¿Cuáles serán las consecuencias tanto sociales como culturales?El miércoles 17 de octubre, Canadá se convirtió en el primer país del G-7 en legalizar y permitir el consumo de marihuana para uso recreativo. Al regularizar la producción, distribución y venta de cannabis, el gobierno canadiense ha argumentado que el objetivo que persigue es “mejorar la seguridad y la salud de su población”.
La pregunta obligada es si esta decisión tendrá los efectos deseados, de seguridad y salud, o, por el contrario, la legalización de la marihuana tendrá repercusiones muy diferentes a las buscadas.
Un dilema mundial
En muchos países, el estatus legal de la marihuana es complejo y en ocasiones contradictorio. En la mayoría de los casos se ha optado por la tolerancia, donde coexisten legislaciones que prohíben la producción y venta de cannabis, por un lado, y, por otro lado, permiten un consumo personal de hasta cierto gramaje de esta droga.
En particular son quince países en el mundo los que permiten, en mayor o menor medida, el consumo de marihuana; en algunos solamente para uso medicinal y en otros se sigue una política de “ver hacia otro lado” en lo referente al consumo recreativo.
Más de la mitad de estos países se encuentran en el continente americano: México, Estados Unidos, Canadá, Jamaica, Uruguay, Costa Rica, Colombia y Chile. De estos países, solamente dos han legalizado totalmente la producción, distribución y venta de cannabis: Uruguay, que lo hizo el año pasado, y ahora Canadá; además de nueve estados de Estados Unidos, donde también se ha legalizado el consumo recreativo de la marihuana.
El caso de Holanda
Uno de los referentes mundiales de consumo abierto de marihuana es, sin duda, Holanda. Si bien, el consumo de la droga no es legal en sentido estricto, Holanda ha tenido –durante décadas– una política de tolerancia que de facto ha hecho que se pueda consumir de forma libre esta droga en ciertos establecimientos conocidos como coffeeshops. El caso holandés puede arrojar cierta luz sobre los efectos de la legalización.
Uno de los principales argumentos a favor de la legalización del consumo de cannabis es que al regular toda la cadena, desde el cultivo hasta la venta final al consumidor, se termina con el narcotráfico, con la consecuente reducción de violencia y criminalidad que eso conlleva. Sin embargo, este argumento puede no ser tan sólido como se piensa.
Recientemente, la Asociación de la Policía Holandesa (NPB por sus siglas en inglés) envío al Parlamento un informe donde se denuncia la existencia de una “economía criminal paralela basada en el tráfico de drogas” y se afirma que Holanda “cumple muchas de las características de un narcoestado”.
La NPB pone en el centro del problema a los coffeeshops donde se consume marihuana. Ha sido alrededor de estos lugares, que paradójicamente surgieron para acabar con la delincuencia, donde han proliferado organizaciones delictivas que la policía no tiene capacidad para desmantelar.
Un informe de 2016 elaborado por Europol y el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías apunta en la misma dirección, al considerar a Holanda como el principal núcleo de narcotráfico del continente europeo.
Una reflexión necesaria
La legalización de la marihuana es uno de los puntos más polémicos de las agendas legislativas de muchos países, entre ellos México y Estados Unidos. Existe un fuerte impulso por legalizar una industria que reportaría miles de millones de dólares en ganancias anuales.
Ante este panorama debe prevalecer una reflexión sincera, acompañada de un estudio detallado de las posibles consecuencias, tanto sociales como culturales. No vaya a ser que la solución sea más grave que el problema.