Desde Santa Sofía en Estambul a San Marcos en Venecia, las iglesias de todo el Mediterráneo son un tesoro de artefactos bizantinos
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En el año 285, el Imperio romano se escindió en dos partes: la parte occidental, con Roma como capital, y la parte oriental con su capital en Constantinopla, también llamada Bizancio. Por eso, los siglos siguientes, el arte religioso del Imperio romano, que adoptó el cristianismo como religión oficial en el año 300, se desarrolló por dos tendencias paralelas.
El arte cristiano producido en Roma mantuvo su interés en el naturalismo, mientras que el arte ejecutado en la parte oriental del Imperio se centró más en el misticismo, adoptando algunos aspectos clave del estilo e iconografía helenísticos.
Los mosaicos son probablemente uno de los mejores ejemplos de cómo se incluyeron las prácticas helenísticas en lo que se llegó a conocer como arte cristiano bizantino. La técnica de crear retratos a través de diminutas piedrecillas se inventó primero en Mesopotamia durante el tercer milenio antes de Cristo y se extendió ampliamente en la antigua Grecia, donde la técnica de téseras se desarrolló en el 200 a.C. Gracias a esta técnica, no se empleaban solamente pequeñas piedras naturales para hacer mosaicos, sino también fragmentos finamente cortados de mármol y caliza, llamados tesserae.
Durante el periodo bizantino, los artesanos empezaron a ampliar los materiales que podían convertirse en téseras, incluyendo oro y piedras preciosas. Según Vitruvio, arquitecto del siglo I a.C., la base ideal de un mosaico se componía de cuatro capas. La primera capa, llamada statumen, se formaba con grandes pedazos de ladrillos o cerámica. La siguiente capa, llamada rudus, estaba hecha de una mezcla de escombros y cal. La tercera capa o nucleus se componía de una mezcla de cal y diminutas piezas de ladrillo. La última capa, sobre la que se extendería el mosaico, se componía de una fina mezcla de cal molida y polvo de ladrillo.
Sobre esta superficie húmeda, los artistas del mosaico procedían a grabar líneas orientativas que luego contendrían diferentes téseras, usando herramientas como cuerdas, clavos y compás. Para crear las téseras, los artistas usaban un martillo y una cuchilla parecida a un cincel que cortaba diminutos guijarros de un bloque de material. Gracias a su sabio uso de las herramientas, cualquier material, desde el mármol al cristal, podía convertirse en piezas finamente cortadas que pudieran encajar en las guías marcadas sobre la base.
El resultado final eran obras de arte resplandecientes cuya aura intentaba capturar el reino etéreo y espiritual. Haz clic sobre la galería de imágenes para ver algunas de las obras en mosaico más sorprendentes del arte del periodo bizantino.