El fotógrafo Paul Koudounaris ha documentado la espeluznante tradición de decoración de huesos sagrados en Alemania, Austria y Suiza.
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Hasta el siglo IV, cuando el emperador Constantino legalizó el cristianismo, los cristianos tenían prohibido practicar su religión en Roma y a menudo recurrían a reuniones secretas en catacumbas para recordar y rezar por sus muertos. Entre los siglos I y IV, los cristianos emplearon o construyeron aproximadamente 40 de estos lugares de enterramiento subterráneo ubicados fuera de las murallas de la ciudad.
Durante el siglo XVI, algunos de estos antiguos túneles subterráneos empezaron a ser excavados y sus reliquias exhumadas. Muchos de los restos humanos encontrados dentro de las catacumbas se atribuyeron a mártires que murieron a causa de la persecución de los tiempos en que el cristianismo era ilegal.
A lo largo de los dos siglos siguientes, muchos de los restos de estos antiguos cristianos fueron enviados al norte de Europa, donde los católicos se enfrentaban a la opresión del movimiento protestante, recién fundado, que incluía la destrucción de las reliquias. La llegada de restos de cristianos primitivos era recibida con tanto entusiasmo que monjes y monjas decidieron adornar los “huesos santos” con finas telas, oro y piedras preciosas.
El resultado final es una colección fascinante, aunque algo espeluznante, de “reliquias santas enjoyadas” dispersas en la actualidad por iglesias y monasterios de Alemania, Austria y Suiza.
En 2008, el historiador del arte y fotógrafo Paul Koudounaris se topó con una de estas inquietantes reliquias mientras visitaba una aldea alemana cerca de la frontera con República Checa. Unos días más tarde, Koudounaris se encontró con otros dos “restos enjoyados” preservados en otra pequeña iglesia de la zona.
Pronto se percató de que aquellos esqueletos tan magníficamente decorados no eran un mero capricho aislado, así que pasó los años siguientes explorando iglesias alemanas, austriacas y suizas para documentar este peculiar fenómeno cultural.
Sus descubrimientos se presentan en el libro, hermosamente ilustrado, Heavenly Bodies: Cult Treasures & Spectacular Saints [Cuerpos celestiales: tesoros del culto y santos espectaculares], publicado por Thames and Hudson (2013).
Según explica Koudounaris en el capítulo introductorio, las reliquias iban vestidas con lujosos ropajes y joyas para reproducir la Jerusalén Celestial descrita en el capítulo 21 de Apocalipsis: un lugar divino construido “con jaspe”, “con oro puro” y “con toda clase de piedras preciosas”.
Los monjes y monjas se tomaron la descripción bastante al pie de la letra al convertir los “despojos de las catacumbas” en lo que Koudounaris define como “las obras de arte más finas creadas nunca en hueso humano”.
Es difícil hacer una estimación exacta de cuántos de estos opulentos esqueletos se crearon durante los siglos XV y XVI, pero Koudounaris calcula que la Iglesia envió al menos 2.000 esqueletos completos a Alemania, Austria y Suiza.
El mayor grupo de esqueletos de catacumba se concentró en la basílica de Waldsassen, que Koudounaris define como la “Capilla Sixtina de la Muerte”, debido a su impresionante colección de 10 restos óseos de catacumbas perfectamente conservados. Lo que es seguro es que prácticamente todas las iglesias católicas, en especial al sur de Alemania, exhibían orgullosamente un esqueleto soberbiamente decorado para hacer una “grandiosa declaración” contra la opresión protestante.
Así, las reliquias santas también se convirtieron pronto en una parte crucial de la cultura popular. Los locales rezaban a menudo a esos antiguos mártires para pedirles ayuda y muchas familias empezaron a nombrar a sus hijos en honor de su “mártir de catacumba” local.
Sin embargo, su suerte no duró mucho tiempo. En el siglo XVIII, el emperador José II de Austria, católico con fuertes intereses en los principios de la Ilustración, empezó a revistar muchas prácticas “poco ilustradas”. Ordenó la eliminación de 700 monasterios que no estaban implicados en la provisión de servicios como educación y servicios sanitarios, y con ellos la destrucción de reliquias cuya autenticidad no pudiera ser documentada con precisión.
Unas pocas reliquias se salvaron, ya que habían sido donadas a iglesias y monasterios por la madre de José, la emperatriz María Teresa, como símbolo de devoción, incluyendo una en el monasterio benedictino de Melk en 1762.
Los pocos esqueletos que sobrevivieron al edicto de José fueron intencionadamente degradados. En Amberg, Alemania, el esqueleto de san Crescencio fue extraído de su santuario y encerrado en una caja debajo del altar. Durante el siglo XX, los rateros se encargaron de ahondar en esta humillación allanando las iglesias y robando cualquier cosa de valor que encontraran.
Así las cosas, a día de hoy queda una colección mucho menos amplia de esqueletos enjoyados. Sin embargo, gracias a Koudounaris, los que lograron sobrevivir están ya catalogados para disfrute de todo el mundo. Abre la galería fotográfica de más arriba para ver los ejemplos más sorprendentes de “arte óseo” documentados por Koudounaris en su libro.