La Iglesia boliviana hace suya la prédica de san Juan Pablo II: “Cuando está en riesgo la dignidad de la persona, eso es un asunto de la Iglesia”
Después de los calorones pasados por Hugo Chávez, Correa en Ecuador y ahora Ortega en Nicaragua, la zaga Evo Morales parecía casi un cuento de hadas. Hoy, se acerca peligrosamente a sufrir los avatares terminales de Maduro en Venezuela. Y es que, como la canción de Rocío Jurado, se rompe el amor de tanto usarlo.
Evo Morales venía siendo sistemáticamente respaldado por un país preeminentemente indígena -como él- lleno de carencias y caracterizado por una severa estratificación social. No es, pues, difícil de comprender que su discurso reivindicativo haya calado y mantenido su vigencia a lo largo de varias reelecciones. Incluso llegó a visitar al papa Francisco -regalos en mano- y hasta se cuidaba de no parecerse demasiado a Venezuela, convertida hoy en la foto que nadie se quiere tomar. Pero las cosas han cambiado.
Evo Morales se encamina hacia una cuarta reelección, sólo que esta vez no de la mano de un pueblo delirante detrás del caudillo venerado, sino en medio de inéditas protestas y gracias a una sentencia del Tribunal Constitucional de Bolivia. La decisión de esa máxima instancia fue lejos: autorizó a Morales a buscar la reelección como presidente sin límites. Cancelada la alternabilidad. Dardo al plexo solar de la democracia.
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Un afán que puede salir caro
El escenario abierto en Bolivia tras la decisión del Tribunal Supremo Electoral de aceptar la candidatura de Evo Morales para los comicios presidenciales del 2019, ha generado un debate intenso, no solo en la sociedad boliviana, sino en la comunidad internacional, que observa preocupada. Es otro país que se suma al fuego en la pradera. Otro factor que aporta desestabilización al continente. Para el asesor internacional de consultores políticos Mauricio De Vengoechea, la situación “es un robo a la voz del pueblo y convierte a las elecciones presidenciales en uno de los eventos más importantes de la región para el 2019”.
Por su parte, el mandatario boliviano ha dejado claro que irá a la reelección pese a la “intromisión” de Estados Unidos, una carta-estribillo siempre bajo la manga de quienes saben que ya no cuentan con el favor popular. También arremetió contra Chile, y afirmó que la oligarquía chilena “nunca quiso que haya estabilidad política y económica en el país”.
El magistrado Macario Cortez explicó que se decidió “declarar la aplicación preferente” de los “derechos políticos” por encima de los artículos de la Constitución que limitan la cantidad de veces que una persona puede ser reelecta. Exactamente a lo ocurrido en Venezuela, el máximo tribunal coloca sus interpretaciones –siempre curiosamente coincidentes con los deseos del Ejecutivo- por encima de la Carta Magna que representa el contrato social avalado por el soberano. En una democracia, en todo tiempo y lugar, el soberano es el pueblo.
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El “quiebre” arrancó en 2014
Otra de las constantes en este tipo de regímenes es revestir de representatividad a “movimientos sociales” que no son sino fachadas afectas que usurpan a las reales fuerzas vivas de la nación. Pero quizá el más eficaz de los mecanismos del poder para atornillarse reside en los arbitrarios cambios en la Constitución. En América Latina son frecuentes a lo largo de la historia. Cada mandatario quiere una Constitución pret-a-porter y para ello trabaja desde que inaugura su mandato. En estos menesteres, la excepción confirma la regla. En Venezuela Chávez, tanto como ahora en Bolivia Morales, han promovido reformas a la Carta Magna que permiten prolongar sus aspiraciones electorales. Es precisamente, alegando esos cambios, que Morales logró que su primer período no fuera contabilizado a la hora de buscar la reelección para su tercer mandato en 2014. Ya desde ese entonces comenzó a notarse la grieta entre lo que lo que Evo buscaba y lo que la gente comenzaría a rechazar.
Hoy, es un hecho. La voluntad popular ha quedado convidada de piedra al declarar el Tribunal “inconstitucionales” a los artículos de la ley electoral boliviana que limitaban la cantidad de períodos continuos que puede tener cualquier autoridad boliviana elegida por voto popular. Porque esa decisión no solo favorecerá a Morales, sino a todas las autoridades que deseen buscar la reelección en las urnas tantas veces como les plazca.
La base política de Morales ya venía haciendo aguas y él busca blindarse. El 21 de febrero de 2016 perdió un referendo que podía habilitarlo para buscar la reelección. En aquella oportunidad, por escaso margen, la mayoría de los bolivianos votaron por el “No” a las intenciones de Morales. Era su oportunidad de oro para retirarse con dignidad y respeto a su pueblo. Y resolvió perderla. A pesar de que sus partidarios continúan saliendo a las calles a respaldar sus intenciones, el cuadro dista mucho de parecerse a los impresionantes contingentes que otrora mostraban su entusiasmo por el líder indígena.
Con la Iglesia tenía que topar
Esta obsesión de los políticos latinoamericanos por eternizarse en el mando tiene fuerza genética y es la raíz de casi todos los conflictos. Tal vez, carencias de todo tipo a lo largo de la vida conviertan el sillón presidencial en la única “posesión” valiosa y, tan confortable, que cuesta retornar a la simple condición de ciudadano común sin experimentar un extrañamiento pavoroso. Es la actitud que más claramente refleja su desprecio por la ciudadanía: no querer volver a formar parte de ella como uno más.
Conseguir esa “visa indefinida” implica necesariamente manejar de forma inescrupulosa los hilos del poder para saltarse el escrutinio del pueblo e ignorar su voluntad. Ello no solo hiere de muerte a la democracia sino que conduce directamente a enfrentamientos que alteran la paz social y ponen en riesgo el bienestar de la gente. Y la Iglesia, como predicó san Juan Pablo II en una de sus visitas apostólicas a nuestro continente, no puede ser ajena a semejantes dramas. “Cuando está en riesgo la dignidad de la persona, eso es un asunto de la Iglesia”, dijo tajante el pontífice. Él mismo no vaciló en ofrecer su testimonio cuando su propio país y los vecinos sufrían bajo el yugo soviético. La ecuación es sencilla: ante el sufrimiento de la gente, ante la burla y la injusticia, la Iglesia no puede mirar de lado. Callar no es una opción. Era cuestión de tiempo que la colisión con Evo se materializara.
El presidente boliviano, durante los agrios intercambios previos al fallo de La Haya, argumentó que la “oligarquía chilena hace aguas, quiere callar a Papa para frenar apoyo creciente a #MarParaBolivia” y agregó que “la verdad es tan inmensa como el mar”.
De inmediato, el embajador chileno ante la Santa Sede, Mariano Fernández -también excanciller de su país-, indicó que cualquier tipo de declaración se puede “distorsionar” como “se distorsiona al Papa y a otras personas”.
Según Fernández, en el Vaticano “hay una perfecta comprensión del tema” y prueba de ello es que desde que el Papa mencionó en su viaje a Bolivia en 2015 la demanda marítima, la Santa Sede no se ha vuelto a referir a ello.
El embajador chileno aludía al discurso pronunciado por el sumo pontífice en la Catedral de La Paz en julio de 2015, en el que recomendó el diálogo para “evitar conflictos con los países hermanos” y añadió: “Estoy pensando en el mar. Diálogo, diálogo”. Fue todo lo que el pontífice acotó, alejado de interferencias y de cargas de mano a uno u otro lado.
Los obispos de Bolivia toman postura
En esta oportunidad, la Iglesia católica boliviana se suma a las críticas por la candidatura de Morales y pone en duda sus bases democráticas. Acusan al Tribunal Supremo Electoral de no haber actuado como poder autónomo, poniendo en duda las bases de la democracia y abriendo “un futuro incierto para los bolivianos”, fue el señalamiento de la Conferencia Episcopal Boliviana en un comunicado oficial.
El Episcopado boliviano, en su momento, había pedido respetar el referéndum del 2016 –cuando 2,6 millones de personas que votaron por el ‘no’- que negó la reelección de Evo. Y ahora el clero, progresivamente enfrentado al presidente ante distintas coyunturas, se ha sumado a la ola de condenas y protestas con que partidos y grupos ciudadanos de la oposición han reaccionado ante la decisión del Tribunal Supremo Electoral.
A pesar de que la Iglesia ha llamado al pacifismo en las movilizaciones y protestas convocadas, su señalamiento es profético: Bolivia se enfrenta a un futuro incierto. Y se justifica su temor y su alerta: en estos países la incertidumbre, tarde o temprano, se toma de la mano con la violencia.