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Viudas: la autoestima de las mujeres cuando él ya no está

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Dolors Massot - publicado el 08/12/18
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La vida cambia y en muy poco tiempo la mujer viuda ha de reorganizarlo todo. Muchas sacan entonces capacidades que ni siquiera ellas mismas conocían.

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Hablamos mucho de las parejas y de la pareja, pero poco de las mujeres viudas. En el momento en que él fallece, es como si desaparecieran del horizonte, como si las expectativas ya no fueran cosa suya.

La viuda ha de comenzar el papeleo oficial, recomponer su casa, ir al notario y al abogado. Llega a su habitación y debe establecer qué hace con su abrigo, sus camisas y sus pantalones, con los cajones donde guardaba su ropa interior y sus calcetines.

Luego va a la otra habitación donde él acostumbraba a guardar los cachivaches de su afición preferida: la pesca, el bricolaje, la caja de herramientas, la raqueta… En el comedor mira fijamente su silla y piensa que esta Navidad ya no estará.

Pero para una mujer viuda no suele existir un tiempo infinito de duelo para recuperarse y pensar qué hace con su vida a partir de ahora. En breve deberá volver al trabajo, los hijos necesitan que esté pendiente de ellos y las obligaciones económicas -que antes ya eran- ahora se han duplicado. Su corazón ha quedado a la mitad, y en cambio sus tareas se han multiplicado por dos.

La capacidad de crecerse en la adversidad

Si en nuestro entorno vivimos la experiencia de una mujer que ha enviudado recientemente, veremos cómo su capacidad de crecerse en la adversidad es extraordinaria. Esto no significa, sin embargo, que ya no nos necesite. Al contrario, es el momento de discernir en qué aspecto podemos colaborar para que sostenga su edificio personal y familiar.

Las mujeres viudas han demostrado muchas veces que valen más de lo que ellas mismas imaginaban. Al perder al marido a menudo desarrollan los valores y capacidades que hasta entonces no habían cultivado. Conozco varios casos de viudas de empresarios que, a pesar de no haber estudiado para ello, se pusieron al frente de la compañía para seguir dando empleo a los trabajadores y completar el relevo generacional cuando los hijos fueran mayores.

También conozco a mujeres viudas que han desplegado una energía simpar con horarios interminables de trabajo para sacar adelante a la familia, y sin hacer ascos a tareas como la limpieza de otras casas, los turnos de noche o la venta a puerta fría de los productos más insospechados.

Hollywood ha encontrado siempre un filón en las películas románticas del viudo joven o maduro. Pero no habla de la mujer madura de clase media o baja. Tal vez porque sería difícil superar el modelo que vemos en las viudas reales.

Estas mujeres que han perdido a quien amaban no llaman la atención con manifestaciones callejeras, no lloriquean, sino que -tal vez después de empapar de lágrimas la almohada- salen cada día a la calle con espíritu batallador. Su guerra es el amor por su familia. Esa es su autoestima.

Poco piensan en ellas pero se maquillan para aparecer en el trabajo mejor que antes si cabe. Recortan su presupuesto de ropa y zapatos pero le sacan partido a la tienda de segunda mano que acaba de abrir en el barrio. Y agradecen, lo que más, la llamada de una amiga preguntándoles qué tal estás.

Porque además del trabajo, las preocupaciones económicas y los hijos, queda a la intemperie ese medio corazón doliente. Es entonces cuando una palabra de afecto y un hacernos presentes “para lo que haga falta” o un sencillo momento de compañía puede cambiarles el día.

 


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