Nada de clichés. Hacer punto comporta tantas virtudes que podría convertirse en un criterio esencial en la búsqueda de tu alma gemela
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A primera vista, dudaríamos. Y sin embargo, hacer punto combina muchas virtudes, opinan los especialistas. Sería a la vez una fuente de relajación, de bienestar y de autoestima. Mejor aún, sería prueba de un cierto altruismo cuando el objeto tricotado está destinado para alguna otra persona.
Por consiguiente, la persona que hace punto es tranquila, serena, armoniosa, generosa y capaz de una gran bondad. Nada menos.
Y por esto, los autores de un libro sobre “tricoterapia” concluyen… ¡que deberíamos enamorarnos únicamente de personas que hagan punto!
Relajante y antiestrés
“Hacer punto unos pocos minutos basta para evacuar el estrés y relajarse después de una dura jornada de trabajo, como con una sesión de meditación o de deporte”, aseguran Pierre Bastoul y su esposa Emmanuelle, autores del libro Tricothérapie : le tricot est le nouveau yoga [Tricoterapia: el punto es el nuevo yoga].
La pareja, que antes trabajaba en consultoría de páginas web, se lanzó al universo de las agujas y de la lana para “reconectar con lo que han olvidado enseñarnos, porque nacimos en la era del consumo”.
Así, enuncian en su libro las virtudes derivadas de esta actividad que era ya patrimonio de nuestras abuelas pero que se está beneficiando de la ola del Do It Yourself (DIY) o manualidades para “hacer tú mismo” y se ha puesto muy de moda.
Hoy en día, vemos que jóvenes mujeres sacan las agujas en el parque, en una tarde con los amigos o en casa acompañadas de un té.
Haciendo punto se aprende a trabajar la respiración, a medir los tiempos lentos, a desacelerarnos para reconectar con el momento presente.
Según unos estudios estadounidenses y británicos, centrar la atención en las manos aumentaría la producción de dopamina y serotonina, las hormonas de la felicidad, y disminuiría la del estrés, el cortisol.
Liberador y unificador
Hacer punto, según los autores del mencionado libro, permitiría también liberarse de adicciones como el alcohol, el tabaco o la comida.
“Para hacer punto, es necesario concentrarse y soltar lastre de lo demás, porque si no, no se avanza”, explica Pierre Bastoul.
Además del beneficio contra las adicciones, confeccionar una bufanda, una manta o un snood (un cuello), favorece la confianza en uno mismo.
Fabricar un accesorio o una prenda de ropa usando nuestros diez dedos es un bálsamo para el corazón. Eso prueba que tenemos un talento y roza incluso la proeza cuando nuestra obra, una vez terminada, se parece a aquello que aspirábamos realizar.
Los autores invitan a ver el punto como una actividad social durante la cual nos despegamos del móvil para volvernos hacia las personas. Aunque las manos estén ocupadas, la cabeza sigue disponible para hablar y escuchar.
“Tricotar en sí favorece la introspección, pero no hay que olvidar que se trata también de una actividad social. Un momento privilegiado en que soltamos el teléfono o en el que reunirse para conversar”, precisan los Bastoul.
Un acto de amor
Hacer punto adquiere otra dimensión desde el momento en que ya no se teje para uno mismo, sino para otra persona: “Pasar varias horas haciendo un gorro o una bufanda es un acto de amor que sana el miedo de no poder decirle a una persona que la quieres”, expresa Pierre Bastoul.
Tricotar “es fabricar algo para los demás, es regalar nuestro tiempo, nuestra atención, es darle un sentido al regalo, dar desde nuestras manos”.
Es todo el amor que vemos en los suéteres tan calentitos de nuestras abuelas, en los chalequitos de los recién nacidos tejidos por las asociaciones de yayas tejedoras o en esa bufanda única que te hizo tu pareja con todo su cariño.