En millones de hogares, vecindarios y empresas se lee una novena que a principios del siglo XX fue actualizada por la madre María Ignacia, una monja que también era poeta, escritora, periodista y filóloga
La Novena de Aguinaldos que chicos y grandes rezan entre el 16 y el 24 de diciembre tiene sus orígenes en los albores de la Independencia cuando el fraile ecuatoriano Fernando de Jesús Larrea propagó en algunos conventos de Perú y Colombia un rezo que no se limitaba a la simple repetición de oraciones, sino que incluía una drástica preparación que empezaba con la confesión y la comunión antes del primer día.
Eso era lo más sencillo porque en los nueve días anteriores a Navidad, quienes la rezaban debían hacer lo siguiente: «reverenciar las camisitas y pañales del Niño», besar 33 veces el suelo, orar por las ánimas del Purgatorio, guardar silencio todo el día, rezar un rosario de 150 avemarías, hacer el viacrucis, realizar 50 actos de contrición, dar limosnas a los pobres y visitar a los enfermos.
Los días más rigurosos eran el octavo y el noveno, durante los cuales se debía dormir en cama dura, flagelarse con una disciplina y comer solo pan con agua.
La Novena para el Aguinaldo escrita por el padre Larrea hacia 1770 y publicada en Lima en 1778, llegó a manos de la hermana María Ignacia en 1884, cuando ella tenía 28 años y era monja de la Orden de la Enseñanza, en Bogotá. Muy joven, cuando se llamaba Bertilda, había vivido en Francia en donde fue influenciada por el misticismo de su época que la absorbió y la hizo renunciar al mundo material para dedicarse a la vida monástica.
Atrás quedaron sus artículos en revistas bogotanas, los poemas, sus estudios sobre el castellano y la importancia de una familia refinada en la que su padre, José María Samper, era un destacado político liberal, y su madre, Soledad Acosta, una escritora y periodista de renombre.
Pese a que ese devocionario del franciscano era algo conocido en la capital colombiana, a la monja le pareció que carecía de sabor popular para llegarle a la gente común y corriente. Luego de consultarlo con algunas compañeras, la hermana le introdujo cambios sustanciales que la hicieron más digerible para un público que en su mayoría no sabía leer ni escribir.
El primer paso fue cambiarle el nombre a la introducción de fray Fernando ―llamada Primer día y leída solo el 16 de diciembre― para denominarla Oración para todos los días. Después le hizo retoques a los textos originales a la Oración a Nuestra Señora ―a la que llamó Oración a la Santísima Virgen― y a la Oración al Señor San Joseph, curioso título que sustituyó por la Oración a San José.
Para hacer más corta la Novena que en tiempos de fray Fernando podía durar dos horas, suprimió las nueve oraciones adicionales que eran leídas después de cada Consideración. En cambio, para la Oración al Niño Jesús («Acordaos, ¡oh! dulcísimo Niño Jesús…»), se basó en la devoción al Niño Jesús propagada en Europa por sor Margarita del Santísimo Sacramento e introdujo una frase atribuida por la religiosa francesa al Niño Dios y que hasta hoy permanece intacta: «Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”».
A María Ignacia, que llegó a ser superiora de su comunidad, también se le ocurrió eliminar la solemnidad de la vieja Novena intercalándole música a la oración denominada Afectos y aspiraciones para la venida del Niño Jesús.
Para facilitar la rima de esta oración que llamó Gozos, decidió extender la invocación inicial, «Dulce Jesús mío, mi niño adorado… ¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!», agregándole el rítmico estribillo «Ven, ven, ven / ven a nuestras almas / Jesús ven, ven, ven, ven. / Ven a nuestras almas / Jesús ven, ven / a nuestras almas. / No tardes tanto, no tardes tanto, Jesús ven, ven».
Once de esos doce versos cortos o Gozos que alababan al Niño fueron modificados por María Ignacia que les dio cierta coherencia para ser asimilados por la gente de su época. También simplificó el título original del librito llamándolo Novena de aguinaldos que es como se le conoce popularmente. Como si fuera poco, la monja eliminó para siempre los duros castigos y penitencias que imponía la novena de fray Fernando.
Una tradición inamovible
A su tarea de adaptación María Ignacia agregó la de divulgadora ya que buscó ayuda en las parroquias bogotanas para darla a conocer abiertamente. Según diferentes escritos su principal misión fue proponer que se rezara en los hogares y no solo en los templos pues creía que las familias debían ser las primeras en practicar la devoción al Divino Niño y extender su fe a la Sagrada Familia.
Lo sorprendente es que esta obra literario-religiosa, la más importante de las tradiciones navideñas de Colombia, se impuso desde principios del siglo XX en Bogotá, Cali, Medellín, Tunja, Cartagena, Popayán, Pasto, Manizales, Neiva, Santa Marta y Bucaramanga y pequeñas poblaciones y aunque siempre contó con el visto bueno de los obispos, en ningún momento se adoptó como publicación oficial de la Iglesia. Así ha sobrevivido durante más de un siglo sin que los múltiples intentos para cambiarla, maquillarla, rediseñarla o desaparecerla hayan prosperado.
Muchos de sus términos —algunos de ellos caducos o poco entendibles— sobreviven en el imaginario de hoy sin que muchos reparen en su significado. Solo por referencia vale la pena mencionar unas pocas expresiones: «soberano beneficio», «lumbre de Oriente», «sapiencia suma», «Adonaí potente», «bienhechor rocío», «raíz sagrada de Jesé», «fragante nardo», «prosternado en tierra», «suave cayado», «benignísimo», «padre putativo» y «verbo eterno».
La Novena de aguinaldos, Novena de Navidad o simplemente la Novena de la madre María Ignacia, está presente en todos los diciembres colombianos. Su rezo, como lo quiso su reformadora, no está limitado a las iglesias sino a todos los ámbitos de la sociedad.
Desde el primer día se reza en casas, barrios, plazoletas públicas, fábricas, colegios, empresas estatales y en las cárceles. Además de ser una práctica religiosa, también es un momento para el reencuentro en las familias, el intercambio entre amigos y la oportunidad para compartir dulces y comidas típicas como buñuelos, natilla o tamales.
Su trascendencia cultural y religiosa la resumió en pocas palabras monseñor Óscar Urbina, quien fuera presidente de la Conferencia Episcopal al decir en un encuentro con periodistas que «la Novena de la madre María Ignacia es un aporte único de Colombia a la Navidad en el mundo».