Sinceridad, don de uno mismo, encuentro con el otro… Hay muchas actitudes cristianas que definen el arte de la oratoria
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Laurent Delvolvé, abogado y profesor en la escuela de abogacía EFB de París, acaba de publicar el libro “La parole est un don de soi” [La palabra y el don de uno mismo], una obra que intenta mostrar cómo hablar en público con una actitud cristiana.
A través de la palabra, cada uno es llamado a ser “profeta” sin por ello hablar necesariamente de Jesús en sus intervenciones públicas. Laurent Delvolvé invita a no tener miedo de hablar, a abandonarse, a entregarse uno mismo, para que se produzca un verdadero encuentro con el prójimo.
A continuación, una entrevista con un orador que ha querido reflexionar sobre el sentido profundo que reviste la palabra.
Aleteia: Es poco habitual considerar una manera cristiana de hablar en público. Se aborda más a menudo cómo vivir la vida profesional o familiar como cristiano, pero ¿dónde se vislumbra a Cristo en el ejercicio de la palabra?
Laurent Delvolvé: Un método cristiano de hablar en público no significa que haya que anunciar a Cristo en todas nuestras intervenciones ante una audiencia. La cuestión está más bien en que nos entreguemos durante el discurso para mostrar quiénes somos y favorecer al encuentro con el prójimo. A través de la palabra, uno se entrega para que se produzca ese encuentro. Y cuanto más rebose la palabra de aquello que alberga nuestro corazón, más intenso será el intercambio con la persona que tengamos delante, ya sea un público o cara a cara.
Como cristianos, estamos llamados a hablar con el corazón abierto, incluso en el ámbito profesional, a expresarnos con sinceridad.
Como abogado, cuando estoy en un litigio, me esfuerzo por no mentir; cuando tomo una posición, me comprometo con esa posición. Cuanto más tiene de verdad nuestra palabra, más nos unimos con el auditorio, más cumplimos nuestra misión. Por último, a través de la palabra, nos hacemos más presentes a los demás. ¿El objetivo del cristiano no es estar realmente presente para todos y en toda circunstancia?
¿Hablar en público no es algo reservado a los que estén más cómodos o sean menos tímidos en esa situación?
¡No! Hablar en público no está reservado a los que llevan haciendo teatro desde su juventud o a los periodistas o a los abogados. Mi primera idea para el título del libro fue “Método para hablar en público para cristianos tímidos”. Toda persona guarda en sí un tesoro que es la palabra, que le permite abrirse en cualquier momento y en especial en un contexto institucional.
Sí, está claro que requiere valentía, esfuerzo y preparación. Hablar en público no es algo innato. Se dice con frecuencia y con mucho acierto que la improvisación no se improvisa. Es, primero, un combate contra no mismo, porque nuestro primer movimiento natural cuando nos toca hablar delante de mucha gente es huir o escabullirnos.
Se levantan en nosotros unas barreras de protección, legítimas, como el estrés, la duda, el miedo a no encontrar las palabras. En mi caso, no hay alegato en el que el día anterior no esté de los nervios, estresado, ensayándolo sin parar en mi habitación o mientras camino. Hablar en público es un movimiento que cada uno debe poner en práctica.
Cualquiera es capaz de tomar la palabra en público de manera eficaz, siempre que antes haga caer esas barreras y se esfuerce por abrirse sinceramente al prójimo.
Usted dice que “la improvisación no se improvisa”. ¿Qué tipo de preparación hace falta?
Lo primero que hay que hacer, en cuanto llega la mañana del día de tu reunión, conferencia o alegato, es entrar en un estado mental con el que estés preparado para hablar en público. Si vas a tu reunión con una actitud alicaída, es muy probable que no puedas abrir la boca o que no digas lo que pretendías decir. Es importante demostrar apertura, empatía, visualizar esa intervención como una oportunidad.
Una oportunidad de decir que no estás de acuerdo, de presentar un argumento para hacer avanzar el debate, de formar parte de una idea. Así que la preparación reside en la confianza que deposito en mi legitimidad para tomar la palabra. Ya que estamos en ese lugar, asumamos plenamente la autoridad que se confiere al orador.
Hablar es responder a una intuición de la inteligencia del corazón, que anima a hablar en lugar de autocensurarse. Respondamos a la llamada cuando se nos ofrece. Esforcémonos por hablar más, por compartirnos más, porque esa es nuestra misión, sin desanimarnos ni rendirnos ante las dificultades que comporta todo ejercicio de oratoria.
En su libro escribe usted que “lo más importante no es lo que tengo que decir sino que, primero, están los oyentes”. ¿Significa eso que usted adapta el discurso según el público que tiene? ¿En qué caso no sería eso una falta de autenticidad?
Yo invito a adaptar el discurso, pero no el fondo. No se cede con el fondo, pero sí se puede con la forma, con el modo de expresarlo. Lo importante, como se ha dicho, es que haya un encuentro. Sin embargo, si llego con mis propias convicciones y las suelto ante un público hostil, voy directo contra un muro. Hay que cuidar la manera en la que se van a presentar las cosas.
Hay que tomar en consideración al auditorio y preguntarse: ¿quiénes son mis jueces?, ¿quiénes mis adversarios?, ¿qué van a objetar? Así resolveré la pregunta de ¿cómo puedo hacer para que mi audiencia reciba lo que tengo que decir, sean quienes sean? Y no perder nunca de vista que son, ante todo, seres humanos como nosotros y que, cuando hablo, son mi prójimo, al que puedo acercarme gracias a mis sencillas y pobres palabras. ¿A que dan ganas de intentarlo?