? ¿Estaría mejor? ¿Deberíamos llevarlo a una residencia?
Esa cuestión la he hablado con muchos amigos y conocidos, supongo que porque sabían que en mi familia también tuvimos que tomar esta decisión cuando mi papá enfermó de Alzheimer.
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He tenido ocasión de ayudar a un buen número de familias para que acierten en la toma de esta decisión tan importante en su vida, y creo que pueden servir algunas ideas madre:
- Es una decisión que deben hablar todos en la familia. Porque afecta y afectará a todos. Los hijos, los cónyuges de los hijos, la esposa…
- Es una de las decisiones más importantes de su vida: si el abuelo va a vivir en casa, eso implicará cambios en la educación de los nietos, en el espacio de la casa, etc…
- Estamos hablando de la vida del abuelo o la abuela, es decir, de quien nos dio la vida. Pongan sobre la mesa cuánto le debemos. Es el momento de ser generosos y devolverles y agradecerles lo que nos dieron en su día.
- Hagan lista de pros y contras sobre la idea de llevarse al abuelo a casa o llevarlo a una residencia. En esa lista no solo debe haber cuestiones económicas, también emocionales, decisiones de vida, disposición a sacrificarse, sentido de la familia… Es decir, los valores han de estar presentes.
- Actúen en conciencia. Han de estar seguros de que eso que deciden les ha de dar tranquilidad de espíritu desde ese momento.
- Asuman que llevar al abuelo a casa comporta cansancio, horas, más trabajo… Pero estamos hablando del abuelo, no de un vecino o de un cliente o de un desconocido.
- El sacrificio que supone tener al abuelo en casa no ha de recaer en una sola persona. ¿Cómo podemos hacer para distribuir lo más posible la tarea?
- Si es enfermo, ha de haber un cuidador principal, y alguien debe estar dispuesto a serlo. Eso puede implicar renuncia en otros ámbitos (laboral, social…). Y no es fácil.
Si han revisado estos puntos y creen en conciencia que la familia puede hacerse cargo de él en casa, adelante.
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Pero si uno no puede hacerse cargo del abuelo o abuela en casa, la residencia no es una mala opción. Será la conveniente a sus circunstancias y no hay que verla con malos ojos. Los que llevan a sus padres a la residencia no son malos hijos, y eso ha de quedar muy claro: no siempre uno puede hacer con su vida lo que le gustaría y tal vez sea imposible llevarse a sus padres a casa.
Eso sí, hay tres cosas a tener en cuenta entonces:
- Que el abuelo vaya a vivir a la residencia no implica que lo “aparquemos” y nos olvidemos de él. Se pueden hacer visitas a menudo, encargos y un plan para que esta persona se encuentre atendida por la familia lo más posible aunque esté materialmente fuera de casa. Ahí los nietos pueden resultar una parte muy importante de la ayuda, pero los hijos no pueden retirar el hombro porque se les echaría de menos.
- No todas las residencias son iguales. Hay que estar atento a cómo cuidan a los enfermos, qué nivel de calidad humana y profesional tienen… Para eso se necesitan ojos y estar presente: en el momento de las comidas, de las curas, de la higiene personal, de los paseos… No estamos hablando de dinero sino de trato y respeto a la persona.
- Que el abuelo acepte vivir en una residencia no es fácil a veces. Conviene visitarla primero, hablarle claramente de su situación y de la de la familia… Es lógico que una persona que vive en su casa no esté siempre dispuesta de la noche a la mañana a cambiar. Dale un margen, ten paciencia, dile que si no sale bien buscaréis otra opción. La residencia no puede ser para nadie una sentencia.
La vida de los abuelos en una residencia es muy distinta a la que llevaban en sus casas. Habrá que facilitar la adaptación. Pero si la familia considera que es lo mejor para él, con generosidad y habiéndolo madurado, será también una etapa de crecimiento para todos.