Los comportamientos de muchos políticos de hoy parecen inspirado en el personaje de José Zorrilla
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Más de doscientos años después de que Tirso de Molina escribiera “El Burlador de Sevilla”, José Zorrilla introdujo en su “Don Juan Tenorio” la redención del protagonista por la fuerza del Amor de doña Inés. De esa manera, se ensalzaba el Amor como fuerza transformadora divina capaz de transmutar la perdición en salvación. No obstante, otra imagen ha pervivido: la idea de un Don Juan seductor cuyos pecados quedan perdonados incluso por su capacidad de seducción. Su carácter canallesco ha quedado mitigado y casi disculpado desde una visión prácticamente cómplice.
Al erradicar la condena de Don Juan que aparece en “El Burlador de Sevilla”, ha acabado por difuminarse la figura ominosa de quien burla todo honor. Don Juan en realidad es un desterrado, que deshonra su origen noble; deshonesto en su palabra; es un pérfido en sus lances; y se muestra libertino en el amor. No duda en usar a los demás y si no lo consigue o interfiere en sus propósitos los mata. Y de todo logra escaparse menos de una afrenta: la que comete a los difuntos.
Y eso en nuestro sustrato cultural es de una gravedad extrema. La gratitud nos lleva a que el día de Difuntos rememoremos a quienes nos han precedido visitándoles y dándoles cabida en lo cotidiano, en nuestra mesa. Partimos el pan con ellos en comunión como veneración y agradecimiento por el más acá.
La burla de Don Juan invitando a cenar al difunto comendador era considerada como uno de los peores pecados que se podía cometer; y, por ello, hasta el siglo XIX su condena no tenía redención posible. Mozart lo refleja de forma magistral y sublime en su ópera Don Giovanni con el atronador “Don Giovanni, a cenar teco m’invitasti e son venuto!” que espeta el espectro del comendador al que Don Juan había dado muerte y burla.
En pleno siglo XXI, cada vez descubrimos más noticias en las que responsables políticos, que deberían conformar y manifestar la voluntad popular, lejos de fraguar proyectos para el bien común con una base racional aglutinando convencimientos, negociaciones y acuerdos, se escoran hacia una política de intrigas que les resulta más rentable en lo personal. Suelen buscar atajos, aglutinar cómplices y ambiciones, concitar intereses, incumplir palabras, planear perfidias e insidias que dista mucho de ser lo que políticamente sería deseable. De hecho, Don Juan se sentiría muy cómodo y orgulloso en ese tipo de política de partidos en la que se clasifica a las personas integrantes en dos tipos: aquellos que se pueden utilizar y aquellos que se constituyen como enemigos. Aquella famosa frase de “¡Al suelo que vienen los nuestros!” atribuida a Pío Cabanillas hoy sigue más vigente que nunca.
Hay quienes sobreviven en política no por sus ideas, que nunca tuvieron, ni proyectos, que nunca elaboraron, sino porque saben moverse en su mundo sin honra, como el Burlador de Sevilla, y porque podrían llenar un panteón entero con los difuntos políticos a los que han dado muerte a lo largo de su historia. De igual forma que Don Juan, siempre podrán convencer con sus espléndidos relatos a nuevos ingenuos de ambición fácilmente amonitable pero tarde o temprano se verán condenados a batirse con otro burlador que les dará muerte o cenando con sus cadáveres de quienes ha arrollado previamente que reclamarán su condena desde el cementerio de las redes sociales, judiciales o personales donde casi nada cae en el olvido.
En la medida que sigamos poniendo más interés y disculpa en el papel de Don Juan que en el Amor redentor por intercesión de Doña Inés, seguiremos disculpando como mal menor que la política esté poblada de corrupción, insidias y perfidias.
Tal vez si corregimos esta visión individual y ponemos los necesarios contrapesos comencemos a dar un paso serio en la dirección de la petición que formulaba el Papa Francisco en el 205 del Evangelii Gaudium:
“¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Tenemos que convencernos de que la caridad «no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macrorelaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas». ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!”