Su hija Laurène sufrió una leucemia durante 6 años. Murió a los 16 años. Ahora tras su fallecimiento Valérie de Larauze cuenta su estremecedor testimonio en “Hâte-toi de bien vivre !”, un libro en el que se refleja cómo la unión de su familia les ha permitido superar esta gran pérdida
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Aunque es Valérie de Larauze, madre de Laurène, quien más toma la palabra y da unidad a la obra, son varias voces las que componen su historia familiar: la de Bruno, su padre, hombre de acción, optimista y atento; la de Marine, la hermana mayor, que no duda un segundo en donar a Laurène médula ósea; la de sus tres hermanos, Thibaud, Côme y Thomas, llenos de delicadeza y de considerada presencia; la de Guillemette, una de sus amigas, que a raíz de la enfermedad de Laurène vivió una profunda transformación espiritual mientras también ella libra una batalla sin piedad contra la enfermedad.
Sus testimonios demuestran que la solidaridad familiar es más fuerte que todo, más fuerte que la enfermedad y más que la muerte. “El dolor es colectivo, se resuelve en familia, se trata y se calma entre todos” asegura Valérie de Larauze en una entrevista con Aleteia.
Aleteia: ¿Cómo nació esta solidaridad familiar tan fuerte que se percibe entre vosotros?
Valérie de Larauze: Creo que vino de Laurène. Fue ella quien dio este impulso. Hablaba mucho, hacía preguntas, siempre se interesaba por cada uno de nosotros, liberaba tanta energía que nos la transmitió y nosotros se la devolvimos. Era una energía circulante.
Nos organizábamos mucho, prestábamos atención a su ánimo. Cuando fue hospitalizada, nos contábamos cómo estaba después de cada visita, los temas a evitar, las recaídas cuando había malas noticias, como cuando se posponía una fecha de alta. Así, todos proponíamos una solución para levantarle la moral.
¿Cómo se comportó usted con los demás hermanos?
Fui muy transparente, no podía ser de otra forma, no intentaba protegerlos de la verdad. Pero ellos me protegieron y protegieron a su hermana intentando amoldarse al máximo a sus necesidades. Yo cuidaba por que todo el mundo tuviera toda la información sobre ella y ellos tuvieron el cuidado de saber relevarse en este trance, cada uno participando con su propia personalidad.
Se han vuelto muy polivalentes, atentos, consejeros de la vida diaria, afectuosos, inventivos, divertidos… Laurène nos empujó a dar lo mejor de nosotros mismos, ella nos entrenó para buscar unos recursos que no imaginábamos que teníamos.
Es una prueba que también superáis como pareja, ¿qué os ayudó a seguir adelante?
Por desgracia, y he sido testigo de ello, muchas parejas se separan por el sufrimiento de la enfermedad, de la discapacidad o del duelo de un hijo. Hay que aceptar cuanto antes que en la pareja cada uno tiene sus propias inquietudes y su propio dolor que gestionar. Yo por naturaleza soy expansiva y tengo la suerte de tener un marido que me escuchó mucho, que absorbió mucho. ¡Yo tenía necesidad de decir, de respetar, de hacer respetar!
Y también insisto en el hecho de asistir los dos a las citas médicas importantes. Si mi marido no podía venir, lo grababa todo. Si no, no se reproduce bien y no se puede conversar del tema. El entorno es también extremadamente importante y evita que la pareja se repliegue sobre sí misma.
¿Cómo gestionaron las relaciones con los demás seres queridos?
Nos comunicamos mucho. Y tuve la suerte de poder contar con una amiga que era un verdadero apoyo. Se involucró con decisión, lo convirtió en una prioridad y estaba allí todos los días para escucharme, transmitir información, organizar mis semanas, ordenar los mensajes. Su carisma como mujer de oración me permitió pedirle que rezara por nosotros, porque a mí el acceso a la oración me resultaba totalmente imposible de lo angustiada que estaba. Lo que me hacía sentir bien era estar con nuestra hija.
En el momento del anuncio de la enfermedad, acababa de experimentar la oración en grupo, donde se reza por los demás. Así que tuve un reflejo: ¡tenemos que rezar por nosotros! Creo en el poder de la oración. Creo que cuando la gente piensa en ti, reza por ti, entonces pasa algo y las dificultades son menos graves. Saber que había seres queridos unidos en oración o en pensamiento, los que no rezan, ha sido para mí una fuente concreta de apoyo y esperanza.