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¿Hipócrita, yo?

SURPRISE
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Orfa Astorga - publicado el 30/10/18
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El mayor enemigo de la sociedad no es la carencia de recursos materiales o culturales, sino la falta honestidad en nuestras relaciones, por ello no se debe hablar de cualquier manera, sino según la virtud de la veracidad

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Crecí con la sensibilidad de no decir mentiras que hicieran daño al prójimo, por lo que no me era difícil distinguir los términos: detracción, murmuración, calumnia, difamación, etc. que consideraba lacras de la convivencia social junto a otras manifestaciones de falta de sinceridad como la ambigüedad, la doblez, el disimulo, la jactancia, la ironía burlona, el fraude, etc., etc.

No señor, yo no me conducía con esos antivalores que denotan ausencia de virtudes que tanto afectan la confianza y la convivencia entre personas.

Eso creía.

Sin embargo, pactaba con la falta de sinceridad en materias que consideraba de poca importancia como mentir para salir del paso; quedar bien; evitar una responsabilidad; obtener un pequeño beneficio; por baja autoestima; inseguridad, temor, etc., etc.  Para mí, eran mentiras de un color neutro, blancas y hasta piadosas. Y no podían ser tan malas si las personas “buenas” lo hacían.

Pero a decir verdad, si todas son mentiras ¿a virtud de que se les da un color neutro, blanco o llaman piadosas?

Sucedió un día…

Mi hija de  8 años me dijo en un susurro tras ver por la ventana —Mamá te busca la vecina. 

—Estoy ocupada —le respondí—,  ve y dile que no estoy.  

Y mi hija obedeció con encantadora sonrisa. 

Luego con natural confianza me hizo un comentario que me dejo de una pieza: —Mamá, según mi tarea de investigación tú y yo somos unas hipócritas. — ¿Cómo? ¿Qué dices? —le contesté con asombro y un cierto sentimiento de indignación que desapareció como magia cuando me presento su escrito con una definición en la que pude leer: 

Hipocresía: inconsistencia entre aquello que se defiende y aquello que se hace, entre aquello que se piensa y aquello que se dice.

Fue un penoso golpe de consciencia por el que en un instante acepte, que mientras creía educar a mis hijos en la sinceridad y respeto al prójimo, no cuidaba mi propio ejemplo, al no ser fiel verdaderamente a estos principios, y ellos se daban cuenta perfectamente.

Sin saberlo ni mucho menos desearlo, no les enseñaba ser congruentes, es decir, a vivir la unidad de vida por la que, lo que se dice, lo que se piensa y lo que se hace, es lo mismo en función a la verdad.

Mas aun, no les estaba enseñando a ser fieles a ellos mismo y a los demás, ya que la infidelidad a la familia admite diversas variantes: infidelidad matrimonial; falta de respeto filial por parte de los hijos; irresponsabilidad como padre o madre en la crianza y educación de los hijos, etc. Infidelidades que se trasladan al seno de la sociedad como una maligna inyección intravenosa.

No quiero que mis hijos en un futuro afirmen ser buenos ciudadanos, buenos amigos, buenos profesionistas padres o esposos, y realmente no lo sean, porque admitan vivir estos roles con la mediocridad de quienes, por no ser sinceros consigo mismos, recurren al autoengaño, que es finalmente una forma de mentira personal muy extendida que tanto daño social causa, pues se se traduce en deslealtades.

Y es la confianza la que verdaderamente nos une en sociedad, no las leyes, normas, reglas, etc.

Un ejemplo:

Para servir, servir, siendo capaces y honestos en el intercambio de servicios necesarios en la convivencia social, evitando el intercambio de desconfianzas en donde “te cobro barato, porque  tú haces como que me pagas, y hago yo como que te doy un buen servicio” porque no interesa servir, sino servirnos de los demás.

Significa que el mayor enemigo de la sociedad no es la carencia de dinero, de administración, de cultura, de información, de materias primas, etc., sino la falta honestidad en nuestras relaciones donde se desconoce el derecho del prójimo de conocer la verdad por grande o pequeña que sea, si nosotros la poseemos.

Y eso es algo que solo podremos lograr si amamos la virtud de la veracidad y el deseo de ser auténticamente confiables a través  de tres virtudes como:

Coherencia: Tener ideas claras acerca del deber ser de las cosas en cuanto a su relación con la verdad, muchas personas piensan y hablan con mucha coherencia de ideas. Pero, solo eso…

Congruencia: Tener una conducta en la que se refleje, que lo que pensamos y decimos coincida con nuestras acciones.

Consistencia: Lograr que ante las pruebas y duras tentaciones se refleje la congruencia de nuestra conducta, luchando por no ceder ni un ápice en nuestra dignidad.

El significado de la veracidad está íntimamente relacionado con todo lo que se refiere a la verdad o a la realidad. Es la capacidad de alguien para decir siempre la verdad y ser sincero, honesto, franco y tener buena fe. 

Consúltanos en: consultorio@aleteia.org 

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