Repasamos ‘Yo confieso’, el clásico de Alfred Hitchcock
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Un amigo mío imparte clases a alumnos que se van a dedicar a las artes y a los videojuegos y me comenta, con pesadumbre, que los muchachos no saben quiénes son Alfred Hitchcock o Akira Kurosawa, ya no digamos Andrei Tarkovski o Ingmar Bergman.
Yo le digo que en la actualidad, con la red y tantos canales, hay un exceso de oferta y de información, y que los chavales necesitan guías, prescriptores: si no lo son sus padres (por desidia, falta de tiempo o ignorancia), deberíamos serlo nosotros.
No vamos a presentar aquí y ahora las credenciales de Hitchcock, pero sí podemos aconsejarles por dónde empezar a ver la obra del considerado “maestro del suspense”. Es, también para nosotros, una nueva manera de ser espectadores: revisar el cine del siglo XX con la mirada del siglo XXI.
Yo confieso es una película perfecta para empezar a interesarse por su filmografía: no es, por ejemplo, tan compleja como Vértigo ni tan retorcida como Psicosis, y además ronda sólo los 90 minutos de duración, algo que la convierte en un filme muy asequible en tiempos en los que hasta los largometrajes de dibujos animados duran dos horas.
Yo confieso empieza con un crimen: avistamos un cadáver cuando la cámara se asoma a una ventana para mostrar el interior de un domicilio y, a continuación, discernimos a un tipo vestido de sacerdote que atraviesa un mapa de calles, sombras y noche.
Es la primera pista falsa del director y del propio asesino: hacer creer al espectador y a los testigos (dos niñas lo ven apresurarse por las aceras) que el asesino es un cura. Pero en seguida convierte a los espectadores en cómplices cuando ese hombre se despoja del hábito y va a confesar su crimen a su sacerdote de cabecera, el Padre Michael Logan (Montgomery Clift), quien ayudó al hombre y a su mujer cuando lo necesitaron.
Keller (Otto Hasse) confiesa que ha matado a un tal Villette; el móvil: quería su dinero. Cuenta su delito sabiendo que, por el secreto de confesión, el Padre Logan no dirá nada a nadie. ¿O sí? Ésa es la sospecha que asfixiará a Keller y a su mujer durante el resto del metraje, mientras nosotros también dudamos si Michael dirá la verdad o callará porque se debe a los asuntos del confesionario. Porque, de fondo, hay un inspector (Karl Malden) sospechando que es culpable.
Aunque en principio la trama parece sencilla (la víctima, el asesino, el sospechoso y el policía), pronto la madeja se va enredando: hay una mujer casada, Ruth Grandfort (Anne Baxter), que dispone de una coartada porque dijo que, durante el momento del crimen, ella estaba con el Padre Logan; horas después de perpetrarse el asesinato, tanto el sacerdote como la mujer tenían cita con Villette.
Hitchock, con ayuda del inspector y los sospechosos, consigue que lo más interesante no sea el crimen en sí, sino el motivo por el que Ruth y Logan estaban juntos durante aquella noche.
La primera virtud de esta película en su juego con el suspense es que plantea un dilema: ¿un sacerdote debe guardar el secreto de confesión y, sin quererlo, convertirse en cómplice, o debe divulgar la verdad para que el asesino no escape de la justicia? Clave en el filme es la interpretación de Montgomery Clift como un hombre torturado por mantener su silencio.
En el libro El cine según Hitchcock, de Francois Truffaut, ambos comentan que el público de la época del estreno quería, necesitaba, que Logan dijese la verdad. Truffaut sostiene: A partir del instante en que Montgomery Clift recibe en confesión la declaración del crimen cometido por Otto Hasse es el sacerdote quien se convierte realmente en culpable y así es como lo entiende el asesino.
Es este aspecto el que, hoy, nos parece más interesante del filme: el traspaso de culpabilidad entre personajes, y cómo uno debe manejarla. Hitchcock, en el mismo volumen, dice: […] en Yo confieso, nosotros, los católicos, sabemos que un sacerdote no puede revelar un secreto de confesión, pero los protestantes, los ateos, los agnósticos piensan: “Es ridículo callarse; ningún hombre sacrificaría su vida por algo semejante”.
Y luego apunta que, por ello, la película nunca debió realizarse porque tenía un error de concepción. Algo con lo que, ahora, desde el siglo XXI, y con perdón del maestro, no estamos de acuerdo: se trata de hora y media repleta de intriga, de dilemas morales y religiosos, de sombras y sospechas, y de una cámara que se mueve por un Quebec en blanco y negro como si estuviera ejecutando un vals con el cineasta.
Ficha Técnica
Título original: I Confess
País: Estados Unidos
Director: Alfred Hitchcock
Guión: George Tabori y William Archibald (basado en la novela de Paul Anthelme)
Música: Dimitri Tiomkin
Género: Crimen / Drama / Thriller
Duración: 95 min.
Reparto: Montgomery Clift, Anne Baxter, Karl Malden, Brian Aherne, O.E. Hasse, Dolly Haas, Roger Dann, Charles André, Judson Pratt