En el Putumayo, a 709 kilómetros de Bogotá, una comunidad indígena conmemora hace más trescientos años el Día de las Ánimas
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No se trata de un rito pagano ni de una celebración influenciada por culturas modernas distantes de la América indígena. Aunque hay algunos rasgos propios de sus tradiciones, es evidente que el recuerdo del pueblo kamëntsá a sus muertos es una práctica ancestral que tiene un claro ascendiente católico.
En su lengua se llama el Uacnayté. Para unos es el Día de las Ánimas y para otros es el Día de los Difuntos, en todo caso, es una de las dos grandes celebraciones anuales de esta comunidad. La otra fiesta es el Bëtsknaté o Día Grande, también conocido como Carnaval del Perdón, una fecha en la que los indígenas se perdonan todas las ofensas que hayan causado a sus familiares y amigos a lo largo del año.
Según ‘mamá’ Pastora Chindoy, exgobernadora kamëntsá y líder indígena, el Día de las Ánimas es una combinación de viejas prácticas de sus abuelos con rituales de la Iglesia católica adoptados por misioneros que se afianzaron en las selvas amazónicas de Perú, Ecuador y Colombia en tiempos coloniales para evangelizar a grandes tribus, algunas más violentas que otras. Entre otras comunidades religiosas, en estos territorios abandonados por el Estado colombiano, estuvieron jesuitas, franciscanos, redentoristas, mercedarios y sacerdotes diocesanos.
En esencia, explicó mamá Pastora a Aleteia, “se trata de recordar a lo largo del día 2 de noviembre, con alegría y agradecimiento, a todos nuestros muertos y sus familiares, sin importar si murieron recientemente o no y si el ánima es la de un niño o un adulto”.
Aunque algunos sociólogos sostienen que esta tradición ha decaído porque antes los ritos los celebraba cada familia por su propia cuenta, lo cierto es que hoy en día el Uacnayté es más comunitario porque en su organización y desarrollo participan miembros de diferentes familias lideradas, especialmente, por las mujeres mayores.
Son ellas, y algunos hombres, las que preparan con meses de anticipación los frutos, hortalizas y otros productos naturales que se deben ofrecer a los muertos frente a sus tumbas en el cementerio de Sibundoy, el municipio del departamento del Putumayo, al sur de Colombia, en donde se concentra la mayor cantidad de kamëntsá, una de las 87 organizaciones indígenas reconocidas por el Estado. Esta etnia también es famosa por sus preciosas tallas artísticas en madera y las pinturas murales que evocan tradiciones, muestran personajes y resaltan la exuberancia natural.
Desde mediados del año, las abuelitas y sus hijas mayores son las que siembran y cuidan el maíz, la yuca, la cebolla y la papa que harán parte de las viandas para las ánimas. La chicha de maíz, el sancocho, el arroz, así como la carne de res y de pollo, son otros ingredientes insustituibles en la preparación y deben estar listos, con mucho cuidado, para la comida de la festividad.
Por lo general, los hombres aparecen en escena una semana antes para preparar “el santo cementerio”, para lo cual deben llevar herramientas de uso diario en sus parcelas con las cuales deben limpiar las tumbas, preparar los accesos y adornar con flores y plantas nativas la puerta principal, la capilla y unos pocos mausoleos.
El momento esperado
El primer día de noviembre la comunidad se reúne en la sede del cabildo, una vieja casona amarilla que es el habitual lugar para el encuentro y las celebraciones comunitarias. Allí se preparan los alimentos y las bebidas y durante gran parte de la noche —como si fuera una larga vigilia— alistan “la ofrenda para los seres que han partido de este mundo”. Este momento es conocido en el complejo dialecto kamëntzá como el Uashtajon.
A las diez de la mañana del día siguiente, hombres, mujeres y niños vistiendo sus vistosas ruanas de colores y largos listones, hechas a mano por tejedoras del lugar, llegan en masa al cementerio para participar en una misa campal en la que se pide por la salvación de las almas. Toda la celebración se hace en castellano, incluidas las lecturas bíblicas que casi siempre están a cargo de miembros de la comunidad. Adicionalmente, un sacerdote de la diócesis Mocoa-Sibundoy bendice el agua que las familias llevan en recipientes.
Terminada la eucaristía las familias visitan a sus muertos. En algunos casos se observan conmovedores escenas de hombres y mujeres que lloran a sus parientes “a grito herido”. No se trata, dicen los habitantes de Sibundoy, de ningún show sino de expresiones auténticas de afecto puesto que los kamëntsá tienen muy arraigados sus sentimientos de cariño y gratitud hacia sus antepasados.
Del cementerio la mayoría de devotos parte hacia la casa del cabildo en donde comparten toda la comida preparada. Sandra Chindoy, locutora de la emisora indígena Waishanyá, asegura que “abundan la comida y la chicha fermentada y se comparte con gran cariño entre una y otra familia porque además de recordar a nuestros muertos, la idea es compartir solidariamente, en comunidad, y no comer de manera egoísta”.
En ese mismo encuentro participan artistas que con sus instrumentos de cuerda y percusión y estrofas representativas de la cultura local, evocan a sus antepasados y con alegría anuncian la apertura del Bëtsknaté o Carnaval del Perdón que se celebra poco antes de la Semana Santa.
A diferencia de otras culturas que también rinden culto a los muertos, el Uacnayté de Sibundoy no recuerda a los difuntos con fotografías, dibujos, calaveras, esqueletos, sarcófagos o figuras fantasmagóricas. Sin embargo, en la celebración de este año habrá un invitado especial que se podrá apreciar en pantalla gigante: Coco, la exitosa película que —como los kamëntsá— recuerda el filial culto de los mexicanos a sus muertos.