El cáncer de Mary, de tres años, ha motivado a otras personas para ayudar a los demás…“Dios no está aquí en el pabellón de oncología pediátrica”, dijo una madre sentada junto a la cama de su dolorido hijo de dos años, enfermo de cáncer.
Por desgracia, yo la entendía muy bien. Hubo un tiempo en el que yo misma, sentada junto a la cama de mi propio hijo en aquel mismo hospital, luché por comprender, por no dudar, por mantener mi fe y mi confianza.
Por eso la historia de Mary, que apenas tiene tres años, y de sus padres, que tuvieron tantísima confianza a pesar de las estadísticas médicas, me ha conmovido. Y cuando tienes confianza, suceden milagros, aunque no necesariamente los milagros que esperas.
Un terrible diagnóstico
Todo empezó de forma bastante inocente. Mary, con tres años, empezó a vomitar con frecuencia y empezaron a tratarla pensando que tenía reflujo. Cuando un día los padres visitaron a una gastroenteróloga, ella los envió de urgencia al hospital. Allí le hicieron una tomografía y vino el momento más difícil: un diagnóstico infausto.
“Un neurocirujano vino a darnos la noticia”, recuerda Agata, madre de Mary. “Nos informó de que la tomografía detectó un gran tumor cerebral. Dijo que al día siguiente le realizaría una resonancia magnética de la cabeza y que, mientras seguía bajo anestesia, realizaría la cirugía para extraer el tumor. Recuerdo a la otra médico sosteniéndome por los brazos, por si acaso me desvanecía”.
“El día después de la resonancia”, continúan contando los padres, “descubrieron que el tumor era mucho más grande de lo que mostró originalmente la tomografía, que era muy vascular y que la cirugía conllevaría un riesgo enorme, con todas las complicaciones posibles. Sin embargo, si no lo hacíamos, Mary moriría”.
Por fortuna, la cirugía fue bien, pero a las dos semanas vino otro golpe. El informe patológico mostraba que el tumor de Mary era muy agresivo, meduloblastoma maligno de grado IV. El pronóstico era muy malo.
Momento de acción
Después de la conmoción inicial, los padres entraron en modo lucha. Publicaron información en medios sociales sobre la situación de su hija. La oleada de ayuda que llegó fue tan grande que tuvo que crearse un grupo cerrado especial en Facebook. Se unieron amigos y luego amigos de amigos. Lo que empezó como un pequeño grupo de una comunidad local se convirtió en un grupo enorme de personas de toda Polonia, todos deseosos de ayudar a Mary.
El Cielo estaba abarrotado: cada vez más y más personas prometían oraciones, se celebraron múltiples misas por intención de la niña, los peregrinos ofrecían sus kilómetros por ella y muchos se ofrecieron a rezar novenas.
Sin embargo, nadie se quedó ocioso esperando un milagro. Se organizaron todo tipo de eventos para recaudar fondos destinados a costear los tratamientos de Mary; los historiales médicos fueron traducidos para poder consultar a especialistas de otros países. Hubo incluso un grupo de voluntarios que reformaron la habitación de Mary y de su hermana mayor. Sigue habiendo gestos constantes, pequeños y grandes, además de la simple presencia silenciosa, el recuerdo, un oído para escuchar y un hombro para llorar.
El milagro de Mary
Los padres nunca han perdido la esperanza y están intentando ver un significado más profundo en la enfermedad de su hija.
“Muchísimos corazones se han conmovido y se han vuelto más sensibles”, asegura Agata. “La gente quiere hacer el bien, están redescubriendo su fe en la bondad, están regresando a su relación con Dios y a la oración diaria. Algunos están volviendo a los sacramentos después de muchos años. Están aprendiendo gratitud y renovando sus prioridades. Presenciar a un niño sufriendo es una especie de retiro”, dice la madre de Mary. Sus palabras las confirman personas que, movidas por el destino de Mary, cambiaron sus vidas:
“Mary, gracias a ti rezo más y mi fe se ha vuelto más profunda. Siento que gracias a ti estoy más cerca de Dios. ¡Esta transformación no puede ser para nada! Creo que no soy la única que se siente así”.
“Tu pequeña Mary y su historia han provocado un gran cambio en mí. Trabajo en un hospital y, después de muchos años, tú has despertado nuevas fuentes de energía, empatía y sensibilidad que mis pacientes necesitan de mí, independientemente de que esté cansado y me duela la espalda o tenga las piernas cansadas. Que continúe el milagro de Mary”.
“Mary, gracias a ti empecé a creer y me mantengo en esa fe junto con tus padres. Espero que consigas volver a casa”.
“Creo que en estos tres meses de enfermedad por los que hemos pasado, Mary ha cambiado más corazones de los que muchos adultos han hecho en toda su vida. Ser consciente de esto me da fuerza en los momentos más difíciles”, resume Agata.
¿Hay algún sentido en el sufrimiento de los niños?
¿Cómo lidiáis con el sufrimiento de un hijo? Hice esta difícil pregunta a los padres de Mary. Su madre respondió con unas palabras muy emotivas:
“Tenemos miedo del sufrimiento, sobre todo si no lo escogimos nosotros. El mismo Jesús temía el sufrimiento y la muerte y pidió a su Padre que apartara de él ese cáliz. Es natural, normal y humano. Queremos vidas felices, sanas y alegres, sin dolor, sin preocupaciones ni aflicciones. Ese es nuestro instinto de supervivencia.
Pero el sufrimiento existe a nuestro alrededor. Más grande o más pequeño, largo o corto, físico o emocional. Hay enfermedad, muerte, fracaso y dolor. Así es la vida, así ha sido y será. El sufrimiento existe, no podemos hacer nada al respecto.
Podemos decidir qué hacer con el sufrimiento, cómo asumirlo, cómo abordarlo. Podemos estar tristes, devastados, podemos ahogarnos en el sufrimiento y quejarnos. Podemos culpar a otros, a Dios, a la realidad, al sistema, a veces incluso a personas en particular. Pero también podemos aceptar la situación y buscar en ella motivación para el bien y el crecimiento.
Jesús dijo que todo el que quisiera ser como él debía agarrar su cruz y seguirle. Aceptarla, cargarla y andar. Hacer el bien. A través de su sufrimiento y muerte, Jesús salvó el mundo. Así que este es el camino a la santidad, a la salvación.
Mary está sufriendo y está cambiando los corazones de las personas. Inspira bondad en ellas, las motiva a actuar, a ayudar y a rezar. ¿Quizás la enfermedad y el sufrimiento de los niños estén destinados a sacudirnos a los adultos y recordarnos nuestras prioridades, a hacernos sensibles a la bondad y a otras personas? ¿Quizás nos obliguen a parar nuestro ajetreo diario y volver nuestros pensamientos hacia Dios, el Señor de la vida y la muerte? ¿Y quizás nos enseñen a valorar lo que tenemos, nuestras relaciones, nuestras posibilidades, nuestra salud, nuestros bienes materiales? ¿Quizás nos motiven a ayudar a los demás?
Las lecciones y conclusiones que extraigamos dependen de nosotros…”.
Y ¿qué hay de Mary?
Mary está luchando. Lleva en el hospital ya casi cuatro meses. Los médicos consideran que su situación es difícil. Ha tenido solamente dos tratamientos de quimioterapia porque sigue teniendo infecciones y complicaciones después de la difícil cirugía para extirpar el tumor. Sus padres se aferran a la esperanza, pero también están buscando especialistas de otros países que puedan ayudar a su hija. Cualquiera que sea el resultado, saben que Mary está en las manos de Dios.