Según la FAO, la proporción de stock de animales pescados de forma insostenible subió del 10% en 1974 al 33,1% en 2015
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
La han bautizado ya como la “batalla” o la “guerra de las vieiras” los enfrentamientos que tuvieron lugar a finales de agosto en el Canal de la Mancha, en la Bahía del Sena, entre pescadores franceses y sus colegas británicos.
Lo que desencadenó las “hostilidades”, con lanzamiento de bengalas y piedras, fue que embarcaciones de pesca británicas atravesaran la línea que une Barfleur y Cap d’Antifer, en Normandía. Según los acuerdos entre Londres y París, los pescadores británicos de los apreciados moluscos – las famosas coquilles Saint-Jacques (como se llama en francés a las vieiras, símbolo por excelencia de la peregrinación a Santiago de Compostela) – deben permanecer al norte de esta línea convencional.
Lo que complica aún más la situación, al menos para los pescadores franceses, es el hecho de que la ley inglesa permita la pesca de las vieiras ya desde el 1 de agosto de cada año, mientras que la francesa lo hace desde el 1 de octubre, lo que significa que los pescadores británicos tienen una ventaja “estratégica” sobre sus colegas franceses.
No es la primera vez que el acceso al derecho de pesca de alguna especie marina acabe en el centro de fuertes tensiones entre países. El ejemplo quizás más conocido son las llamadas Cod wars, las “guerras del bacalao” de la segunda mitad del siglo pasado entre Islanda por un lado, Reino Unido y – aunque en menor medida — la entonces Alemania Occidental y Bélgica por el otro.
Riesgo de conflictos armados
Aunque en estos casos no hubiera enfrentamientos armados (a pesar de que en las Cod wars hubiera un fallecimiento accidental), esto podría cambiar en un futuro próximo, según advierte la revista Foreign Policy en un artículo publicado el 12 de septiembre con el título Food Fight (lucha por la comida) firmado por Kate Higgins-Bloom. En su artículo, la autora explica que este tipo de conflicto tiene el potencial de hacer desencadenar auténticos enfrentamientos armados, especialmente cuando la cuestión del acceso a las zonas de pesca tiene lugar en aguas disputadas por varios países.
Un ejemplo concreto es la situación en el Mar de China oriental, donde pesqueros de Pekín, escoltados por unidades navales de la marina militar o de la guardia costera china se aventuran en las aguas alrededor de las islas Senkaku (llamadas Diaoyu en chino), actualmente administradas por Japón, pero reivindicadas por China y por Taiwán.
En respuesta, Tokio ha reforzado su presencia en la zona, con alto riesgo de un enfrentamiento armado real. En 2012, el entonces primer ministro chino Wen Jiabao declaró de hecho que “las islas son parte integrante de nuestro territorio y de nuestra nación no cederá nunca siquiera un milímetro de su propia tierra”.
Pekín, además, dispone de la flota de pesca más grande de alta mar – más de 2.500 pesqueros de alta mar, según las estimaciones de Greenpeace — y ha sido acusada de pesca ilegal, no declarada y no reglamentada (IUU o Illegal, unreported, and unregulated fishing) a escala industrial en las aguas ante las costas argentinas y del Senegal.
Crecimiento demográfico
Este riesgo se refuerza con el crecimiento demográfico a nivel global. Según las proyecciones de la ONU, la población mundial está destinada a aumentar antes de la mitad de este siglo un 29%, es decir, de 7.600 millones a 9.800 millones de personas.
Además, observa Higgins-Bloom, el crecimiento tendrá lugar en zonas del mundo donde recientemente millones de personas han logrado salir de la pobreza y han entrado en la clase media, y que por tanto preferirán una dieta más rica en proteínas.
Según las estimaciones de la autora, que es comandante de la Guardia costera americana, a nivel mundial la demanda de proteínas superará el crecimiento demográfico, creciendo entre el 32 y el 78%. Esta a su vez implica que harán falta entre 62 y 159 millones de toneladas de proteínas extra al año, cantidad que el sector de la pesca – tanto el extractivo fresco (o congelado), como el de piscifactoría – por ahora no logra proporcionar.
Informe de la FAO
La pregunta que se plantea es, por tanto: ¿cuál es la situación del sector de la pesca? La última edición del informe SOFIA o State of World Fisheries and Aquaculture de la FAO, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, pretende responder a ella.
Del documento se desprende que para 2030, la producción combinada de pesca extractiva y de piscifactoría alcanzará los 201 millones de toneladas, según un comunicado de prensa. Se trata de un aumento del 18% — casi un quinto — respecto al nivel de producción registrado en 2016: 171 millones de toneladas.
La producción de pesca extractiva fue de 90,9 millones de toneladas en 2016, de las que 79,3 millones de toneladas eran de pescado de mar. Se trata de un ligero descenso de unos dos millones de toneladas respecto al año anterior (81,2 millones de toneladas), debido a las fluctuaciones de la anchoa del Pacífico (o anchoa peruana) atribuible al conocido fenómeno climático de El Niño. La cuota de pesca de agua dulce fue de 11,6 millones de toneladas.
En continuo aumento está, por otro lado, la producción de piscifactoría. Según los datos de la FAO, la acuicultura proporcionó en 2016 110,1 millones de toneladas de alimento, de las que 80 millones de toneladas eran de pescado y 30,1 millones de toneladas, de plantas acuáticas (sobre todo algas). Durante las últimas décadas, la cuota procedente de las piscifactorías no ha dejado de crecer, aunque actualmente a un ritmo más lento: del 25,7% en 2000 al 46,8% en 2016.
Reservas ícticas y sobrepesca
El informe 2018 de la FAO, que lleva como subtítulo Meeting the Sustainable Development Goals, muestra además que la cuota de stock o reservas pesqueras que se han mantenido dentro de los niveles biológicamente sostenibles ha bajado del 90% en 1974 al 66,9% en 2015. La proporción de stocks pescados de manera insostenible ha subido, en cambio, del 10% en 1974 al 33,1% en 2015.
En lo que respecta a las 16 principales áreas estadísticas de pesca, las zonas FAO con la menor proporción de stocks de pescado extraídos a ritmos biológicamente insostenibles (del 13 al 17%) se sitúan sobre todo en el Océano Pacífico. Se trata por ejemplo de la zona FAO 77, o sea, el Pacífico centro-oriental, además de la zona FAO 67 (el Pacífico nororiental) y de la zona FAO 61 (el Pacífico noroccidental).
Fuertemente preocupantes son sin embargo los datos sobre el Mar Mediterráneo y el Mar Negro, que constituyen juntos la zona FAO 37: registran la cuota más elevada (el 62,2%, es decir, casi dos tercios) de stocks insostenibles. Siguen después la zona FAO 87, o sea, el Pacífico suroriental (el 61,5%), y la zona FAO 41, el Atlántico suroccidental (el 58,8%).
Un mundo sobrepoblado y hambriento
Si bien a nivel global, el consumo de productos pesqueros ha crecido a un ritmo medio anual del 1,5% aproximadamente, de 9 kg per capita en 1961 a 20,2 kg en 2015, los consumidores más grandes se encuentran en el continente asiático: más de dos tercios, 106 millones de toneladas sobre un total de 149 millones de toneladas en 2015, es decir, 24 kg per capita. El 20% aproximadamente, la quinta parte, se consumió durante 2015 en Europa, Japón y EE.UU., una cuota que en 1961 aún llegaba al 47%.
“El sector de la pesca es fundamental para satisfacer el objetivo de la FAO de un mundo sin hambre y malnutrición, y su contribución al crecimiento económico y a la lucha contra la pobreza está creciendo”, explica el director general de la FAO, José Graziano da Silva. El agrónomo brasileño también ha recordado los rectos que afronta el sector entre ellos “la necesidad de reducir el porcentaje de stocks pescados más allá de la sostenibilidad biológica”.
Uno de estos retos es sin duda el de reducir los desperdicios: del informe de la FAO se desprende por ejemplo que más de la cuarta parte de la producción pesquera, el 27%, se pierde por deterioro o es descartado tras el desembarco, mucho antes de llegar a nuestras mesas. Un auténtico pecado, sobre todo si pensamos en que vivimos en “un mundo superpoblado y hambriento”, donde las “batallas por los recursos son una posibilidad real”, como escribe Higgins-Bloom.