Parece que el viejo dicho es verdad: menos es más
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Cuando mis hijos se portan mal, he adquirido el hábito de intentar entender el motivo. Normalmente ya sé por qué sucede, la verdad, pero me gusta ayudarles a entender lo que sienten y cómo esas emociones han desencadenado un comportamiento inadecuado.
En teoría, esta estrategia es constructiva y compasiva. Por desgracia, suelo dedicar tanto tiempo a ahondar en sus emociones con ellos que la mala conducta se olvida o pasa a un segundo plano. En la práctica, lo que significa es que mis hijos han aprendido a librarse del problema rompiendo a llorar y diciéndome que están pasando por un momento difícil en su vida.
En las últimas semanas he empezado a observar la cantidad de veces que mis hijos me manipulan. Vamos, me manejan a su antojo. Por eso estoy intentando averiguar cómo imponer disciplina sin perder la compasión y guiándoles para hacerles entender la conexión entre sus emociones y sus acciones.
Sinceramente, no lo estoy logrando. No sé cómo equilibrar ambas cosas. Por eso este artículo en Motherly sobre las medidas que se pueden adoptar cuando un niño se porta mal ha sido una auténtica mina de oro para mí:
Admite y acepta sus emociones, y después vete. Dales algo de espacio en lugar de intentar arreglarlo o aleccionarles. Deja que todo el mundo se calme e inténtalo de nuevo. Podrás entender cómo se sienten y decirles “Estaré en la cocina preparando la comida”. O puedes ir caminando despacio hacia el coche después de decirles que es hora de irse.
Responde brevemente y ve al grano. Es muy fácil convertir la discusión en un juego de quién grita más, donde los hijos contestan, después contestamos nosotros, y así se crea una dinámica que no termina nunca. En su lugar, debemos comportarnos como adultos y no echar más leña al fuego. Intenta decir “Me parece interesante” o “Lo sé y lo entiendo” con un tono más neutro, pero no sigas. Con unas cuantas palabras y este tono de voz podemos rebajar la tensión en lugar de empeorar la situación.
Mi problema era que solo practicaba uno de estos aspectos. Reconocía y admitía sus emociones, pero después eso se convertía en una sesión terapéutica en el sillón que duraba una hora y que normalmente acababa con el niño en cuestión más enfadado de lo que estaba al principio.
Cuando leí este artículo supe que lo que tenía que practicar era la parte de alejarme. Y, sin lugar a dudas, necesita aprender a responder de forma breve y yendo al grano cuando volviera. Así que lo intenté ayer con mi hija de 9 años, que había “olvidado” a propósito hacer los deberes de matemáticas durante el fin de semana.
Cuando me dijo que le habían puesto un punto negativo por no haber llevado los deberes y empezó a enfurecerse, la detuve: “Charlotte, sé que no lo estás pasando bien ahora mismo. Pero sigues teniendo que hacer los deberes de matemáticas, y cuando no los haces te mereces un punto negativo. Ve a tu dormitorio y termina la tarea para poder llevarla mañana”.
Abrió la boca sorprendida y pude notar el “pero… pero… pero…” empezando a formarse. ¿Y qué hice yo?
Sí, me fui. ¡Así de sencillo! Me fui a otra habitación y empecé a doblar la ropa limpia.
Durante todo un minuto tuve la certeza de que había ganado yo, pero naturalmente Charlotte me siguió y empezó a lamentarse, como siempre, de las dificultades y las injusticias de la vida y hasta del universo.
Le contesté de manera firme: “Charlotte, no importa la dificultad de las cosas, el trabajo sigue esperando. Yo tengo que doblar la ropa y tú tienes que hacer un ejercicio de matemáticas, así que vete y hazlo ya”.
Me gustaría decir que en ese momento gané, pero no fue así. La hora siguiente se llenó de reiterados intentos para convencerme de que no la obligase a hacer la tarea, pero la diferencia es que me negué a entrar en su juego y simplemente repetí lo mismo que le había dicho al principio. Finalmente se dio por vencida y terminó sus deberes, y aunque dejó de hablarme el resto de la tarde y se durmió llorando desconsoladamente, no me sentí culpable porque no había sido dura o desagradable con ella. Solo había trazado una línea y ella estaba intentando derribarla.
Hasta ese momento no comprendí realmente el mantra que afirma que menos es más. Pero cuando se trata de establecer y mantener unas normas para nuestros hijos, menos definitivamente es más. Cuanto menos se diga, mejor y más efectivo será el límite que marquemos, y menos agotador emocionalmente.