Claves para evitar una culpabilidad malsana
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Muchas veces cuando fallo suelo repetir en mi cabeza: “¿Qué pasa conmigo? Debe haber algo mal en mí”.
Esta es la voz de la vergüenza, un sentimiento intensamente doloroso que nos hace creer que somos indignos de amor y de pertenencia, que nos dice que somos imperfectos, inaceptables y totalmente indignos de amor.
Y es que como resultado de nuestro mundo quebrantado, de las decisiones que hemos tomado o de las decisiones de otros que nos han afectado, llevamos en nuestro interior un profundo sentimiento de vergüenza que en ocasiones define quiénes somos y nuestro modo de proceder.
Pero entonces, ¿cuál es la diferencia entre un sano sentimiento de culpa y esa culpabilidad que se convierte en vergüenza constante en nuestro interior?
Para saberlo, primero es importante aclarar qué es la culpa.
La culpa nos permite hacernos cargo de las propias acciones conscientes de que pertenecemos a una comunidad y de que éstas inciden directamente en la vida de otros.
Ahora bien, este sentido de culpa puede desembocar en una culpabilidad malsana (vergüenza) cuando se pierde la proporcionalidad, entre la acción y el sujeto. La culpa dice: “hice algo malo”. La vergüenza dice: “yo soy malo”. La culpa dice: “mentí”. La vergüenza dice: “soy un mentiroso”.
Dicho esto, es claro que cuando rechazamos el bien, irremediablemente en nuestra conciencia habrá culpa.
Esta, con toda confianza y humildad, debe ser llevada a la misericordia amorosa de Dios que en la confesión reestablece lo perdido con su amor.
Pero no es raro caer en la cuenta de que muchas veces ese sentimiento no desaparece. Después del sacramento seguimos sintiendo que no merecemos perdón alguno. Nos cuesta perdonarnos a nosotros mismos.
Este sentimiento de culpabilidad es lo opuesto al auténtico sentido de culpa que se centra en Dios, mientras que la vergüenza se centra en el “yo”.
Ahora puedes preguntarte: ¿cuál es la vergüenza que llevas en tu vida? ¿La aceptas o la ocultas detrás de alguna de estas tres cosas?
- Cubrir
Adán y Eva son grandes ejemplos de esto. Pecaron, sintieron vergüenza, se dieron cuenta de que estaban desnudos y se cubrieron. Nosotros también tenemos la tendencia a ocultar cosas. Tal vez nuestros sentimientos, tal vez algo que hicimos o algo que hizo otra persona.
- Esconder
La vergüenza que sentimos puede hacer que nos “escondamos” de una relación o situación particular.
Después de la caída, Adán y Eva se escondieron de Dios detrás de un arbusto. Nosotros también tenemos nuestros “arbustos”: descuidamos relaciones porque tuvimos una experiencia negativa o tuvimos miedo de decirle a un amigo que nos hizo daño.
Elegimos escondernos en vez de trabajar en el conflicto.
- Culpar
Cuando Dios confrontó a Adán y le preguntó qué había hecho, Adán culpó a Eva y Eva culpó a la serpiente.
Si un amigo se enoja contigo por una mala decisión que tomaste, tu respuesta podría ser gritarle por ser un amigo terrible.
En este caso, sientes vergüenza por lo que hiciste y, a su vez, quieres que tu amigo sienta vergüenza también.
No terminas responsabilizándote por tus acciones. Conviertes la culpa en vergüenza y culpabilidad.
Llegados a este punto nos damos cuenta que recuperarse de la vergüenza y reconstruir una mirada auténtica y humilde de nosotros mismos requiere mucho tiempo y paciencia.
Es hora de abrirnos a la gracia para que la vergüenza se vaya y no vuelva. Te dejamos algunos consejos:
- Identifica tus desencadenantes
¿Qué desencadena tus sentimientos de vergüenza? Una buena manera de descubrir esto es hacer un examen todas las noches antes de acostarte.
Repasa tu día, lo bueno y lo malo. Concéntrate en lo que te detonó la culpabilidad. ¿Alguien dijo algo que provocó sentimientos de vergüenza? Una vez que conoces tus “desencadenantes” puedes comenzar a gestionarlos.
- Acepta
Cuando sientes vergüenza, es difícil amarte a ti mismo. Podemos sentirnos tentados a creer que ser duros con nosotros mismos puede ayudarnos de algún modo.
Una manera simple de comenzar es imaginar qué harías si alguien que te importa compartiera contigo que está profundamente avergonzado de algo que hizo. ¿Qué le dirías a esa persona? ¿Cómo lo tratarías?
- Déjate amar
Los sentimientos de indignidad asociados a la vergüenza hacen que sea muy difícil recibir amor de los demás.
Estamos llamados a recibir amor abiertamente y con gratitud. Esto requiere una práctica consciente. Con el tiempo, si te dejas, será natural recibir amabilidad y amor de los demás.
- Recurre a tus amigos
Es importante no permitirnos permanecer solos en la oscuridad de la vergüenza. No tenemos por qué encubrir nuestra debilidad, pues el poder de Dios se muestra mejor en ella.
En nuestra batalla contra la vergüenza, necesitamos amigos que permanezcan junto a nosotros, amigos con quienes podamos ser vulnerables y que hablen la verdad en nuestras vidas.
Jesús quiere que le des tu vergüenza. Nada es demasiado grande para su amor infinito. Él puede sanar cualquier cosa en tu vida.
La clave es invitarlo a entrar y pedirle que te dé nuevos ojos para verte a ti mismo y a tu situación en la luz de su misericordia.